31.3.12

Los Jaivas adelantaron su cumpleaños en Lollapalooza


Próximos a cumplir 50 años de carrera, Los Jaivas celebraron por adelantado su aniversario en Lollapalooza.

Bajo un sol que aún no ofrecía clemencia, Los Jaivas subieron al escenario Coca Cola, uno de los principales de Lollapalooza, para ofrecer un repaso por su trayectoria. Medio siglo de canciones, en una hora y cuarto de presentación, fue lo que el eximio grupo compartió con un público que, si bien no iba al festival especialmente por su show, terminó delirando por la banda. Raya para la suma: hubo dos avalanchas de gente hacia el escenario, baile, palmas en el aire y coreo generalizado.

Es que el show de Los Jaivas resultó perfecto para un evento de las condiciones de un evento multitudinario al aire libre: pocas palabras, muchos temas famosos y apoyo a la causa mapuche. Piezas históricas como "Arauco tiene una pena", "Amor americano", "Hijos de la Tierra" y "Todos juntos" justificaron nuevamente su valía como patrimonio cultural de nuestro país. Son melodías y letras familiares para la mayoría. Así se leía en los labios de los que llegaron al mejor programado de los conciertos chilenos. Desde personas enfundadas en estricto negro, hasta los que vestían alegres guayaberas, pasando por los fans acérrimos de Arctic Monkeys que esperaban adelante: todos cantaron en algún momento. Un promisorio atisbo de lo que será el aniversario 50 del grupo, cuya celebración comienza formalmente recién el próximo año, pero que bien podría darse por inaugurado a partir de Lollapalooza.

Arctic Monkeys: Queda lo que quema


Era seguro que pasaría. Los Arctic Monkeys despertaron la adoración de los miles de fanáticos que esperaban desde hace seis años su visita. El cuarteto inglés, que hace rato ya superó la categoría de fenómeno de internet con rápidas ventas, tiene un show en que lo más importante es la interacción entre sus canciones y la gente. Alex Turner es un frontman de pocas palabras, y lo escolta un guitarrista -Jamie Cook- empecinado en evadir el contacto visual. Como dice Manuel García, queda lo que quema: la música como protagonista absoluta.

Tributarios de la arrogancia de Stone Roses y Oasis, los de Sheffield también adoptaron la postura de Josh Homme, el líder de Queens of the Stone Age, su último gurú. En directo, la amalgama es un deleite. Habría que ser muy indolente para escucharlos en concierto y no pensar, al menos por un segundo, que todavía hay esperanza para los que sólo quieren preocuparse de tocar bien. Cada segundo ha sido significativo en el acelerado desarrollo de esta banda, la gran ganadora de una guerra implícita entre sus contemporáneos por ser el grupo más creíble y auténtico de la cuadra. Por eso, el aura de urgencia que los rodea es imposible de ignorar.

Acusados en 2008 de producir "ruido unidimensional" por el ex Depeche Mode, Alan Wilder (en un interesante ensayo publicado por el magazine Side Line), los Arctic Monkeys llevan recorrido un largo trecho desde entonces. Hoy por hoy, con toda justicia, el cuarteto es una de las mejores cosas que le han pasado a la generación del MP3 en baja calidad y el audio comprimido a su mínima expresión. Los ingleses no se especializan en sutilezas y abuso de retoques, sino que indagan en las posibilidades de la sencillez, en cómo sacarle brillo a una ejecución humana y directa. Inmediatez a raudales: justo lo que se estila en la era digital. Lollapalooza presenció la edificación en tiempo real de un futuro clásico, en manos de unos veinteañeros que acaban de sacarse el acné, pero ya tienen claro que crecer no se trata únicamente de cambiar el peinado y la ropa de un disco al otro.

30.3.12

Gipsy Kings: La magia del ritmo


Es decidor que una de las pocas semejanzas entre “El gran Lebowski” y “Toy Story 3” sea el uso de canciones de los Gipsy Kings. También que los temas escogidos en ambas películas sean covers de Eagles y Randy Newman, respectivamente, adaptados a la impronta de rumba flamenca que el grupo explota desde fines de los 70. Hablamos de popularidad con todas sus letras, la suficiente como para prescindir hasta ahora de Chile en su agenda de conciertos (sólo habían venido a Miss Chile 1992 y a una función privada en 2001) y ser considerados sempiternos embajadores del sincretismo rítmico.

En plena víspera de Lollapalooza, el evento que acapara la atención este fin de semana, la banda francesa de ascendencia española no tuvo problemas en agotar las localidades del Teatro Caupolicán. Son los réditos de la omnipresencia que el septeto gozó hace más de 20 años, gracias a su estilo asociado en el imaginario global con la sangre caliente del estereotipo español, una caricatura que el grupo alimenta por conveniencia. La gruesa tela de guitarras acústicas, tejida en vivo con arácnida experticia por las manos de los Reyes y Baliardo, musicaliza la conformidad de una agrupación que se negó a reconocer la xenofobia de la abominable etiqueta world music.

Ser lo más exótico y pintoresco posible al ignorante oído del gringo medio es el negocio de este clan formado por primos y hermanos. Una empresa que toma decisiones tan desafortunadas como realizar un concierto prácticamente sin el cantante principal, Nicolás Reyes, que sólo apareció en contadas ocasiones, víctima de una afección vocal que mermó su escaso desempeño. La única estrella de la noche fue el percusionista colombiano Rodolfo Pacheco, heredero de la Fania All-Stars, ex acompañante de Tito Puente y amo de las congas. El resto sólo cumplió su trabajo. Y aunque en suma resultó ser un show decepcionante, la verdad es que podría haber sido mucho peor: hace poco salió un cover de “Bamboleo” en la serie “Glee”. Eso sí que estuvo mal.

26.3.12

Madonna - MDNA


Competencia desleal

A demasiada gente le conviene que a Madonna le vaya bien. La agonizante industria tiene en la cantante de 53 años a una de sus redentoras, así que hay organizadores de conciertos, productores, ejecutivos y asesores de todo tipo cruzando los dedos para que “MDNA” sea un éxito. Hasta ahora, el disco ostenta el récord histórico de ser el título de mayor y más rápida preventa en iTunes, una estadística que derivó inmediatamente en el intento de tildar a este regreso como triunfal. Por supuesto, las comparaciones con “Ray of light”, el último álbum trascendente de la solista, no se hicieron esperar.

Pero todas las alabanzas son un reflejo hiperbólico de lo mucho que el mercado fonográfico necesita best sellers, y de que está dispuesto a olvidar la distinción entre cantidad y calidad para construir uno. Porque, cómo negarlo, el pop y el rock están llenos de consignas y slogans fabricados para enganchar y ser repetidos, en una estrategia similar a la de una campaña política. La nueva frase de moda será, entonces, que “MDNA” es el retorno de la “chica material” a su mejor forma, pese a que ya en el aburrido primer single (“Give me all your luvin’”) se notaba lo lejos que está de ser provocadora como en “Erotica” o, al menos, refrescante como en esa etapa primigenia compilada en “The immaculate collection”.

Y no es que Madonna haya perdido la magia por completo. Aún puede jactarse de que este duodécimo trabajo suyo goza de buena factura, la marca de fábrica de su discografía, como también de tener uno que otro acierto de la mano del productor William Orbitt (el mismo de “Ray of Light”), como “Love spent” o “Falling free”. Fuera de eso, lo nuevo de la que millones llaman reina del pop –otro pegajoso invento de asesores de prensa- resulta más triste que glorioso. Es el dramático relato de una diva veterana que se autoimpuso competir contra chicas con la mitad de su edad y un cuarto de su talento.

Trostrigo: Que patine la risa


Rodrigo Jorquera es Trostrigo, un veinteañero cantautor chileno radicado en Argentina, que acaba de estrenar el disco “Airealverso”. Producido por Diego Acosta y masterizado por Juan Stewart (Jaime Sin Tierra, Coiffeur), el álbum está disponible para libre descarga en el Bandcamp del solista, quien conversó con nosotros desde Buenos Aires.

¿Por qué te fuiste a Argentina? Cuéntame de tu vida allá.

Me vine a Argentina porque iba a estudiar Terapia Ocupacional en Chile y un día mi viejo en broma me dice “¿por que no te vas para Argentina?” y me entusiasmé, hice los papeleos de inmediato y acá estoy. Vivo en un departamento con mi hermano y dos amigas de Chile que conocí hace poco. Tengo un viaje largo para la facultad, y trato de andar lo que más pueda en bicicleta. Estoy cerca de avenidas importantes como Corrientes o Santa Fé y la señora tranquilidad se fue hace rato de acá. Todo va rápido, en cantidad y ruidoso.

Suenas más argentino que chileno, ¿siempre fue así o tiene que ver con tu estadía allá?

Muchas de las bandas que mas me marcaron fueron argentinas como Fun People o Eterna Inocencia. Eso sí, nunca cambié mi pronunciación ni mi tono; lo que sí hago a la hora de componer es ser neutral con el lenguaje, de ahí a tener un sello argentino, lo dudo. Estoy consciente de que el formato de música que hago en los discos es un poco diferente a lo que se esta produciendo en Chile, pero no responde a algo institucionalizado (que yo sepa).

¿Qué impresión notas tú que tienen, si es que hay una, los argentinos sobre el actual pop chileno?

Hasta acá llegaron Javiera Mena, Gepe, Chinoy, Fernando Milagros, Dënver, entre otros. He tenido la suerte de verlos en escenarios porteños y en lugares donde la capacidad ha sido rebalsada. El publico argentino es bastante respetuoso y abierto musicalmente, hay menos etiquetas musicales y también una comunidad chilena muy grande y organizada.

¿Ser chileno en qué te marcó estando allá?

En ser más crítico de todo, es inevitable comparar y fácil criticar, pero dice el viejo refrán “no muerdas de la mano que te da de comer” y no puedo no estar agradecido de todo lo que me ha dado este lugar. El ser chileno hace que se sumen palabras a las conversaciones porque siempre nacen preguntas de los locales relativas al porqué tantos venimos a este lugar.

¿En qué se distingue “Airealverso” de tu anterior disco, “Celebra”?

La confianza que tenía a la hora de grabar, la seguridad de que todo iría bien, luego en la gente que aportó instrumentalmente al proyecto (Johann Haedicke, Felipe Joffré y Diego Acosta) que son realmente buenos en lo que hacen. Diferencia grande es la variabilidad musical. Nos hicimos amigos con el productor, eso influyo en atreverme a sugerirle algunas cosas y llegar a buen puerto. “Airealverso” es un disco vegetariano (ya no hay bombo leguero por esa razón), que no se hizo con limitante alguna. El anterior es más simple y visceral. Ambos trabajos convergen en que hay una ambición sana de fondo: dejar un mensaje luminoso.

¿Cómo llegaste a colaborar con Juan Stewart?

El primer contacto con Juan fue en la primera sesion de grabación de percusiones en el Estudio; él acomodó todo en conjunto con Diego Acosta (productor), siempre es mejor tener más de un par de oídos en la cadena de realización del disco.

¿En Argentina formas parte de alguna escena o movida?

Realmente no sé si acá hay una movida… lo que aprecio es un circuito de gente de muy, pero muy diversos estilos que nos cruzamos cada tanto. La heterogeneidad es una estampa de acá y la cordialidad es su apellido. Me siento parte de ese circuito y tengo la suerte/privilegio de armar tocatas acústicas cada tanto en un bar amigo entonces siempre estoy invitando a bandas amigas y alguna que no conozca. Es bastante cálida la familia de la música por acá.

¿Es más fácil desarrollar una carrera musical en Argentina?

Tocar es fácil, ahora, de tocar a hacer carrera hay un gran abismo. Después de Cromagnon, los dueños de los lugares hicieron caer sobre los músicos los costos. Mientras puedas sustentarte de otra forma que no sea la artística, podrás mantenerte tocando en el under. Es común conocer a músicos virtuosos de acá que tienen títulos en otros rubros para poder hacer lo que realmente quieren.

¿A qué se debe el elemento lúdico de tu música? Se nota que va en serio, pero no se percibe tan estructurada o cuadrada como la de otros.

El humor es parte de la sinceridad. Me da desconfianza la seriedad que no vaya de la mano con la capacidad de reír. La risa abunda en la boca de los tontos y para los tontos como yo contagiar esta tontera es mas valioso que promulgar que las arrugas en la frente construyan camino.

¿Con qué músicos chilenos te sientes relacionado?

Algunos de los trabajos de BBS Paranoicos me identifican mucho como por ejemplo “Capital”, Marcel Duchamp también me marcó bastante, especialmente su álbum “Buscando luz de topos”. Gameover me trae muy lindos recuerdos y recuerdo que alucinaba con sus discos, especialmente con “Bipolar”. Gepe me influenció bastante y casi coopera cantando en mi disco, pero al final no resultó. Creo que en “Airealverso” se nota que hay respeto por quienes han marcado el camino, aunque también hay un espíritu de sonar fresco, de sembrar algo nuevo.


23.3.12

Protistas: Expulsados del paraíso


Este mes se estrena en formato físico “Las Cruces”, el segundo trabajo del grupo.

Se declaran seguidores de Hüsker Dü, Galaxie 500, Real Estate, Sonic Youth, Deerhunter, Woods y Explosions in the Sky. Pero, sin proponérselo, Protistas tienen entre manos un disco que suena más chileno que la mayoría de sus contemporáneos. Se llama “Las Cruces”, ya se encuentra disponible en versión digital, y a mediados de este mes será presentado en vinilo y CD mediante Sello Cazador.

La nueva entrega del grupo, sucesora de “Nortinas War” (2010), fue producida por Andrés Nusser, el líder de Astro. Grabado en mejores condiciones que su trabajo anterior, el álbum contó con el financiamiento del público de la banda, recaudado a través de la plataforma Kickstarter.com. Un espaldarazo económico que, sin querer, terminó transformado también en una buena estrategia mediática.

Para adentrarnos en este segundo trabajo de Protistas, conversamos con el cantante y guitarrista Álvaro Solar y con el batero Andrés Acevedo.

Muchas bandas en su segundo disco intentan desmarcarse de su debut, pero ustedes están puliendo lo que ya tenían. ¿Dónde están las diferencias entre un álbum y el otro?

“Las Cruces” es más bien una ampliación de lo que veníamos haciendo antes, pero con mayor seguridad, y sobre todo, de una manera más radical, pues las ideas son atacadas de forma más directa, más brutal, lo que se tradujo en un sonido denso, más rockero si se quiere, a diferencia del ánimo atmosférico y paisajístico de “Nortinas War”. Otra diferencia importante es que Las Cruces es un disco más de canciones y, al lado de Nortinas War, este es un disco más conceptual. Las diferencias están marcadas por la materialidad de cada disco. El primero fue hecho con guitarra acústica , sin bombo y "Las Cruces" es por opción un disco eléctrico y tiene el pulso del bombo, que lo hace más concreto y musculoso.

¿Algún hecho en particular marcó el proceso de composición o grabación del disco?

Gran parte de las canciones de "Las Cruces" nacieron en una sala de ensayo bien fea donde estábamos rodeados de bandas tributo. Era un ambiente medio denso que tal vez fue el propicio para hincarle el diente a un estilo un poco más agresivo. En la época que grabamos "Nortinas war", ensayábamos en la casa de los padres de Andrés (Acevedo) y cuando terminábamos de tocar, bajábamos a la cocina y tomábamos once viendo tele. Fue como la expulsión del paraíso.

A nivel de ideas o musical, ¿hay un hilo conductor reconocible en "Las Cruces"?

Hay un deseo de llegar a la médula de este sonido nativo, agreste, explotarlo al máximo para ir en búsqueda de algo nuevo en futuras entregas. Temáticamente, la canción “Una vuelta al mundo” refleja bastante bien el arco del disco: un personaje ansioso de vivir, lleno de preguntas y miedos, que se enfrenta al dolor de crecer, de vivir experiencias sexuales gozosas y fallidas, de romperse el cuerpo, y salir adelante sin respuesta, simplemente por el hecho de que hay un camino por explorar. En general, las canciones narran, desde la realidad y la fantasía, el paso de la niñez a la adolescencia de personajes perdidos en un pueblo maldito.

Pensando en que muchos grupos y solistas chilenos han salido últimamente de gira por el extranjero, ¿tienen un plan de desarrollo o mayores expectativas ahora?

Nuestras expectativas son las más altas con este disco y esperamos dejar de lado nuestra faceta de Clart Kent de una vez por todas, porque es agotador sacarse el traje de oficinista y ponerse el de músico todas las semanas. Queremos viajar por Chile y el extranjero, queremos que nos paguen mejor nuestros shows y decir adiós a los tratos indignos, queremos que la gente compre el vinilo y lo pueda gozar en sus casas, queremos hacer de esto una profesión respetable, y sentimos que si no ocurre ahora, es difícil que pase más adelante.

Watch Out!: Fruto tropical


El Río Amazonas y la chicha peruana son la fuente de la que bebe el quinteto santiaguino.

Una ensalada de frutas y coloridas letras ilustran la portada de “Vivorritmo/Ucayali”, el single doble que Watch Out! está compartiendo en el sitio de su sello, Bymrecords.com. Nada que ver con la imagen del grupo sobre unas rocas en la carátula del debut, “To Live and Leave” (2009), o con la cascada del álbum siguiente, “Flashbacker” (2011).

Se veía venir. Bajo el velo de incendiaria psicodelia que funcionó como hilo conductor de sus dos primeros discos, el grupo advertía que la música tropical de Perú hacía mella en las cabezas de sus integrantes. Lo nuevo de los santiaguinos tiene un decidido perfil amazónico que, como ellos mismos reconocen, anda “en búsqueda de un sonido latinoamericano del año 2012”.

Con este single doble, ¿dan por terminada la etapa de “Flashbacker”?

Más que verlo como algo relacionado con la etapa de “Flashbacker”, lo relacionamos con otra etapa simultánea. Las canciones surgieron mucho tiempo después, cuando ya llevábamos cerca de 2 años tocando el Flashbacker. Igual, más que cerrar una etapa (Flashbacker) para comenzar otra, nos acomoda ir abriendo diferentes etapas al mismo tiempo, así, las cosas de un proyecto van influyendo en los otros. Por ejemplo, en vivo aún tocamos un par de temas de nuestro primer LP, pero ya están teñidas de otros colores.

Aunque se insinuaba en “Flashbacker”, el paso del grupo a un sonido más latino -amazónico incluso- no deja de sorprender. ¿Cómo se dio?

Siempre hemos tenido la influencia de la música amazónica, de hecho, tenemos unos jams que tocamos en vivo que hacen alusión a ritmos más latinos, pero esta fue la primera vez que le dimos espacio en la grabación. Así salió este single. No quiere decir que ahora toquemos sólo esto, pero es un camino que se abrió, lo tomamos y ahora estamos transformándolo en otra cosa nuevamente. Se notan influencias claras de la chicha peruana que es un gran referente para nosotros.

¿Cuánta importancia le atribuyen a ampliar el espectro de influencias musicales y no quedarse en los referentes más típicos?

Es importante siempre tener curiosidad y estar buscando sonidos nuevos, así como es importante también estar re escuchando música que ya tienes. Lo importante es que la escucha sea atenta. Ahí te das cuenta de que hay cosas que puedes escuchar para siempre y hay otras que ni valen la pena. Eso es algo que hacemos harto como banda, escuchamos mucha música atentos.

¿Este renovación tiene que ver con internacionalizarse?

En realidad, no tenemos metas claras. Vamos recorriendo el camino tomando oportunidades y priorizando siempre lo que tocamos por sobre el marketing y esas cosas. Cuando nos queda un tiempo hacemos nos dedicamos a la difusión y todo eso.

De todas maneras, a nivel extramusical, el cambio se nota y parece premeditado. Desde la colorida portada hasta los nombres de los temas.

En realidad no lo pensamos mucho. Teníamos los temas, que los estábamos tocando hace un tiempo, y los decidimos grabar para hacer un single. Tenemos ganas de ir complementado los LPs con EPs. Ahora, la gracia es que tengan diferentes canciones, osino, el EP estaría de más. En cuanto al arte y todo eso, fue lo que nos llegó del verano… además conserva el agua que siempre ha estado presente en nuestros trabajos. Más que influenciarnos por una psicodelia estática del espacio, nos interesa más lo que pasa aquí abajo donde los movimientos son más rápidos y pasan a nuestra escala de tiempo.

The Suicide Bitches: La granja VIP


“En 40 minutos pasaron más cosas que en cinco años en Chile”, cuentan The Suicide Bitches, recién bajándose del avión desde Texas.

Las bandas estadounidenses que venían a Chile siempre contaban que el público de su país era frío y que era mejor estar en Sudamérica. The Suicide Bitches dicen lo contrario. Se fueron al festival SXSW en Austin, Texas, y volvieron con otro aire luego de presentar allá su disco debut, “The Farm of the Suicide Bitches in Heaven”.

Por tercer año consecutivo, el evento contó con una comitiva chilena, compuesta esta vez por otros siete créditos locales: Javiera Mena, Astro, Alex Anwandter, Francisca Valenzuela, Rocío Peña, Ritmo Machine y Kali Mutsa. Acá está la experiencia del octavo nombre de la nómina.

¿Cómo llegaron a SXSW? No es fácil coordinar y financiar un viaje así.

Todo empezó cuando nos inscribimos las cerca de 12 mil bandas que en promedio participan anualmente para ser parte del festival. Luego vino la elección del jurado y nos llegó la invitación oficial a finales de noviembre pasado. Luego no quisimos comunicar nada hasta no estar seguros de poder ir. Participamos de un Ventanilla Abierta del Fondo de Musica del Consejo de la Cultura y las Artes. Paralelamente hicimos las gestiones de visa con la Embajada de Estados Unidos y cruzamos los dedos. Nos ganamos el fondo y el resto del dinero lo conseguimos gracias a una fiesta pro-fondos y a la donación de amigos.

¿Es verdad que se quedaron en una granja?

Sí, en Austin estuvimos alrededor de 10 días alojando en una granja tejana a la que fuimos invitados por Donna Harper, una amiga que tuvimos la suerte de cruzarnos en el camino.

Además de su presentación, ¿qué hicieron?

Todas nuestras actividades estuvieron enmarcadas en el show. En el festival estuvimos repartiendo las postales de descarga que llevamos. Hicimos contactos y nos acercamos a stands de distintas entidades que se instalaron en el Centro de Convenciones de Austin.

¿Y el show cómo estuvo?

Fue el 15 de marzo a la medianoche, en un pub irlandés llamado Riley’s, y superó nuestras expectativas. Llegamos un poco ansiosos, nerviosos, pero la hicimos. Tocamos fuerte, rápido y con toda la actitud. 40 minutos en donde dejamos una excelente impresión. Fue una gran ocasión para probar que nuestro disco está en gran forma y que tiene un potencial importante.

¿Qué tal la recepción del público?

El show para nosotros fue un éxito, la gente nos escuchó, nos aplaudió, nos vitoreó, nos gritaron el "olé, olé" y hasta nos pidieron otra. No puedo dejar de mencionar lo que un viejo rockero me dijo apenas bajamos del escenario: “Ustedes son lo mejor que he escuchado en la semana, son increíbles". Con esa frase me di por pagado. Además, en el público estaba un grupo de skaters que se embalaron con nosotros y gritaban "You rock, FUCK YEAH", ellos fueron los más entusiastas, nos abrazaban, invitaron tragos, pidieron la polera de nosotros, se llevaron el disco y quieren ocupar nuestras canciones en sus videos de skate. En esos 40 minutos pasaron más cosas que en cinco años en Chile. Habían unos punketas cabros chicos afuera que estaban con los ojos bien abiertos y nos hacían gestos, gente se acercaba y tocaba al Javier, nuestro batero, como si fuera Keith Moon.

De vuelta en Chile, ¿cuáles son sus planes?

En abril haremos una campaña de marketing, mientras el disco está en PortalDisc y en iTunes, para lanzar en mayo “The Farm of the Suicide Bitches in Heaven” en vinilo. Ahí se viene el show de lanzamiento, en el que pensamos proyectar un mini documental sobre nuestro paso por SXSW. Tocaremos en vivo unas pocas veces durante ese mes, junio y julio, pero cada presentación será una bomba, así que atentos. Nuestra música no tiene la intención de ser masticada, la escuchas una vez y te gusta o no. Simple, rápido, preciso, sin rodeos. Acá hay explosión, rabia y huevos.






Kurt Vile: El amigo con guitarra


Heredero de una tradición rockera que, en manos de otros, parece agotada y obsoleta, Kurt Vile se encumbra entre los que todavía hacen historia.

El indie hoy en día es igual a la serie Seinfeld en los 90: su popularidad crece como la espuma, la mayoría de sus fans se vuelven seguidores por moda y nadie tiene una puta idea sobre en qué consiste. Indie es el adjetivo con el que la prensa define a un grupo descaradamente comercial como Foster the People, pero también a una banda señera e influyente como Guided by Voices. El concepto pierde sentido mientras su uso va en aumento, hasta transformarse en una muletilla periodística; de ser la definición de una ética de trabajo, pasó a ser una tendencia estética más. Palabra engañosa donde las hay, indie cobra un significado poderoso muy de vez en cuando, al hablar sobre algunos pocos músicos contemporáneos. Kurt Vile (31) es uno de ellos.

Flaco, desgarbado, melenudo. De entrada, Vile es un tipo amigable. Se ve como el típico amigo con guitarra. Y de cierta forma lo es. Lo sabe el eximio J Mascis de Dinosaur Jr., otro de la misma especie, quien buscó su colaboración en varios instrumentos para musicalizar aquel festín de emotividad llamado “Several shades of why”. Con ese gesto, el nombre de Kurt Vile se matriculó en dos de los mejores discos del año pasado. El otro es su propio “Smoke ring for my halo”, lanzado un poco antes (en febrero) por Matador y recibido con universal aprobación, reflejada en comparaciones con próceres de la talla de Lou Reed, Townes Van Zandt o Alex Chilton.

Aunque es muy joven, el solista -nacido en Filadelfia y todavía ligado al circuito de bandas subterráneas de Pensilvania- acarrea un bolso con decenas de vivencias, documentadas con esmero por un sector creciente de la prensa, que se da cuenta de que es un excelente personaje. Cuesta creer, al escucharlo tocar guitarra, que se trata de un ex operador de carros montacargas que es padre y esposo, porque da la impresión de que ha pasado la vida entera sin hacer más que estar prendado de las seis cuerdas y de una colección de vinilos. Aunque algo de cierto hay en esa imagen.

“Soy un tipo realmente obsesivo. Absorbo música como una esponja. Hay un montón de referencias subconscientes en lo que hago, líneas, riffs. Nada viene del espacio exterior, todo pasa de generación en generación”, declaraba Vile al magazine virtual Prefix, en un episodio usual durante sus entrevistas. Inevitablemente, hablar sobre él es hablar sobre otros, sobre los que vinieron antes, un ejercicio al que se presta gustoso. La lista de bandas y cantantes a los que el estadounidense menciona es sustanciosa: acapara desde The Carpenters hasta The Stooges, pasando por My Bloody Valentine, Bob Seger y Neil Young.

Confeso cliente compulsivo de disquerías, Kurt Vile reconoce que todavía compra cassettes (porque su van de gira reproduce cintas) y que sus estaciones radiales favoritas son las de rock clásico. Ocho títulos, distribuidos en cuatro álbumes y cuatro epés, constituyen el cuerpo de trabajo de este guitarrista y cantante que repasa las lecciones aprendidas en cada uno de sus pasos. Su más reciente entrega, el doce pulgadas “So outta reach”, profundiza en lo mostrado por “Smoke ring for my halo”, que a su vez estaba conectado con los pasos anteriores. Un crecimiento en público que partió en 2008, en paralelo con la banda The War on Drugs, de la que Vile formó parte estable en el debut -“Whagonweel blues”- y junto a la que todavía colabora de manera esporádica.

Se cuenta que un entusiasta alguna vez describió la música de Kurt Vile como “si la marihuana pudiera tocar guitarra, sonaría así”. La fantasiosa y exagerada frase consigna la imposibilidad de rotular con exactitud una propuesta que su autor define como “folk épico”. Lo cierto es que el paso del tiempo ha convertido el sonido de inspiración drone del solista en un mosaico revisionista y de fácil acceso, en vez de hacerse complejo y ensimismado como se podría aventurar escuchando sus primeras grabaciones. Sus palabras al sitio Austinist.com lo dicen todo:“Estoy realmente cansado de esos compositores que complican las cosas más de la cuenta, los que escriben letras enredadas sólo para que luzcan bien”.

15.3.12

Joe Cocker: Energía renovable


Está erguido en forma tosca, mueve los dedos constantemente, se balancea con algo de torpeza y su rostro mantiene la expresión sufriente al cantar. A Joe Cocker todavía le quedan los gestos que inmortalizó en Woodstock con la Grease Band, esos que el genial John Belushi caricaturizaba en Saturday Night Live y que le valieron al cantante inglés un papel importante (aunque nunca protagónico) en el evangelio según Rolling Stone. A sus 67 años, y de canosa cabellera en éxodo, el de Sheffield se apoya en un grupo de seis instrumentistas blueseros y dos morenas con formación gospel en el coro, que lo ayudan a disimular el paso del tiempo en sus cuerdas vocales.

El truco funciona relativamente bien. No es fácil a ninguna edad salir del paso entonando versiones de "Feelin' Alright" (Traffic), "You can leave your hat on" (Randy Newman) o "Come together" (The Beatles), pero Cocker lo resuelve con dignidad. Después de todo, el cantante es por excelencia uno de los maestros del cover y un sobreviviente con todas las de la ley, pese a que se muestra cansado a poco andar el show. "Hard Knocks", el último disco de estudio del británico, no fue más que una excusa para que el solista viniera a nuestro país a hacer lo mismo de siempre: imprimir su aguardentoso sello en clásicos ajenos.

La sorpresa vino desde otro frente. Tras la empalagosa "Up where we belong", en que la corista presentada simplemente como Nikki se robó las luces y superó largamente a Jennifer Warnes, Joe Cocker sacó fuerzas de la nada para ganarse un espontáneo aplauso cerrado y de pie con "Unchain my heart" de Ray Charles. Cuando llegó el gran momento, "With a little help from my friends", el público ya estaba servido en bandeja de plata, envuelto para regalo. Un solo del teclista y los alaridos del inglés fueron el deleite de los que anoche llegaron a bañarse de nostalgia al Movistar Arena. Y ni siquiera fue el cierre. Al final, Cocker ganó la partida: el cansado no fue él, sino la gente. Varios se fueron antes de que el concierto acabara, y se perdieron sendos covers de Ella Fitzgerald ("Cry me a river") y Creedence Clearwater Revival ("Long as I Can See the Light"). Más sabe el diablo por viejo.

7.3.12

Matías Cena y Los Fictions: Si el norte fuera el sur


En Chile, uno de los fenómenos más atractivos de la década pasada fue la proliferación de cantautores. Solistas que, guitarra acústica mediante, entregaban su música online y también en el mundo real, donde fuera posible montar un concierto.

Universidades, bares y centros culturales se transformaron en epicentro de una tendencia que sirvió para que Matías Cena se diera a conocer. Con canciones melosas, que retrataban de forma patente la sensibilidad de la llamada "generación MySpace", el músico emergió gracias a material de calidad casera, el beneplácito de cierta prensa independiente y de colegas como Javier Barría, además de la simpatía que puede causar un solista capaz de añadir versos sampleados de Charles Bukowski al final de un tema ('Sales y salimos').

Con el paso del tiempo, el folk empezó a quedarle corto a Cena, quien dejó de tocar solo para empezar a probar un nuevo esquema, influenciado sonoramente por Conor Oberst (Bright Eyes) y Ryan Adams (Ryan Adams & The Cardinals) y acompañado por sus propios músicos. Primero bajo el nombre The Questions, editaron "A todos nos mintieron Vol. 2: Luxemburgo", la segunda parte de una saga iniciada por Matías en solitario, a través del EP "A todos nos mintieron: Spies Vol.1". El cambio de nombre vendría después, en homenaje al disco "Fictions" de Los Vidrios Quebrados, una de las piedras fundacionales del rock chileno, aparecido a fines de los 60.

"Arauco Cajun" es el nombre del segundo trabajo de este sexteto, conocido ahora definitivamente como Matías Cena & Los Fictions. Recién aparecido, el álbum fue editado por el sello independiente Algorecords, y su producción estuvo a cargo de Alejandro Gómez (de los grupos Guiso y Perrosky), uno de los pocos músicos latinoamericanos que ha trabajado codo a codo con el prestigioso estadounidense Jon Spencer (Blues Explosion, Heavy Trash).

De Chile y country rock, de lucha cajun y mapuche, y de cómo el norte puede ser el sur y viceversa, conversamos con Matías Cena.

¿Qué opinas de otros grupos chilenos, como Los Bandoleros o Andrés Lecaros y Los Forajidos, basados en el imaginario country rock, pero de carácter paródico y opuesto al de ustedes?

De ambas bandas tengo buenas impresiones de su música y lo que hacen, llevan mucho tiempo tocando y eso es muy admirable. Su estilo es bastante entretenido, pero no se parecen ni un poco a lo que hacemos con Los Fictions. Lo nuestro es menos forzado y más natural. Menos estereotipo country y más musical. Nosotros no somos vaqueros tocando country, somos musicos interpretando un estilo hermoso.

¿Entonces tu música puede ser considerada fruto de la globalización?

Claro. Gracias a la globalización y al exceso de información que puedo recopilar de cualquier lugar del mundo, logro tener una visión más compleja y documentada sobre ese estilo de música, sin quedarnos en lo superficial. Más que mi visión como chileno que vive a miles de kilómetros, es mi visión como revisionista e historiador de la música.

¿Consideras que "Arauco Cajun" es realmente tu primer disco junto a la banda? Tienen uno previo, pero aparte de que firmaban con otro nombre, "Luxemburgo vol 2" dejaba la impresión de todavía era sólo tuyo; en cambio, ahora se nota más fiato grupal.

"Arauco Cajún" es un disco de banda. Se nota en su formulación y su interpretación, además de la forma en que está grabado. Es un compendio de las aventuras y desventuras de una banda durante dos años. Además, gran parte de la composición musical del disco se debe a la creación de cada uno de los instrumentistas. Eso hace que cada canción tenga seis puntos de vista diferentes. Eso es tener buena fortuna.

¿Fue muy complicado reclutar gente para un grupo con una propuesta poco usual? Conor Oberst y Ryan Adams, tus influencias más notorias y cercanas, no suelen ser referentes en Chile.

Más duro que conseguir a los músicos, es conseguir los instrumentos y que alguien pueda tocarlos después de la excelente forma que ahora lo hacen Los Fictions.

¿Cómo fue para ti mezclar tus vivencias y lenguaje con un imaginario ajeno a tu entorno? En el disco, por ejemplo, hay referencias a ropa Zara, pero también a viejos autos Ford y a cosechas.

En general, al momento de escribir canciones, siempre he buscado caer lo menos posible en lugares comunes. Indagar en tu propia historia, referencias, anécdotas o referencias socio-culturales es la mejor forma de lograrlo. Cada uno es un ser completamente distinto a otro con historias diferentes y eso crea un mar de ideas por persona. Ahora, acercar esas ideas a tópicos universales de un estilo es la gracia y la puntada final. Hago que esas referencias country sean tan mías como de un joven de 24 que vive en Austin, Texas.

Según tú, ¿dónde está Arauco y dónde está la cultura Cajun en el disco?

Nombrar el disco como "Arauco Cajun" no es sólo conceptualizar la música (en gran medida sí, es una presentación al estilo), sino que también busca honrar a los mártires de una lucha que nunca termina en el sur de nuestro país. También es una forma de buscar una identidad personal, increíblemente perdida durante tantos años de adolescencia y juventud. Lo Cajun está en la apropiación cultural, en el uso de mandolinas y laps. En las mismas similitudes que hay entre la persecución racial a los cajun y a los araucanos. Es guerra, sangre y derrota física, pero es una victoria moral y social constante.

2.3.12

Roger Waters: Pensar en grande


Roger Waters canta y aplaude con las palmas en el aire, detrás de los niños que lo acompañan en "Another brick in the wall part 2". Su entusiasmo no parece el de un veterano rockero que está reviviendo glorias pasadas, enfrascado en la edificación de un monumento a su ego desaforado. Más bien luce como un artista genuinamente conmovido ante el concepto que defiende. En el plano de las ideas, "The wall" sigue siendo una victoria para el músico inglés, aunque también es un espectáculo lleno de exquisitas contradicciones.

A nadie más que Waters, la clase de genio que pasa la juventud absorto en sus tribulaciones, se le podría ocurrir hacer un dúo consigo mismo (en "Mother" toca acompañado por una antigua grabación de su época con Pink Floyd). El actual solista presenta el video haciendo una autocrítica, disociándose de su antiguo y atormentado personaje, pero es la obra de ese treinteañero atormentado la que anoche se convirtió en uno de los conciertos más perfectos jamás vistos en Chile.

Universales y tan humanas que no parecen salidas de una megaestrella, las contradicciones. de Roger Waters nos enrostran nuestras propias falencias, las de una sociedad disfuncional ("Goodbye blue sky") que es la delgada pista de hielo sobre la que todos patinamos ("The thin ice"). Cuando el muro está casi terminado, en la estremecedora "Don' leave me now", desaparece la separación entre la actualidad y estos temas compuestos a fines de los 70: aparte de imaginería actualizada, el británico tiene a su favor que el mundo y sus habitantes se apartan cada vez más entre sí, pese a la ilusión de conectividad de la era digital. Prácticamente, no es necesario esfuerzo alguno para identificarse con los mensajes que hilvanan el show. Llevado a sus ideas, Waters pone en jaque las convicciones que hacen andar al mundo, para reemplazarlas con la siempre fértil semilla de la duda. Y de paso, le da una lección a una industria discográfica que progresivamente pierde el intelecto: mientras valga la pena, todavía se puede pensar en grande.

1.3.12

Diego Torres: Bailar con la fea


Al lado de Luis Miguel, el cantante más vendedor en la historia de Chile, cualquiera es un telonero. Desde la obertura, reloj en mano, la mayoría de los presentes contaba los minutos para ver al astro mexicano. Pero el cariño (sin duda matizado de respeto y paciencia) alcanzó para Diego Torres, quien comenzó su cuarto show en Viña sin grandes éxitos y con un saludo que encontró tibia respuesta desde la repleta Quinta Vergara.

La clásica "Penélope" de Serrat, al piano, logró su cometido: sacar del letargo indiferente al "Monstruo". A punta de simpatía y diálogo, el trasandino equilibró paulatinamente las cosas a su favor, apoyado con visuales de su familia, además de una mención al terremoto (a estas alturas, una suerte de comodín para músicos internacionales que llegan a Chile). Otro cover, "Samba para olvidar" de Mercedes Sosa (con la mismísima "Negra" cantando desde la pantalla gigante), puso la nota alta del show.

Después de "Tratar de estar mejor", en una reposada versión, llegaron los primeros gritos pidiendo antorcha, reforzados por los dichos del cantante, quien se declaró feminista y mencionó a las presidentas femeninas de Latinoamérica. Tampoco se hizo esperar el homenaje a Spinetta, mediante "Muchacha ojos de papel" de Almendra, en un acto que no debiera extrañar, pese a lo poco rockero del perfil del músico (que también ha tributado a Sumo). Junto a Mala Rodríguez, en "Mirar atrás", y coreando "Oye como va", Diego Torres comenzaba a redondear un concierto en el que partió bailando con la fea y acabó convenciendo a un público que no era el suyo.

Luis Miguel: Tan lejos, tan cerca


Hispanoamérica conoce a Luis Miguel desde que era un rubio y bronceado púber, aunque prácticamente nadie sabe quién es la persona detrás de la voz impostada y la sonrisa millonaria. Porque ese tipo vestido con traje negro a la medida que está bajo los focos de la Quinta Vergara no es una persona, sino un personaje robótico, distante y perfecto, demasiado perfecto para ser verdad. Sus canciones, que cada vez son más parejas, hablan del amor romántico como si fuera la mayor hazaña a la que un humano pudiese aspirar, casi una gesta heroica. Nadie se detiene a pensar en lo llamativo de la contradicción entre la actitud del solista y su música, porque la sola presencia del azteca basta para poner de cabeza a Viña del Mar.

Puede que los ídolos adolescentes arranquen gritos desaforados y agudos, pero nada de eso se compara a la bienvenida que recibe Luis Miguel, tras la introducción de su banda. Son las gargantas de al menos tres generaciones vitoreando al mexicano, cuyo show comienza tal como el que trajo en noviembre pasado a Chile con " Te propongo esta noche", "Suave", "Con tus besos", "Tres palabras"y "La barca". Letras confesionales que no se condicen con el carácter intérprete, pero que alimentan la fantasía en torno al astro. Un éxito y luego otro y otro, sin parar, conforman su cuarto paso por la Quinta Vergara, enmarcado en la celebración del trigésimo aniversario de su carrera.

"Por debajo de la mesa" y "Somos novios" pasan para deleite de la mayoría femenina, indiferente a la baja temperatura y a la hora (el show comenzó cerca de la 1 de la mañana), mientras que el dueto virtual con Frank Sinatra, "Come fly with me", muestra lo inextinguible que puede ser un gran tema pese a cumplir 55 años. Luis Miguel aspira al mismo tipo de inmortalidad, como demostraron las miles de personas que cantaron junto a él en el inclemente medley que incluyó "Palabra de honor" "Entrégate" y "La incondicional". Una postal que se repetiría a lo largo del concierto. ¿Quién es Luis Miguel? Nadie lo sabe, pero por eso todos quedan pidiendo más.

Morrissey: Celebrar la diferencia


Años luz de distancia separan a Morrissey del resto de los artistas anglo que han venido al Festival de Viña últimamente. Sus credenciales aplastan categóricamente a las de números de segunda o tercera mano como Toto, Journey, Kansas o Simply Red; grupos que han llegado a Chile sin continuidad, pese a que lograron complacer al sector menos exigente del público, aquel que no se preocupa de que quienes pisan la Quinta Vergara sean gravitantes en la historia de la música pop. Pues bien, “Moz” (como le apodan cariñosamente sus fans) tiene argumentos de sobra para estar en el evento más mediático del verano y, a sus 52 años, llega a Chile convertido en una suerte de animal mitológico para su amplio espectro de seguidores.

El culto a Morrissey en nuestro país comenzó lentamente, afectado por el retraso con el que las modas del primer mundo aterrizaban en Sudamérica, en la era pre internet, pero se instaló con inusitada fuerza y hasta el día de hoy es común ver el rostro del británico protagonizando afiches de fiestas en discotecas santiaguinas. La imagen más habitual del cantante es la de su primera época en solitario, tras la disolución de su grupo, The Smiths, caracterizada por un altísimo jopo y una indescifrable expresión facial. Esas fotos, tomadas a fines de los 80 y comienzos de los 90, son fáciles de encontrar en poleras, chapitas, pósters y todo tipo de merchandising que se pueda imaginar. Son el paradigma de un tipo de belleza fuera de lo normal, en un mundo atestado de famosos arquetípicamente lindos, justamente la primera idea de la que “Moz” se declara defensor: el derecho a ser distinto al resto.

Steven Patrick Morrissey creció en el seno de una familia irlandesa y católica, afincada en los suburbios de la industrial ciudad de Manchester, pero nunca se sintió identificado con su entorno. A temprana edad, dio muestras de que sería un tipo especial y así empezó a manifestarse en su adolescencia, marcada por la depresión, constantes caminatas bajo la lluvia y largas horas de escritura. Cuando conoció al guitarrista Johnny Marr, a los 23 años, el futuro cantante ya era un sujeto excéntrico, y de la química entre ambos nació The Smiths, banda que en apenas un lustro dejó un rastro indeleble en el pop inglés gracias, en buena medida, a sus letras intensas y de un sentido del humor único. Características que propiciaron la leyenda sobre su personalidad, admirada en forma confesa por personajes de la talla de Noel Gallagher y Bono, quienes no dudan en citarlo como uno de sus principales inspiradores.

Luego de discos esenciales como “Meat is murder” y “The queen is dead”, el cuarteto se disolvió por decisión de Marr en 1987 y, a los pocos meses, Morrissey comenzó el periplo solista que lo trae a Viña del Mar en su tercera visita a Chile, luego de exitosos pasos en 2000 y 2004. Clásicos como “Suedehead”, “Everyday is like Sunday”, “The more you ignore me, the closer I get” y “Boxes” pavimentaron el éxito commercial y artístico del mancuniano, férreo defensor de los derechos animales (en julio pasado causó polémica al comparar el asesinato de 93 personas en Noruega con McDonald’s y Kentucky Fried Chicken) y crítico acérrimo de la Corona inglesa. Iconoclasta donde los hay, también ha apuntado sus dardos, por diversos motivos, en contra de Elton John, Tony Blair, David Bowie y Madonna; sin temor alguno a las represalias que sus dichos causen.

En Viña, “Moz” mostrará una retrospectiva de su trayectoria: temas de su autoría como solista,  y con The Smiths, en lo que promete ser una jornada inolvidable para sus fans, pero también muy reveladora para quienes todavía no lo suman a su discoteca personal. “The Very Best Tour” se llama la gira que el artista presentó durante el año pasado por Europa y Estados Unidos, tocando desde “There’s a light that never goes out” (revitalizada una y otra vez en series, películas y fiestas) hasta “When last I spoke to Carol” (de su aplaudida última entrega, “Years of refusal”), pasando por cortes del más alabado de sus trabajos, “Your Arsenal” de 1992. Instalado en Santiago hace algunos días, Morrissey ha dado a conocer su lado amable a los fans chilenos, consciente de que en nuestro país concentra uno de sus públicos más fieles en el mundo: miles de personas que lo ven como un ídolo misterioso, un mesías intelectual, homoerótico y autoexiliado del común de los mortales, pero sobre todo, un vocero de los que se niegan a ser del montón.

Camila: Pan y circo


Si la música de Camila fuera comida, los diabéticos no podrían probarla. Acaramelada hasta el absurdo, la impronta del grupo mexicano popularizado en televisión por Edmundo Varas se pasea entre el soft rock y el pop meloso, sin un atisbo de la peligrosidad que el look de sus integrantes insinúa. Los peinados y la ropa son la única característica de chicos rudos que los miembros del trío cultivan; el resto es amaneramiento y delicadeza mal entendida: vulgaridad no es ni será nunca sinónimo de romanticismo. De lo que sí es garantía es de éxito en Viña, en la noche más latina de las seis programadas en el festival, cuyo público se entrega de lleno a las canciones del poco prolífico grupo.

Dos discos en siete años de carrera ("Todo cambió" y "Dejarte de amar") lleva esta banda, dispuesta a sacarle el jugo a sus composiciones, que pese a estar al borde del autoplagio y figurar entre lo menos lúcido que el pop azteca de corte masivo  nos ha entregado últimamente, consiguen establecer un clima de complicidad con la Quinta Vergara. Después de todo, estas son las canciones con las que se enamora un enorme  sector de la generación que enciende celulares en vez de encendedores y que grita en vez de aplaudir, nuevos códigos que Camila maneja al revés y al derecho. En temas como "Mientes", "Abrázame" y "¿Dejarte de amar" hay auténtico dramatismo, aunque con la profundidad de una teleserie tropical para después del almuerzo.

Mario Domm, Samuel Parra y Pablo Hurtado montan un espectáculo basado en su capacidad para mostrarse como tres caudillos románticos. Un perfil bien estudiado, a lo largo de años aspirando a la fama y trabajando para otros. Aunque usan instrumentos, son prácticamente una boyband, demasiado dependientes de su imagen como para ser tomada en serio. Pero la sobreactuación del grupo, finalizada "Alejate de mí" (justo antes del ingreso de los animadores), los hace acreedores de las antorchas de oro y plata, exigidas a gritos por la enardecida galería. "Sólo para ti" les vale la Gaviota de Plata, celebrada con "Coleccionista de canciones". El resto fue un trámite: pan y circo, disfrazado de discursos pro igualdad y fe. Un punto a favor de los clichés y otro en contra del romanticismo con buen gusto.

Marc Anthony: Alta pureza


Cambian los gustos y también los prejuicios. Si hace 20 años la música tropical -en su generalidad- era considerada “picante”, o al menos una preferencia que los más acomplejados omitían en público, hoy el panorama es distinto. Al lado de géneros como la nueva bachata, el reggaeton o la cumbia villera, la salsa es garantía de elegancia. Con “Aguanile” del mítico Héctor Lavoe, aparecida en la película “El cantante”, Marc Anthony inició una sesión en vivo impecable, que superó con creces lo mostrado la noche anterior por Luis Miguel. Alardes de su prestancia vocal, una banda numerosa y mancomunada en torno al ritmo, además de histrionismo a toda prueba, fueron las credenciales con las que el neoyorquino entró por la puerta grande al salón de la fama de Viña.

Bailarín, vocalista, maestro de ceremonia, director de orquesta, actor. Las facetas de Marc Anthony se desplegaron en un show que funcionó en dimensiones que van más allá de las propias de un concierto. Gracias a su formación actoral, las cámaras también jugaron un rol importante porque el músico no sólo se preocupó de cumplir en el micrófono, sino también de sazonar cada tema con expresiones faciales y ademanes que evidenciaban su enorme conciencia del espectáculo y de las cámaras presentes. Exacerbar las emociones era la consigna, aunque no se trataba de un montaje: la conexión con el público de Viña fue genuina y palpable desde que el artista subió al entarimado. “Y hubo alguien”, “Valió la pena” y “Hasta ayer” consiguieron que la Quinta Vergara le rindiera pleitesía al puertorriqueño por ascendencia.

En su primera vez en Viña, el solista se emocionó, lloró y besó el escenario como un ídolo de antaño. Este segundo paso por el festival no podía ser menos y legó a la memoria colectiva una versión –presuntamente improvisada- de “¿Y cómo es el?”, en compañía de José Luis Perales, incitado por el “monstruo” a iniciar un dúo que terminó con Marc Anthony de rodillas ante el español. De ahí en más, el resto de la presentación siguió viento en popa: “Contra la corriente” y el lucimiento de las percusiones, el cover de “Hasta que te conocí” de Juan Gabriel, la celebrada “Te conozco bien” y el cierre con “Tu amor me hace bien”. Ni siquiera la Gaviota de Oro sirvió para compensar semejante entrega y el show acabó entre gritos que exigían un trofeo de platino que nunca llegó. Al menos por lo mostrado en el escenario, Marc Anthony lo merecía más que Luis Miguel.

Morrissey, al debe


Aunque ya era la nota bizarra del festival, Morrissey avivó el cariz anómalo de su presencia en Viña 2012 durante su estadía en Santiago los días previos al show. Se mostró excesivamente cercano, sin el divismo que lo caracteriza, y confirmó que vestiría un diseño de Ricardo Oyarzún con motivos religiosos. Era la forma en que el solista inglés le anunciaba al público y la prensa que su tercera visita a Chile sería algo fuera de lo común. Los videos de Sparks y New York Dolls (dos de sus grupos favoritos, desconocidos por la gran masa), proyectados en la Quinta Vergara justo antes del concierto, presagiaban lo que finalmente ocurrió: el cantante impondría sus términos, en vez de seguir el conducto regular y la dinámica del certamen.

La cancelación de la competencia folclórica sólo fue un detalle entre tantos. Sin usar las pantallas gigantes más que para exhibir unas pocas visuales, Morrissey apareció en escena y de inmediato se dejó caer al suelo. Un tema de The Smiths, “I want the one I can’t have”, inició un repaso por el catálogo del excéntrico músico, quien priorizó las canciones de su última gira (“The Very Best Tour”), un compendio más dirigido a los iniciados, en detrimento de singles conocidos como “Suedehead”, “Boxers” o “Alma matters”. Del prometido show compuesto sólo de grandes éxitos, escogidos especialmente para la ocasión, ni luces. A cambio, el “monstruo” recibió la inédita “People are the same everywhere” o el poco bullado sencillo “Ouija board, ouija board”.

El deficiente sonido del comienzo, que opacó las ejecuciones de “First of the gang to die” y “You’re the one for me, fatty”, mejoró notablemente con el paso de los minutos, y llegado el primer clímax de la presentación, “There is a light that never goes out”, no era más que un mal recuerdo. Morrissey tenía en sus manos la posibilidad de armar un karaoke gigante, pero intercaló hits de la talla de “Everyday is like Sunday” con temas de más bajo perfil como “I will see you in far-off places”, tal vez en un intento de complacer a los fans acérrimos y a los novatos. Luego de bromear con la palabra “gaviota”, exigida unánimemente desde las gradas, y tras una lamentable intervención de Rafael Araneda (pese a el inglés exigió en su contrato no ser interrumpido), el solista abandonó el entarimado tras “How soon is now?” de The Smiths, pese a tener preparado un bis bajo la manga. Un final abrupto que dejó el ambiente enrarecido y un gusto a poco en el paladar de la consternada audiencia, que dejó la Quinta Vergara más temprano de lo que deseaba.

Los Bunkers: Clase magistral


Ni siquiera los próceres como Luis Miguel y Salvatore Adamo se salvaron de los baches de audio, pero Los Bunkers arrancaron sonando como a la perfección, prístinos y potentes, dignos del status internacional que ostentan. Más cancheros que nunca, los penquistas bromean tildando de "flojo" el acompañamiento del público en "Las cosas que cambié y dejé por ti", y critican los cantos antipinochetistas de la galería por obsoletos (luego de "Santiago de Chile"). Es que el efecto que causan es totalmente anacrónico, fuera de tiempo. Los Bunkers son el eslabón perdido, la última gran banda chilena de los 90, pero también las primeras estrellas nacionales de la década pasada.

Sobre los hombros del quinteto reposan años de tradición, no sólo criolla, sino también latinoamericana. La Santa Muerte mexicana aparece en la pantalla, además de Salvador Allende y Violeta Parra ("La exiliada del sur"). Su contemporáneo y amigo, Manuel García, los acompaña para recrear "Al final de este viaje en la vida" de Silvio Rodríguez, que presentan aludiendo a la opresión de la dictadura militar, tal como lo hacen al tributar nuevamente al cubano en "El necio". Del arsenal propio, el empalme sureño desenfunda "Pobre corazón", lejos lo más guitarrero que ha sonado en este festival poco dado a los decibeles, que sin embargo clama por más números rockeros: los gritos pidiendo gaviota, como pocas veces este año, no necesitaron la mediación de los animadores.

En buena lid, Los Bunkers derrocharon calidad y comprobaron su supremacía en el plano local, a punta de buenas canciones. Nada de llanto, nostalgia, ni discursos baratos; sólo buen gusto e incluso uno que otro sabroso mensaje oculto, como las notas de "Strangelove" de Depeche Mode que aparecieron -como de costumbre- mientras se desvanecía "Llueve sobre la ciudad". Pero, aunque la banda usa bastante material ajeno, sus neoclásicos ("Miño", "Fantasías animadas de ayer y hoy", "Canción para mañana") bastan para despertar las pasiones del "monstruo". En una última nota de distinción, el grupo no se vale de la figura de Felipe Camiroaga al ejecutar "Ángel para un final", confiado en su propia valía musical, como corresponde. El mejor show de Viña 2012 no secó los bolsillos de la organización, ni le causó jaquecas a los productores del evento con exigencias ridículas. Así se hace.

Manuel García: Poder de síntesis


No es un aparecido, ni uno de esos típicos jurados que actúan como relleno. Manuel García pertenece al tristemente corto listado de músicos chilenos que pueden jactarse de llenar el Teatro Caupolicán y vender discos todavía. Mezcla de poeta rockero y trovador sensible, el nortino ha labrado prestigio de la mejor forma: lento, pero seguro. Ya sobrepasa los 40 años de edad, así que tiene dominada la ansiedad que suele corroer a los artistas que recién cosechan éxito. Tranquilo, el solista se vale de su guitarra acústica al comienzo de su acotada, pero intensa, intervención festivalera. Lo acompaña su banda, que espera la finalización de "Témpera" y "Tu ventana" para empezar a tocar "Vida mía". Por ahí, un pequeño acople amenaza con aguar la pulcritud del sonido, pero el percance no pasa a mayores.

La letra de "Alfil", que menciona las marchas estudiantiles, consigue la primera reacción fervorosa del público. Como ningún otro artista del certamen, a excepción de Los Bunkers, Manuel García tiene los pies bien puestos sobre la tierra. Pese a llevar días inmerso en la vorágine del evento viñamarino y su circo de vanidades, el solista tiene el gesto de leer una carta dirigida a Piñera, recordándole sus deudas con la educación y también los problemas en Cabildo, Dichato, Aysén y Temuco.

Encomiable, el poder de síntesis del ariqueño dejó ver en pocos minutos el porqué de su exponencial popularidad. De un momento a otro, pasa de la guitarra acústica a la eléctrica con la misma facilidad que recita un poema ("La danza de los manueles"), canta sobre los provincianos que llegan a Santiago ("La gran capital") y, en un arranque de genial chilenismo, imita el ya famoso paso de la muerte de Dinamita Show y declama el discurso de la victoria electoral de Allende durante la misma canción ("El reloj"). En apenas nueve temas y medio, contando el extracto a cappella de "Los colores" que hizo luego de llenarse las manos de galardones, Manuel García amarró uno de los triunfos más contundentes y merecidos de Viña 2012. La próxima vez, de seguro, no será tan breve.

Luis Fonsi: Míster simpatía


Luis Fonsi no deja de sonreír, ni siquiera cuando entona su lacrimógena "Quisiera poder olvidarme de ti". Por su actitud risueña, el sanjuanero le cae bien a la prensa y a sus fanáticas, que se deshacen gritándole "mijito rico". Él responde gustoso, complacido por la aceptación que genera. Contento, señor, contento. Después de todo, ¿quién no estaría feliz consiguiendo fama y millones a base de ramplonería? Enfundado en estricto negro, tal como Luis Miguel y Marc Anthony, el solista es rodeado por dotadas chicas y musculosos tipos en "Me gustas tú", y después asegura que "estoy romántico todavía, en un ratito bailamos juntos".

La Quinta Vergara conoce al dedillo sus éxitos, como "Llueve por dentro" o "Imagíname sin ti", presentada con falsa modestia diciendo "no sé si se acuerden de esta canción". Luis Fonsi es un graduado con honores de esa academia centroamericana que fabrica solistas en serie, y maneja con precisión el arte de caer en gracia, sin salirse jamás de libreto.  Y su arsenal de ideas es tan corto como su estatura: toca uno de sus sencillos recientes, "Gritar", que habla sobre la felicidad con la misma escasez alarmante de recursos líricos con la que alguna vez tituló "Palabras del silencio" a uno de sus discos.

Pero a nadie le importa. El boricua baila en la pasarela, luego usa el escenario secundario dispuesto en la platea y los alaridos de sus devotas ayudan a ocultar que el sonido de su banda deja bastante que desear. Bandera chilena en mano, entona "Se supone", antes de ser asediado por fanáticas en su camino de vuelta a la tarima principal. La gente lo quiere, es innegable. El "monstruo" valora la simpatía, por algo Zip Zup la noche anterior se retiraba victorioso tras un show humorístico tan deficiente como Fonsi en lo musical. "¿Quién te dijo eso?", "Explícame" (con alusiones a "Bette Davis Eyes" de Kim Carnes), "Abrazar la vida" y "Respira" pavimentan el camino hacia el tercer triunfo del cantante en Viña. Un éxito que aumenta en forma proporcional a la cansina repetición de conceptos que el puertorriqueño explota. La ley del menor esfuerzo tiene un nuevo niño símbolo.

Prince Royce: Hasta agotar stock


La duda aflora al escuchar su primer y único disco, demasiado digital y retocado para ser creíble. ¿Qué tal sonará Prince Royce en vivo? La respuesta demora, por la reacción desaforada de la gente en los minutos iniciales, pero llega. En concierto, el neoyorquino tiene el mismo hilo fino de voz que ha conquistado miles de corazones adolescentes. Poco y nada es lo que se escucha del autodenominado príncipe de la bachata, que no obstante provoca el delirio de la fiel galería que no se despegó de las gradas y esperó hasta las dos de la madrugada para ver su debut en Viña.

En compañía de una banda correcta, y con las percusiones y el güiro como sus mejores aliados, Prince Royce se prueba el uniforme de Daddy Yankee como nuevo comandante en jefe del ritmo de moda. Chao, reggaeton; tu hora llegó. Su reemplazo es un estilo igual de monótono, pero con más historia y menos agresividad. Lo representan canciones de amor, con títulos como "El amor que perdimos", "Corazón sin cara" o "Mi última carta", que tienen solapadas referencias al matrimonio, los desórdenes alimenticios y la paternidad prematura. Tópicos que resuenan en una generación que adora al solista del Bronx como si se tratara de una figura mesiánica.

Pero, a menos de que Prince Royce amplíe su repertorio de trucos, la fiesta será corta. Al cabo de un rato, aburre lo parejo de su interpretación, que no enfatiza nada y acude repetidamente al mismo fraseo. Ni la -por enésima vez- remozada "Stand by me", ni el grupo de mariachis que toca en la todavía inédita "Incondicional" (nada que ver con Luis Miguel), lo salvan del flagelo que es conocer apenas una fórmula. Abanderarse con un género es una cosa, pero otra bien distinta es carecer de inventiva. Diseccionar la propuesta de Prince Royce es tan fácil como ser un veinteañero afinado y con buena pinta, cantar sobre amor y conmover a quinceañeras con las hormonas en plena ebullición. Podrá vendernos la fantasía tropical, pero detrás de la calidez y soltura que intentan proyectar sus temas se esconde un plan fríamente calculado. Sin ir más lejos, aquel "ceacheí" espetado por el vocalista estaba escrito de antemano en la hoja con el setlist. Por culpa de esos gestos existe el cinismo.

José Luis Perales: Estaba escrito


Mejor compositor que intérprete, como es sabido, José Luis Perales no exhibe una gran voz. Y ni falta que le hace. En el terreno de las melodías, el español aventaja a colegas como Serrat y Sabina, letristas mejor dotados que el de Cuenca, pero no tan avezados si se trata de cantarle al amor. Al español ya lo vimos junto a Marc Anthony, en uno de los pasajes inolvidables de este año en la Quinta Vergara, y los más sagaces pudieron advertir que su garganta da claras señales de agotamiento. El fuerte del autor de "¿Y cómo es él?" y "¿Por qué te vas?" se concentra en el peso se su figura y en la connotación de sus temas, que hace casi 40 años exploran las posibilidades del romanticismo chapado a la antigua con mayor número de aciertos que de tropiezos. Ahí están los sólidos argumentos del solista para abrir la noche final de Viña 2012.

Estaba escrito que Perales sería bien aceptado por el "monstruo". Escoltado por una banda de acompañamiento compuesta por siete músicos, el ibérico quemó de inmediato sus primeros cartuchos al entonar "Me llamas", "Un velero llamado libertad" y "Quisiera decir tu nombre". El presidente del jurado folclórico e internacional cumplió su promesa de hacer un show retrospectivo, cargado a las creaciones que le han dado fama y prestigio, aunque también estrenó un tema de "Calle soledad", su venidero álbum, titulado "Morir por ti".

Los días que el eximio solista ha pasado en la Ciudad Jardín dejaron huella en su show, en el que aprovechó para solidarizar con las localidades afectadas por los incendios que la noche anterior obligaron a posponer la premiación del certamen. A sus 67 años, José Luis Perales todavía es capaz de brillar en vivo ("Y te vas", "Sigo enamorando) y cautivar al "monstruo" ("La llamaban loca"). Es el testimonio de la vigencia de un autor versionado hasta la saciedad por un rango de artistas que va desde Mocedades hasta Attaque 77, pasando por Julio Iglesias. Sólo basta que se pare sobre un escenario para sumar galardones a su abultada vitrina de trofeos. La categoría no tiene fecha de vencimiento.

Juan Luis Guerra: Señal abierta


Con el debido respeto a las proporciones, la puesta en escena de Juan Luis Guerra es una suerte de “Zoo TV” de U2 a escala reducida y tropical. Se llama “Guerra TV” y es el concepto que engloba el último espectáculo del dominicano, que puso en la calle su nuevo trabajo, “Colección cristiana”, la misma noche de su presentación como número casi final de Viña 2012 (el evento fue cerrado definitivamente por las canciones ganadoras de la competencia).

La transmisión en vivo y en directo del imaginario canal se inició
cerca de la una de la madrugada e intercaló temas recién salidos del horno (“Son del rey”, “Las avispas”, “En el cielo no hay hospital”) con éxitos probados del calibre de “La bilirrubina”, “Bachata rosa” y “La cosquillita”. Juan Luis Guerra y ese combo hiperquinético que lo acompaña hace más de dos décadas, los 440, están acá para limpiar el nombre de la mancillada bachata, uno de los tantos géneros afro-caribeños que ejecutan con certera precisión, además del son y el merengue.

Al compás de “A pedir su mano”, la Quinta Vergara concentra todas las fiestas en una; matrimonios, carretes mechones, cumpleaños y un larguísimo etcétera. El hábitat natural del dominicano es cualquier lugar donde haya gente con ganas de pasarlo bien y sacudirse la mala vibra, y por eso el “monstruo” sintoniza feliz esta señal abierta, necesaria luego de un evento que, a lo largo de sus seis días, le sacó canas verdes al público por numerosos motivos. Juan Luis Guerra, confeso creyente, fue el buen pastor de miles de ovejas que no tenían ganas de volver trasquiladas a sus casas. A ver si Prince Royce
aprende alguna vez.