26.7.12

Nader Cabezas - El hijo del monstruo

Difícilmente habrá en Chile un caso más emblemático de alianza entre poesía y música que “Alturas de Machu Picchu”, el legendario disco de Los Jaivas en que los versos de Pablo Neruda cobraron forma de rock progresivo, publicado en 1981. Pero la costumbre de tomar poemas y llevarlos al formato canción nunca ha dejado de existir en nuestro país. Algunos casos recientes: el rapero Cevladé rimando a Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud en el estupendo EP “Demonio maravilla”, y el proyecto Aspasia sampleando una lectura de Mario Benedetti (“No te salves”) en clave post rock.

En esa lista de intérpretes locales -que comprende nombres tan dispares como Andreas Bodenhofer, Dracma y Ginette Acevedo-, uno de los últimos ingresos es el curicano Nader Cabezas. Con un sonido emparentable al revival ochentero anglosajón, el cantautor de 34 años paga tributo a un coterráneo maulino, Pedro Antonio González, con una rendición de ‘Asteroides 39’ al comienzo del disco “El hijo del monstruo”.

Dueño de otros dos títulos (“Día blanco” y “Caminos, barrios y gente”) y una aparición en la banda sonora de “La vida de los peces”, Cabezas es uno de los últimos refuerzos del netlabel Le Rock Psicophonique, fundado por Inverness. Y tal como esa banda, amiga de los pedales y el sonido shoegazer, el solista derrama guiños a la Inglaterra de hace 20 años, aunque se inclina por lo afable: las canciones de “El hijo del monstruo” son guiadas por el ritmo y la melodía, y no aspiran convertirse en densos muros instrumentales.

Junto a Washington Abrigo, guitarrista de Inverness, Nader Cabezas elabora un pop bohemio y anhelante, no sólo por la nostalgia que suponen sus influencias, sino por el tono de sus letras. “¿Qué fue de ti? ¿Alguien se acuerda de tu historia?”, pregunta en la muy bien lograda ‘Doble en el espejo’; “Y es que hay tantas cosas que ahora nos separan, y todas tan hermosas que cuesta caminar de vuelta”, afirma en ‘Escaleras’, otro de sus varios aciertos.

A lo largo de “El hijo del monstruo” se repiten los umbrales, los accesos de un lugar a otro, las salidas que son entradas y viceversa. La figura aparece encarnada por pasillos y laberintos (‘El hijo del monstruo’, ‘Escaleras’), puertas (‘Trigo por lluvia’, ‘Doble en el espejo’) y escaleras (‘Botones negros’); en un contexto descrito con insistencia como oscuro y húmedo, gobernado por las sombras y el agua.

Lamentablemente, la inclusión de dos composiciones originales en inglés (‘Flashlight’ y ‘Lazarus’), hacia el final del disco, empaña lo que hasta ese momento era un repertorio afable y digno de canturreo. Ni siquiera el cierre, con un cover de la inmortal ‘Bette Davis eyes’ de Kim Carnes, compensa el desafortunado giro que toma el álbum cuando la tentación de sonar universal se torna un involuntario paso hacia lo genérico. Pudo haber sido un precioso EP de seis canciones, pero en vez de eso es una colección de nueve temas que padece el mal del caballo inglés.

25.7.12

The Gaslight Anthem - Handwritten

Mirarse al espejo

Vale la pena preguntarse si todos los quejumbrosos, esos que patalean por la falta de agallas en el rock contemporáneo, han escuchado alguna vez a The Gaslight Anthem. El cuarteto liderado por Brian Fallon, un heredero a partes iguales del género americana y del punk, lleva las últimas temporadas escalando una montaña en cuya cima se encuentran sus héroes musicales de infancia y adolescencia (Bruce Springsteen y Tom Petty). En 2007, el grupo debutó con el correcto “Sink or swim”, para luego pegar un batatazo en la forma del soberbio “The 59 sound”, uno de los últimos títulos imprescindibles de la década pasada, descrito por los entusiastas como la clase de disco que The Killers anhelaba –y falló en conseguir- cuando lanzó “Sam’s town”.

Esa aleación de nostalgia por épocas que nunca se han vivido, ansia melódica y frontal rock vieja escuela marcaría a fuego la carrera de The Gaslight Anthem, enfrentados de golpe a las sombras: las de sus ídolos primero y luego la de su prematura obra cumbre. El intento de exorcizar la maldición llegó en 2010 con “American slang”, álbum teñido por el noble soul de los sellos Motown y Stax, un legado en el que Fallon –prolífico y empecinado obsesivamente en ampliar su rango de acción- profundizó con el recomendable proyecto paralelo The Horrible Crowes y su único trabajo a la fecha, “Elsie”.

Ahora comienza la era de “Handwritten”, una etapa decisiva para las altísimas aspiraciones del grupo. “Por primera vez, no estoy asustado de que a la gente no le guste este disco. No me importa lo que Bruce Springsteen o Eddie Vedder o cualquiera de mis amigos piense. Si quieres andar con nosotros, tienes que envejecer con nosotros”, declaraba Brian Fallon a Rolling Stone en marzo pasado. En efecto, la cuarta entrega de The Gaslight Anthem lidia con mirarse al espejo y aceptar lo que refleja. En este caso, la imagen de cuatro músicos de Nueva Jersey que están pasando con rapidez de novatos aprendices a dueños de sí mismos.

Dos datos son clave en este proceso: el ingreso a una gran compañía (Mercury) tras años en un sello independiente abocado al punk (SideOneDummy), y la elección del productor. Las consolas en “Handwritten” son manejadas por Brendan O’Brien, personaje ligado a colosos como Pearl Jam, Rage Against The Machine, AC/DC y –cómo no- el omnipresente Bruce Springsteen. Para diluir cualquier reticencia, el single “”45”” abre los fuegos con chispeante vitalidad y el anuncio de que en adelante el mundo será descrito desde la íntima observación personal, rasgo un tanto ausente en sus trabajos anteriores, plagados de personajes y situaciones en un contexto de típica clase media estadounidense. 

Son 11 nuevas canciones y 11 buenas noticias. Siguen siendo recurrentes los guiños al pasado, la salvedad es que ahora están asimilados de tan buena manera que superan el calco, como en “Here comes my man” y sus múltiples saludos a Roy Orbison y The Byrds. Además, continúa impoluta la innata facilidad de Brian Fallon para exaltar la emotividad de sus composiciones desde la vereda que sea: en el potencial single “Mullholand Drive”, la gigantesca “Mae” o en el cierre acústico de “National anthem”. Y también hay detalles diminutos que hacen la diferencia, como los gruñidos de la sentida “Too much blood” encajados en el instante preciso, igual que los gritos de “la”, “woh” y “hey” que acercan amistosamente las canciones a la memoria, y que incluso pueden constituir el coro de uno de los mejores temas (“Howl”). The Gaslight Anthem nuevamente se matricula con un disco generoso en agallas, digno de todas las hipérboles y cuotas de fanatismo que incitan sus autores. Pocas bandas de rock hoy por hoy pueden jactarse de lo mismo. Apasionante.

23.7.12

Milodonte: No ser autómatas

La música de Milodonte inhala con mucha profundidad. El cuarteto exige una especial predisposición, pide que se aprecie el valor contemplativo de sus canciones. Pero ni hablar de languidez, porque el aire más bien se tensa con sus canciones, que no sirven para inyectarse energía electrizante, aunque de todas maneras pueden terminar crispando los nervios cuando el grupo exhala. 

Hay tensión en los temas de “Subsuelo”, el disco que sonó casi íntegro en este episodio de Rockaxis TV, uno de los más demandantes de esta temporada, estelarizado por una banda nueva y un tanto hostil al facilismo. A modo de prefacio: el estruendo guitarrero de Milodonte, y sus pasajes instrumentales, se disfrutan más en pleno conocimiento del legado de héroes como Sonic Youth y Trans Am.

Que haya un grupo chileno, formado por veinteañeros, reclamando para sí este tipo de sonido -asociable al post rock y al ansia melódica del college rock-, no es más que una respuesta a la era de inmediatez. Si todos corren a mil por hora, y andan buscando compensaciones rápidas, Milodonte suelta el acelerador y transita a su propio ritmo. Es una decisión consciente y plausible: no ser autómatas.

Los que se animen a invertir tiempo y paciencia en esta banda, cuya actual impronta es una novedad (hace un par de años debutaron con un disco disperso y carente de personalidad, llamado “Guía para los animales), serán retribuidos al descubrir la riqueza de ‘Otras especies’, ‘Así se formaron las rocas’, ‘Fisuras’ y los otros cortes de “Subsuelo” presentados en la sesión. Descubrir a músicos mientras ellos se descubren a sí mismos nunca pasará de moda.

19.7.12

A buey viejo, pasto tierno

Leyendas musicales graban canciones, o discos enteros, con aspirantes a la trascendencia que ellos gozan. Algunos doblan en edad a sus colaboradores.

Cuando David Byrne profundizaba el nexo entre arte y rock al mando de Talking Heads, la banda que lo convirtió en un héroe musical, la cantautora St.Vincent ni siquiera había nacido. Hoy tienen 60 y 29 años de edad, respectivamente, pero la barrera generacional entre ambos se desvaneció frente a su inmensa afinidad. Juntos, editarán este 11 de septiembre el disco “This giant”, trabajo que preparan desde finales de 2009, repartiéndose autorías de letra y música.

El single “Who”, macizo y bien ornamentado adelanto que la pareja presentó en junio, tiene asegurado desde ya su espacio en los recuentos esta temporada, en el apartado de las canciones descollantes. Apenas fue estrenado, el diario inglés The Daily Telegraph tituló “¿Es el mejor tema del año?”, comparándolo por su potencial importancia con “Video games” de Lana del Rey, quien por su lado también se vinculó recientemente a un veterano.

Bobby Womack, prócer del sonido negro, invitó a la intérprete de “Born to die” y “Blue jeans” a su disco de regreso, el primero que edita en más de una década tras caer en desgracia por drogas y problemas de salud. Reivindicado a lo largo de su vida por cineastas como Quentin Tarantino y Ridley Scott, el sexagenario solista ahora brilla junto a Lana del Rey en “Dayglo reflection”, parte del flamante “The bravest man in the universe”, coproducido por otro artista bastante menor que él: Damon Albarn, el líder de Blur y Gorillaz.

Pero, si hay un ícono de antaño que sabe de generaciones actuales, tiene que ser Iggy Pop, un tipo que no acusa recibo de lo que dice su carnet de identidad. El pionero punk de 65 años ha compartido créditos con Sum 41, Ida Maria y At The Drive-In (todos veinteañeros al momento de trabajar con él), y actualmente acumula dos acciones similares. Este mes, develó un dueto con la taquillera Best Coast, llamado “Let’s boot and rally”, para la banda sonora de “True blood”. Poco antes, aportó un cover de “Lonely boy” en un prematuro álbum tributo a The Black Keys, junto al mítico baterista Ginger Baker, ex Cream.

No son los primeros ni serán los últimos intercambios de este tipo. Elton John está pavimentando el terreno de su venidero disco de canciones originales, a lanzarse en 2013, mediante una colección de remezclas (“Good morning to the night”) a cargo del dúo electrónico Pnau. El resultado: un auspicioso número uno en las listas británicas, el primero que consigue el cantante en 22 años. Además, se espera que en los próximos meses surjan detalles sobre las anunciadas colaboraciones entre Keith Richards de The Rolling Stones con Jack White, y Nile Rodgers de Chic con Daft Punk y La Roux.

12.7.12

Los Childrens: El Libro de la Selva

Se tomaron en serio la consigna de no repetirse a sí mismos. Año nuevo, vida nueva. Los Childrens versión 2012 son una bestia distinta.

Juan alias “J. Bass” Lagos, el bajista de Los Childrens, explica que la diferencia entre los dos discos de su banda está en la temperatura. Dice que el primero, “Cheap shit shia”, era frío, pero que el reciente “The electric signatures” es tibio. En efecto, el segundo trabajo del cuarteto serenense (disponible gratis en PortalDisc) es tan distinto al debut, que a duras penas podría considerarse una secuela. Más bien es un reseteo.

En esta conversación, el guitarrista y cantante, Jorge “Chak” Barahona, ahonda en la palpable metamorfosis del grupo.

Las canciones de “The electric signatures” tienen mucho de cine y paisajismo…

Sí, con este disco en la composición tratamos de salirnos del manual de rock y hacer algo más inspirado en lugares y situaciones. “Rick & Jonas”, por ejemplo, es un homenaje a Patt Garrett & Billy The Kid, y otras canciones están inspiradas en un viaje al sur de Chile que hice en verano con mi mujer.

También hay mayor trabajo de percusiones.

Surgió la idea de hacer algo mas rítmico. En “Cheap shit shia”, la idea era guitarrear con delay al máximo; en cambio, ahora las canciones fueron compuestas con guitarras de palo pensando que siempre las hermanaríamos con percusiones que le dieran harto groove. Ese camino nos entusiasma mucho, yo creo que en el tercer disco llevaremos las percusiones y el ritmo a un punto más extremo.

Hablando de componer, ¿por qué la fijación con la selva amazónica?

Tiene que ver con que somos del norte, últimamente he estado escuchando harta música del Perú y Bolivia por una cosa natural de comunicarse con tus vecinos, el norte siempre va a tener esa cosa alegre y mágica que inspira mucho. Aparte en la Cuarta Región se respira harto la cosa andina media tribal, así que imposible hacerse el gil con eso.

Es una fuente de ideas común en Sudamérica. ¿Les han dicho que la canción “Flying homesick stars” suena un poco a Divididos?

No nunca, pero siempre nos han comentado que determinadas canciones suenan a influencias en las que jamás hemos pensando al momento de componer. Me agrada que la gente se vaya en esa volada con las canciones de Los Childrens, me gustaría que algún día nos digan que sonamos como ABBA, seria grandioso.

Esa respuesta y sus temas nuevos, combinados, parecen un intento de desmarcarse de The Ganjas, Los Howlers y los otros grupos con los que se relacionaba a Los Childrens en sus inicios.

Cualquier banda que se precie de tal en algún momento busca desmarcarse de ciertos referentes y crear una identidad más autónoma. Ese cambio inevitable tiene que ver con sacarse de encima la angustia que genera la nostalgia, el apegarse a que está hecho y ya funcionó. “Cheap shit shia” tuvo bastante aceptación y perfectamente podríamos haber repetido la formula, pero, ¿para que apegarse a una manera de hacer música si puedes hacerlo de otro modo? O sea, me encantan los Stones, pero dame algo nuevo, por favor.

11.7.12

Mowat - Anglia

Mowat podría haberse subido al carro de la victoria de los solistas que, antes del nuevo pop, acaparaban la atención de los medios digitales en la segunda mitad de la década pasada. Lo hubiese favorecido su nexo con Leo Quinteros y Chinoy, a quienes produjo en “Los Accidentes del Futuro” y “Que Salgan los Dragones”, respectivamente. El acoplamiento a esa camada era natural, pero “Anglia”, el primer disco de este chileno radicado en Alemania (su segundo registro luego de “EP#1″ de 2008), tardó bastante en llegar.

Por fortuna, el atraso le sienta bien al debut en largaduración, un manojo de temas demasiado generoso en ideas como para ser ajusticiado con los rótulos que, hace algunos años, se atribuían a la canción de autor. Los típicos juegos de palabras que se usan para inventar géneros (tipo “neo esto” o “post aquello”) quedan cortos ante un álbum tan libre y disperso, donde manda una atmósfera que acerca la placa al catálogo de los argentinos Coiffeur y Daniel Melero.

Repasemos: Mowat toca múltiples instrumentos, desde guitarra hasta piano, pasando por flauta y secuencias. También canta, y si bien no tiene una voz de mucho carácter, su exquisito gusto por los arreglos suple las falencias que tiene como intérprete. Es pop ecléctico (‘Librando a la Mañana’, ‘Challas’) y también rescata formas folclóricas (‘Cruzan’, ‘Juanito’). Lo mismo que se podría decir de Gepe, con la diferencia de que acá no prima el espíritu colorista. El ánimo es otro, más lúgubre, y el sonido también cambia.

La pesadumbre y la angustia tienen el rol protagónico en “Anglia”. A su autor no le interesa mostrarse liviano y ameno; recién a la altura del cuarto tema (‘Vivir’) muestra su cara melódica amable, aunque eso dura sólo unos minutos. Lo cierto es que evidencia cero preocupación por hacer hits, una actitud común en Chile, salvo por un detalle: no es por falta de habilidad. Mowat muestra que sí sabe escribir temas oreja, sólo que le quedan cortos y por eso los deja de lado. Tiene mucho más que decir.

De hecho, hay tanto por contar que la portada del álbum y el resto de la carátula no presentan texto alguno. Los créditos están escondidos detrás del CD y la lista de canciones aparece en la contratapa. Lo demás son formas, manchas de colores que se encuentran con la oscuridad, imágenes de un bosque y de una ventana. Mensajes crípticos, flancos abiertos al siempre fascinante juego de las interpretaciones, donde nada está zanjado cien por ciento y todo es conversable. Igual que en este disco.

The Memorials: Magia Negra

El nuevo grupo de Thomas Pridgen, el ex batero de Mars Volta, salta olímpicamente las vallas impuestas por los géneros clásicos. ¿Metaleros, progresivos, punks? Cuando las etiquetas fallan, la música triunfa.

Aburrido de lidiar con el ego descarriado y las manías de Omar Rodríguez Lopez, el baterista Thomas Pridgen dejó The Mars Volta en 2009, luego de tres años, dos discos (“The bedlam in Goliath” y “Octahedron”) y un Grammy a mejor performance de hard rock por una canción prácticamente suya (“Wax simulacra”). Para llenar el vacío, reclutó a dos amigos de su época en la Berklee College Music, donde estudió becado cuando era apenas un quinceañero, con una idea en mente: formar su propia banda. Los elegidos fueron el guitarrista Nick Brewer y la cantante Viveca Hawkins; un rockero delirante y una voz de estampa soul conocida por colaborar con Cee-Lo Green, MF Doom y Talib Kweli.

Dos meses después de abandonar The Mars Volta, Pridgen ya estaba embarcado, junto a sus cómplices, en el proyecto al que poco después llamarían The Memorials. Comandado desde el sillín de la batería, el grupo tomó vuelo ejercitando en vivo y puliendo un estilo desordenado -con un alto grado de improvisación- y a la vez virtuoso, impreso en su homónimo disco debut, editado a comienzos de 2011. Si bien el álbum recibió comentarios dispares, sobre todo de críticos consternados por los patrones rítmicos de sus canciones, los shows de la banda fueron aplaudidos de forma unánime por la energía desbordante que transmitían.

No era para menos. The Memorials suenan como un tornado que se lleva consigo la clase de Buddy Rich, la personalidad de The Bellrays y el anhelo de ruido de Jimi Hendrix. Comparaciones que parecerían una hipérbole de no ser por un pequeño gran detalle: Thomas Pridgen es un prodigio. Una rápida revisión de su biografía entrega los siguientes datos: toca desde los tres años, a los nueve ganó un concurso de batería contra competidores adultos, a los 10 se convirtió en el músico más joven de la historia en ser patrocinado por Zildjian, entre sus profesores figuran Walfredo Reyes Sr. (Santana) y Troy Luccketta (Tesla), y su enorme versatilidad le ha valido invitaciones de la cantante y actriz Juliette Lewis así como del rapero Mos Def, entre otros.

De un tipo con tamaño palmarés, lo único que puede esperarse es la excelencia. Y para conseguirla, nada mejor que una firme ética de trabajo incesante, un sistema cuyo nuevo fruto es el disco “Delirium”, aparecido en junio pasado. En su segunda entrega, The Memorials deja respirar al oyente y encauza el exceso de vigor hacia el desarrollo pleno de sus composiciones. Prueba viviente del avance es “Daisies”, una fenomenal canción de amor construida en torno a una guitarra lenta que abre paso a seis de los minutos más electrizantes de este año. Claro que, para apreciarla bien, hay que sobreponerse del shock que provoca ser noqueado por la mole rítmica que encubre su melodía pop. Tal como sus autores: difícil de clasificar, fácil de disfrutar. Sólo hay que subir el volumen.

8.7.12

Vicente Fernández: Jefe de jefes

Dice que sólo le tuvo miedo a la muerte una vez: cuando a los 36 años temió partir de este mundo tan joven como Jorge Negrete, Javier Solís o Pedro Infante. El "Cuarto Gallo de México" estaba totalmente equivocado, porque ese momento sólo marcaría la mitad de su camino. 36 años después, Vicente Fernández sigue tan vivo que todavía atraviesa nuevas experiencias. Santiago de Chile, donde nunca antes se había presentado, lo recibe con inaudito fervor y un Movistar Arena repleto de punta a cabo por adultos, jóvenes y más imitadores que tipos con jopo en concierto de Morrissey. Atuendo mariachi y pistola al cinturón, el Frank Sinatra de la ranchera -apodo que le dio el diario Houston Chronicle a comienzos de los 90- vino a ponerse al día con un país que asimila mejor su música que el folklore patrio.

La comentada despedida de "Chente" es un acto de orgullo y gallardía digno de sus personajes en películas. El ídolo azteca prefiere dejar de dar conciertos antes de que su garganta lo dictamine, porque se niega a ser visto en decadencia o mostrando signo alguno de agotamiento. Vicente Fernández jamás apela a la compasión para despertar simpatías, primero muerto que patético. Su voz es una fuerza de la naturaleza, firme cual roble, a veces violenta como un choque de placas tectónicas. "Por tu maldito amor", "A mi manera", "Ojalá que te vaya bonito" y "Me cansé de rogarte" brotan desde los pulmones del septuagenario solista en una extensa procesión de canciones archifamosas. El de Jalisco entrega todo lo que tiene: grita, suda, llora, bebe, fuma, ruge, susurra y también declama su inmortal consigna, esa que reza "mientras ustedes sigan aplaudiendo, yo seguiré cantando".

Con una banda de excepcionales mariachis (mención especial a Enrique Cortés en el requinto), Fernández desplegó sus dotes sin problemas salvo unos molestos acoples durante la intervención de su hijo Vicente, un intermedio de 15 minutos que resultó decidor sin querer. Al mayor de los "potrillos" (así llama el astro a su descendencia, aunque ya son hombres cuarentones como el conocido Alejandro), no le da la talla para salir de la sombra de su padre y su cometido fue discreto. Una voz de alerta imposible de ignorar: ¿qué pasará con la ranchera cuando su rey deje de existir? La pregunta queda en el aire, pero -al iniciar la tercera hora de concierto- Fernández la responde como si leyera la mente. "No se preocupen, apenas estoy calentando la garganta", asegura rebosante de picardía y testosterona, frunciendo sus cejas hirsutas al esbozar una sonrisa ancha. Acto seguido, "Guadalajara" y "Yo vendo unos ojos negros" y "Volver volver" y "México lindo y querido" y el recinto que ya se venía abajo. Un adiós literalmente a lo grande: tres horas exactas de gloria. Nada que envidiarle a las maratones de Bruce Springsteen.

5.7.12

Milodonte - Subsuelo

Milodonte ha sido muchas bandas bajo el mismo nombre. Eso es lo que pasa cuando los grupos de la época colegial, formados entre amigos, sobreviven la titulación de cuarto medio y crecen juntos. Los gustos y las inclinaciones, de forma natural, van cambiando conforme pasa el tiempo. Formado a comienzos de la década pasada, comenzó como un empalme punk, y todos sus devaneos estilísticos quedaron plasmados en el debut “Guía para los Animales”, de 2009. Un disco guitarrero, directo y que daba cuenta de su afán melódico, aunque perdía terreno por ser demasiado disperso y abrazar de manera muy obvia, de una canción a otra, los estilos que influenciaban cada tema. Parecía más una recopilación que un álbum propiamente tal, y por eso es que no sería inexacto sindicar a “Subsuelo” como el verdadero inicio de este cuarteto formado por Benjamín Astete, Eugenio Larraín, Sebastián Grau y Diego Ormazábal.

Tres años después de esa placa, que tenía una de las mejores portadas que el rock chileno recuerde en los últimos años (protagonizada por un hipopótamo y un dinosaurio de juguete), Milodonte por primera vez tiene claro el cuento y conoce la dirección hacia dónde ir. “Subsuelo”, su nueva entrega, profundiza en el estupendo trabajo de la banda en las seis cuerdas, pero todas esas ideas que antes parecían estar dando vueltas en el aire ahora fueron amarradas con firmeza por el grupo. Chao, déficit atencional; bienvenidas sean la concentración y los saludos a la bandera de instituciones como Radiohead (sin ir más lejos, la portada del disco está emparentada a las gráficas de la era “The King of Limbs”) y Sonic Youth (Lee Ranaldo y Thurston Moore acá son padres espirituales).

“Subsuelo” tiene un sabroso gustillo a rock de los ’90. Sus canciones conspiran para dejar la impresión de que este álbum podría haber convivido con “El Resplandor” de Carlos Cabezas y “Disconegro” de Shogún en las páginas de Extravaganza! o Zona de Contacto. De ningún modo se trata del estancamiento que sufren los que se quedaron pegados y nunca avanzaron, sino de una lectura actual de cuando en Chile había más esperanzas de ser interesante y sobresalir del montón cargando en el hombro una guitarra eléctrica. Ese tiempo en que la atención no era consumida por cantautores de aire folk y grupos pop. Canciones como ‘Otras Especies’, ‘Valparaíso Abajo’ y ‘Ribbon’ transmiten calma aparente, aunque con los dientes apretados para ocultar la descarga que finalmente se desata; mientras ‘Subterráneos’ (en sus partes 1 y 2) da en el clavo con sus cambios de ritmo. Música que se mueve y pinta paisajes. “Subsuelo” es un recordatorio de que es mejor seguir los instintos que las tendencias dominantes.

Manuel García - Acuario

Estimulante Natural La tenía fácil. Era cosa de repetir la fórmula de "S/T", su triunfador tercer disco, para seguir en el ruedo masivo (Teatro Caupolicán lleno, Festival de Viña y exposición mediática como hitos) al que se sumó hace un par de temporadas. Pero a Manuel García no le gusta copiarse a sí mismo. Ya lo estableció al abandonar el formato netamente acústico de sus dos trabajos iniciales, "Pánico" y "Témpera", y ahora repite la desmarcación con "Acuario". La nueva entrega del ariqueño propone un cambio paulatino, aunque muy notorio, en su forma de abordar las canciones dentro del estudio. Se explica a través de los referentes: si antes se notaban las horas de vuelo escuchando a Silvio Rodríguez y The Beatles, ahora también aparecen New Order ("Cáprica" es descendiente directa de "Bizarre love triangle") y Pink Floyd (la partida de "Miedo" es un homenaje a "Comfortably numb").

La transformación, en todo caso, se da en forma delicada. "Acuario" arranca en la senda que popularizó al solista: con la melancólica "Madera", que abre los fuegos y anuncia que la presencia de los hermanos Durán -los guitarristas Francisco y Mauricio- de Los Bunkers será determinante en el desarrollo del álbum. Así lo dicta el single "Carcelero", seguido de "Un rey y un diez", tema que es comandado por teclado y piano, y promete ser un momento solemne en futuros conciertos. Hasta ahí, la publicitada renovación del músico se nota sólo en sus letras, disociadas de la cotidianeidad mundana que solía caracterizarlo en las conocidas "El reloj" o "Tu ventana". Una Rickenbacker acompañada de secuencias, en el corte que da nombre al disco, cumple la promesa de renacer que hizo "Sueños", el otro adelanto del álbum y tema central de la serie "Vida por vida".

La simpleza de “Tan dulce, tan triste” es una regresión a la época de “Témpera”, y una de las dos intervenciones de Manuel García en las seis cuerdas. Un salto al pasado del nortino, quien mira al futuro en “Hombre al precipicio”, única composición de exclusiva autoría de los Durán. Con el sonido de su guitarra galopante, rasgada de abajo hacia arriba, recuerda fácilmente a Claudio Narea en Los Prisioneros de “Quieren dinero”; la diferencia está en las programaciones, que remiten inevitablemente a los trabajos de Andrés Bobe que el propio manager de García, Carlos Fonseca, ayudó a compilar en la excelente retrospectiva “AB” aparecida en 2010. Estilo reminiscente, además, de los primeros lanzamientos del sello español Elefant, como el recomendable grupo Family.

Dedicado al recién fallecido Ray Bradbury e inspirado en gran medida por su libro “Crónicas marcianas”, “Acuario” juega a guiñarle el ojo a la ciencia ficción, concebida como un género de anticipación, predictor de la inmoralidad humana que sus letras condenan. El ariqueño todavía demuestra descontento y capacidad crítica, pero la expresa con menos obviedades que nunca. “Para la hora nueve, todos se ponen sordos”, dice “La hora nueve” al cierre del disco en alusión a los noticiarios de las 21 horas; mientras que las líneas “dices que te cortaste el pelo, con eso cuántas cosas se acaban, con eso cuántas cosas comienzan”, de la canción “Acuario”, parecen una ironía acerca de la superficialidad. Soledad y desencuentro intermediados por la belleza de las formas. Como pocas veces, el disco chileno más esperado del año es también el más necesario.

3.7.12

Tenemos Explosivos: Escupir fuego

Pasa rastreando a los grupos que aparecen en el libro "Prueba de sonido" del periodista David Ponce, buscando material en vivo de los míticos Tobías Alcayota, o intentando bajar un tema tan conocido como "Lucero" de Anachena. Encontrar material chileno en internet, da lo mismo si está dentro o fuera del radar comercial, siempre es más complicado que dar con el paradero de la banda de moda en Brooklyn, e incluso con exponentes de la vanguardia alemana de los 70.

YouTube es un gran ejemplo: no están en una calidad medianamente aceptable "Collide" de Criminal, ni "La fiesta eres tú" de Inti Illimani. Demonios, ni siquiera "No quiero verte así" de Alejandro de Rosas. ¿Y por qué tan larga introducción para hablar del post hardcore de Tenemos Explosivos? Porque Rockaxis TV, sin ser la panacea de este problema que aqueja al circuito local, es el aporte de este medio para sanar esa herida; el tremendo vacío histórico en nuestros archivos. Porque Tenemos Explosivos es la banda dueña del mejor disco nacional de este año, el incendiario "Derrumbe y celebración", y contar con este registro audiovisual es un privilegio que representa un avance respecto a épocas pasadas. Un regalo, en términos de Congreso, para los arqueólogos del futuro.

Pero no es necesario que pase el tiempo para valorar lo que captaron las cámaras de Rockaxis, el miércoles pasado en Onaciu. En el aquí y el ahora, el quinteto que encabeza Eduardo Pavez es una apasionante bestia que escupe ideas que arden. Sólo por su forma, enérgica, impredecible y perfecta en ejecución, las canciones de Tenemos Explosivos piden literalmente a gritos que se les aprecie. Una vez dado el primer paso, viene el fondo: darse cuenta de que hay horas de lectura, reflexión y dolor tras letras como "Cuerpo al aire" o "La renuncia del hermeneuta"; dos recordatorios sobre el dolor de los postergados y la verdad sobre los poderosos (ninguno llega donde está siendo una buena persona).

"Decimos basta ya a toda esta mierda que nos quieren hacer comer", reza uno de los numerosos sampleos que el grupo usó durante su extensa presentación, que sobrepasó con creces los cerca de 40 minutos que la banda suele tocar en sus recomendables conciertos. La frase usada comprime lo que transmite este híbrido con sangre de Asamblea Internacional Del Fuego y Criacuervos, entre otros donantes (para más detalles, revisar las intervenciones de Pancho Reinoso en el video). Tenemos Explosivos existe porque es necesario que así sea; cuando los panfletos ya no bastan, urgen razones de peso para seguir rebelándose, y en estas canciones abundan.