20.10.12

Mumford & Sons - Babel


Viejos jóvenes

Vender 600 mil copias en una semana, durante esta época de vacas flacas para la industria discográfica tradicional, es todo un logro en Estados Unidos. Pero la banda inglesa Mumford & Sons puede jactarse de haberlo conseguido, pese a la sequía y al desprecio que generalmente siente el gigante norteamericano hacia los fenómenos musicales de su madre patria. El disco en cuestión, “Babel”, segundo trabajo del pastoril grupo liderado por Marcus Mumford, se convirtió en el debut más aplastante de 2012, y por ende, en objeto de análisis, preguntas, detracciones, elogios y ejecutivos frotándose las manos. No sucedió de la noche a la mañana: la atención fue concitándose de a poco, a lo largo de tres años que incluyeron la ópera prima “Sigh no more”, así como el nada despreciable apoyo de Bob Dylan (que tocó con ellos en los penúltimos Grammy) y de los productores de la serie “Grey’s anatomy”.

Daniel Glass, fundador de Glassnote Records, el sello que –a través de Sony- distribuye a Mumford & Sons en Estados Unidos, declaró muy radiante en Billboard que el récord establecido por sus representados “le ofrece validación a ser independiente”. Así se devela que “Babel”, un disco de tintes folk y bluegrass guiado por el banjo y la mandolina, ha usufructuado con astucia de la confusión entre ejercer auténtica soberanía y tener aspecto de autónomo. Que el indie es una mera estética por estos días, como le pasó antes al punk o al rock alternativo, ya debiera estar fuera de discusión, pero el discurso usado para construir a Mumford & Sons –fichados por la poderosa compañía Universal- sigue apelando al clásico “nosotros contra ellos”, muy propio de los 90.

Más allá de las interpretaciones y las tretas promocionales, “Babel” es un disco simple. Por coherencia o falta de recursos, casi todas sus canciones están compuestas con el mismo método: armar la base de una estructura, y a partir de ahí, aumentar gradualmente su tamaño hasta llegar a un clímax lo más imponente posible. Se busca la pomposidad de Arcade Fire en el tema homónimo, pero donde los canadienses ven suburbios, el cuarteto inglés contempla eternos pastizales e iglesias de pueblo. “Whispers in the dark” dialoga con U2 vía los Coldplay de “Fix you” (esa guitarra al cierre sólo hace pensar en The Edge), mientras “Holland road” condensa la influencia de Bright Eyes y de contemporáneos superiores como Fleet Foxes. Otros aires soplan en “Lover of the light”, que podría ser la envidia de Dave Matthews Band por su propensión a ese sonido tan característico de las radios estadounidenses orientadas al rock adulto.

Derivativo y demasiado liviano de sangre como para equiparar a sus referentes, “Babel” se pisa los cordones y termina cayéndose de bruces en varias ocasiones. En el single “I will wait”, los esfuerzos de Marcus Mumford por enfatizar el coro terminan en un desafortunado parecido con los gruñidos de Chad Kroeger, el vocalista de Nickelback. La sobreactuación del cantante se hace patente en las afectadas “Ghosts that we knew”, “Reminder” y “Lover’s eyes”, donde insinúa un cansancio más allá de su edad que en ningún caso convence. Es el mal de los jóvenes que intentan avejentarse para estar a la altura de sus héroes (Paul Simon es el ilustre de turno, colaborando con un cover de “The Boxer”), pero a sus escasos 25 años es un detalle perdonable y que forma parte del encanto de Mumford & Sons, un grupo para encariñarse o detestar.

18.10.12

Suede: Segundo aire


En la voz de Brett Anderson hay drama, garbo y autodestrucción. El emblemático líder de Suede es un rostro familiar: su imagen ha adornado afiches de fiestas pegados en calles santiaguinas y dormitorios de fanáticos. Los mismos que llenaron anoche el Teatro Caupolican. Con "Introducing the band", el grupo favorito de la prensa británica en los 90 -hasta el surgimiento de Oasis- abrió un concierto memorable, su debut en un país que venera sus canciones, y que ya acudió en masa al show en solitario de su vocalista el año 2009.

El magnetismo de Anderson, un tipo de movimientos eléctricos muy dado a usar el micrófono como si fuera un látigo, fue el centro de atención en todo momento. Aunque conserva esa delgadísima figura que lo hizo objeto de deseo unisex, el cantante se contonea menos que en su época de oro (cuando era objeto de parodias por su desplante escénico lleno de florituras), pero compensa en profundidad vocal lo que perdió en sacudidas de cadera. Mejor así. "Trash", "We are the pigs" y "Filmstar" suenan invencibles y convincentes. Aún transmiten una angustia juvenil tan urgente que hace olvidar la incongruencia de escuchar "New generation" tocada por cuarentones.

La breve duración del concierto, que no sobrepasó la hora y media, fue el recordatorio de la edad del grupo. Muy poco para fanáticos que se hubieran quedado hasta la mañana repasando los temas de una discografía que, pese a ir empeorando progresivamente, tuvo suficientes pasajes gloriosos para justificar este segundo aire. La  emocionada espectadora que burló la seguridad para besar la mejilla de Anderson, durante "The beautiful ones", selló la devoción de Chile por Suede. Y el sentimiento se hizo mutuo cuando el frontman se internó entre la audiencia para cerrar la velada con  "Saturday night", entre gritos que exigían más.

Ases Falsos: Dignificar lo cotidiano


Cristóbal Briceño, el cantante y guitarrista de Ases Falsos, pide a la gente que sigue Señal Escudo desde sus computadores que “todos los que estén con una mano en los genitales, por favor, retírenla por respeto a nosotros”. La banda acaba de tocar la hermosa ‘Pacífico’, una de las canciones mejor logradas de su disco “Juventud Americana”, y la colegial exigencia del vocalista le sacó risas hasta al –siempre muy compuesto- equipo encargado de la transmisión en línea.

Esa facilidad para trasladarse de un lado a otro del espectro emocional hace de los ex Fother Muckers un grupo entrañable. En vivo, compensan las deficiencias técnicas de su álbum debut con una solidez que nos recuerda que, antes, eran otra banda. El cambio les hizo bien, eliminaron ese tufillo a rock clásico que hacía predecibles sus temas antiguos, y se abocaron a dignificar lo cotidiano mediante sus letras.

‘Séptimo cielo’ conmueve, ‘Venir es fácil’ contagia, ‘Quemando’ incita, ‘La sinceridad del cosmos’ convence. Podríamos seguir enumerando, el punto es que las canciones de Ases Falsos no son inocuas, siempre apuntan a provocar alguna reacción, y eso es lo que consiguieron. Con una porción de “Juventud Americana”, basta para despercudirse del tedio, recuperar el asombro y devolverle a la cara sus expresiones.

16.10.12

Garbage: La noche es joven


Todo el Caupolicán corea ‘Only Happy When It Rains’. En cancha, hay gente saltando mientras Shirley Manson dice que “sólo sonrío en la oscuridad, mi único confort es la noche cuando se vuelve negra”. Curioso momento, aunque la canción tampoco da para ponerse muy serio: es más bien una burla a la actitud cuidadamente depresiva del grunge que Butch Vig, sentado atrás en la batería, ayudó a fecundar para después lapidarlo con su banda tras numerosos intentos de asesinato (‘What’s Up?’ de 4 Non Blondes, ‘Mr. Jones’ de Counting Crows y un largo etcétera).

Pero, aunque sea sin querer, todos entienden la broma: Garbage también se mofan de sí mismos. “¿Quieres escuchar mi nueva obsesión? Estoy cabalgando alto sobre una gran depresión, sólo soy feliz cuando llueve”. Les queda un tema para irse a camarines y pensar en el bis. El elegido es 'Battle in me', antecedido por ‘Vow’, single debut del cuarteto y el culpable de este concierto. Antes de grabar su video promocional, la banda jamás había tocado en vivo (en un comienzo, no estaba en los planes salir de gira), y esa primera vez llegó por petición del director Samuel Bayer. Según ellos, recién ahí notaron la química que tenían en vivo, una afinidad que sólo ellos perciben dentro de un espectáculo armado con rigor marcial.

Con el grupo tras bambalinas, es el momento de recapitular. Lo vivido hasta ahora ha sido un gigantesco martillazo en la cabeza. Saiko se fue a la segura con un compendio de grandes éxitos (‘Limito con el Sol’, ‘Cuando Miro en Tus Ojos’, ‘La Fábula’ y otras) que el público recibió con los brazos abiertos, y sentó un buen precedente para su concierto de aniversario, que también será en el Caupolicán. Pasada la espera, Garbage entró pieza por pieza: Duke Erikson a la derecha, Steve Marker a la izquierda, y atrás Butch Vig. Una formación completada por el invitado a la gira de “Not Your Kind of People”, el bajista Eric Avery (retirado por segunda vez de Jane’s Addiction), y la estrella, Shirley Manson. Espléndida, la cantante entra última y desfila por unos segundos, entregada a los flashes que le llueven. “Shirley, fuck me”, se lee en el cartel de uno de sus admiradores.

‘Automatic Systematic Habit’ abre el set y los apetitos. La sigue ‘I Think I’m Paranoid’. Nada de dejar los éxitos para el final: ‘Shut Your Mouth’, ‘Why Do You Love Me’, ‘Queer’ y ‘Stupid Girl’ son desenfundadas con rapidez samurái. “La noche es nuestra, la noche es joven”, declara Manson. Sus palabras de aprecio para Chile y los gestos de sorpresa en su cara, ante la popularidad de sus canciones, son lo más natural de la noche. Ella se sabe protagonista: cuenta que vieron “Il Postino” en un bus de gira y que hasta sus compañeros lloraron, culpa a su ex sello por no dejarlos venir antes a Sudamérica, pide -medio en serio, medio en broma- que no le saquen fotos indiscretas, actúa en cada canción. Se toma la cabeza, camina en círculos, va de un lado a otro de la tarima, hace morisquetas para el deleite de los camarógrafos en las primeras filas. Y canta, canta como si creyera cada línea que sale de su boca, aunque sonríe hasta después de la sufrida ‘Cup of Coffee’.

El resto del grupo está enfrascado en reproducir ese sonido perfecto, tecnológico y cerebral que patentó en los 90. Ese rock cuyo hábitat es un estudio lleno de máquinas, perillas y cables. Que no da lugar a improvisaciones, que baja del cerebro a las manos y de las manos a Pro Tools. Pero que emociona finalmente. ‘Special’, otra favorita de la audiencia, causa nostalgia a raudales, y acaba con Shirley Manson citando ‘I Go To Sleep’ de los Kinks. Es probable que el guiño, en realidad, sea a Chrissie Hynde y la versión de The Pretenders. En fechas previas a las de Santiago, Patti Smith era la saludada con un cover de ‘Because the Night’ que acá se quedó en el tintero. Fue una de las pocas omisiones en un repertorio generoso, al que poco le faltó para convertirse en una versión en vivo del recopilatorio “Absolute Garbage”.

Para el bis, otra regresión: ‘Supervixen’, la apertura del homónimo disco debut, muy agradecida por los que conocieron al cuarteto cuando su nombre era una novedad que compartía fama con The Cardigans y The Cranberries. Luego de ‘I Hate Love’, y como ya se ha hecho costumbre en esta gira, un pedido del público, plaza peleada entre ‘Bad boyfriend’ y la vencedora ‘Milk’, entonada por ese personaje perturbado que a Manson tanto le gusta encarnar (la misma hablante de ‘Control’, ‘#1 Crush’ y ‘Hammering in My Head’, tocadas en la primera parte del show). Inevitable, el cierre llegó con ‘You Look So Fine’ y la certeza de que Garbage disfrutó su estadía en Chile lo suficiente como para volver. Éste es un idilio en ciernes.

13.10.12

"Tempest" de Bob Dylan y "Born to Sing: No Plan B" de Van Morrison


Romances tardíos

En un episodio de "Friends", Ross le dice a Rachel y Phoebe que, para él, "Tupelo honey" de Van Morrison es la canción más romántica de la historia. Su elegida también es una de las favoritas de Bob Dylan, que llegó a declarar que ese tema siempre ha existido, y que el cantante irlandés fue meramente su canalizador terrenal cuando la grabó en 1971. Dos décadas después, la recíproca admiración entre superhéroes quedó plasmada con un dueto en vivo de "Tupelo honey". Y hubo más encuentros, como el capturado en el impagable documental de la BBC "One irish rover", en que la pareja de veteranos aparece tocando en la colina Filopapos de Atenas, Grecia.

Por estos días, y con pocas semanas de diferencia, Dylan y Morrison presentan sus nuevos discos. Con 71 y 67 años de edad, respectivamente, cada uno camina por su lado, aunque siguen teniendo mucho en común. Ambos, mañosos y con argumentos de sobra para confiar en su visión, asumieron el rol de productores para no recibir órdenes de nadie. Desde sus tribunas, miran de reojo a esta sociedad aquejada de déficit atencional y mala memoria, y que, sin embargo, cree que la panacea se encuentra en la inmediatez. Comparten, además, un aura de trascendencia y credibilidad que va cobrando vigor según aumenta el superávit de productos musicales desechables.

El trigésimo quinto álbum de Bob Dylan se titula "Tempest", y desde que su nombre fue anunciado, despertó voces de alerta: "The tempest" se llama la última obra que escribió Shakespeare, dato que muchos interpretaron como una posible despedida del cantautor. Difícil. Basta escucharlo en "Pay in blood" para convencerse de que un testamento está lejos todavía, pese a que el disco merodea por callejones oscuros en que la muerte (“Tin angel”), el rompimiento (“Long and wasted years”), la desilusión (“Narrow way”) y la soledad (“Soon after midnight”) se encuentran a la vuelta de la esquina. Si es por establecer un paralelo con Shakespeare, “Tempest” forma parte de los romances tardíos del solista más importante de la historia. Es narrativa pura y dura, llevada a su pináculo en el tema homónimo, casi 14 minutos sin coro que relatan el hundimiento del Titanic guiñándole el ojo a la tradicional “The Titanic”, grabada por sus ídolos Woody Guthrie y Lead Belly.

Van Morrison, a su vez, también apunta a los maestros en “Born to sing: No plan B”. John Lee Hooker, Fats Domino y Ray Charles son los guías del nacido en Belfast, otro que podría echar mano al piloto automático y a su condición de animal en extinción para salir airoso, pero que prefiere inyectarle sangre a sus nuevas canciones. Y vuelve a coincidir con Dylan, ahora en la rabia. Mientras el bluesero “Tempest” se refiere a los ejecutivos de Wall Street en “Early roman kings” (“compran y venden, destruyeron tu ciudad y te destruirán a ti”), el trigésimo cuarto disco de Morrison se apoya en cimientos jazzeros para hacer lo propio frente al orden económico mundial. Acompañado por un sexteto que registró todo en una toma, como dicta la vieja escuela, el ex cantante de Them destripa a las elites, el capitalismo y los medios masivos en “Open the door (to your heart)”, “If in money we trust” y “Educating Archie”, se mofa de la ilusión de movilidad social en “End of the rainbow” y hasta cita a Jean-Paul Sartre en “Goin’ down to Monte Carlo”. Enciclopedias andantes, pero con calle, tanto Van Morrison como Bob Dylan entienden que al final la consigna para ellos es una sola: ya es muy tarde para detenerse.

"Doom and gloom" de The Rolling Stones: Destino circular


Al principio, puede resultar curioso que el nuevo single de The Rolling Stones se parezca tanto a los himnos rockeros de Primal Scream, una banda formada dos décadas después de que Mick Jagger y Keith Richards comenzaran sus andanzas. Pero así funciona la música, bajo la ley del péndulo, todo va y viene. La sabiduría callejera lo explica mejor, diciendo que la mano siempre se devuelve. Ocurre de forma cíclica: en octubre de 2012, "Doom and gloom" recuerda a "Rocks" de Primal Scream, tal como “Rocks” despertaba comparaciones con The Rolling Stones en marzo de 1994.

El paso del tiempo, por suerte, sólo se nota en el papel. En apenas unos segundos, “Doom and gloom” logra disipar las sospechas que, justificadamente, se cernían sobre una banda que no había compartido estudio en siete años. Densa, cruda y rítmica, la canción le da un giro venenoso a la trama sonora de “Gimme shelter”, con un energizado Mick Jagger escupiendo una lírica abstracta sobre política, aviones con borrachos y gente que pierde la razón. Protagonista en la mezcla, donde la voz se sienta encima de los instrumentos –detalle usualmente reprochable, aunque no esta vez-, el cantante estira sílabas y borra de sopetón los malos ratos que provocaron sus últimos experimentos en solitario. Moraleja: no es necesario juntarse con Will.i.am de Black Eyed Peas para volver a sonar joven.

Así es el disco que trae a Kiss de regreso a Chile


Con "Monster", su vigésimo álbum, la banda liderada por Gene Simmons se presentará el sábado 10 de noviembre en la primera jornada de Maquinaria Fest.

Querían comprobar que la buena recepción de su anterior trabajo, "Sonic boom", aparecido tras un largo período de inactividad en estudio, no había sido un golpe de suerte. Kiss estaban empecinados en darle a sus fanáticos, conocidos como Kiss Army (el ejército de Kiss), otra muestra de rock pirotécnico sin hacerlos esperar. Y cumplieron. “Monster”, el nuevo disco del cuarteto proveniente de Nueva York, demuestra que lo previsible puede igualmente ser divertido. No hay sobresaltos ni grandes novedades, pero sí la chispa suficiente para encender una fiesta mediante riffs concisos y altas cuotas de cencerro.

Con el ánimo siempre arriba, la banda liderada por el bajista Gene Simmons y el guitarrista rítmico Paul Stanley, quienes se dividen el papel de cantantes, cocina sus especialidades en un álbum que busca codearse con los clásicos propios. Asoman por doquier los rastros del pasado: “The devil is me” recuerda a los 70 de “Destroyer”, y “Long way down” posee un cariz similar a los 80 de “Lick it up”. El propio Simmons cuenta que “Eat your heart” acumuló polvo más de 30 años, hasta ser rescatada para integrar esta docena de temas que también saludan a instituciones como The Beatles (“Wall of sound” tiene claros guiños a “Helter Skelter”) y Jimi Hendrix (“Freak” toma prestada la partida de “Foxy Lady”).

Regularidad ante todo. “Monster” insiste en repetir cada pequeño detalle que ha hecho de Kiss uno de los grupos más populares del planeta. Incluso los negativos. Ahí está su espantosa portada, genérica hasta el absurdo, haciendo uso y abuso de Photoshop. O esas letras excesivamente toscas, como “Take me down below”, la historia de una hazaña sexual contada sin mucho ingenio. Es la marca de fábrica, una subespecie del rock que no resiste mayor análisis porque exalta las bajas pasiones y se celebra a sí mismo. Pero llamarlo caricaturesco sería un error. Detrás del maquillaje de Gene Simmons no existe ironía, sino la absoluta –y casi maquiavélica- seriedad del calculador. “¿Qué prefieres?”, le preguntaron una vez, dándole a elegir entre sexo, dinero o poder. Ni siquiera tuvo que pensarlo: “Dinero. El dinero te da poder. El poder te da sexo”.

Gloria Simonetti: Correr riesgos


"Soy como las píldoras Ross: chiquitita, pero cumplidora", le explica Gloria Simonetti a los de atrás. Metida entre el público del Teatro Cultural Las Condes, la solista apenas se ve, pero desea burlar la jerarquía que impone la tarima y estar a la altura del público que llegó al lanzamiento de "Gente grande". Es una cita íntima, literalmente. Cuando Ginette Acevedo es invitada, para interpretar el rediseño en bachata de "No quiero ser", sube desde una butaca, y apenas termina su aporte, vuelve a sentarse en la primera fila donde también está Buddy Richard. Su tema "Por ti" ahora es un bossa nova, porque ésa es la tónica del último disco de Simonetti, que desarma clásicos locales para luego ensamblarlos con nuevas formas y arreglos.

Ella permanece en el personaje que Chile conoce, esa cancionista que siempre quiere emocionar, pero en la presentación en vivo de "Gente grande" apuesta como pocas veces en su extensa carrera, arriesgándose a ofender a los puristas que usualmente complace. Bien hecho. No siempre está asegurado que resulte a la perfección, sin embargo, las veces en que funciona puede arrancar los aplausos de una audiencia sorprendida y que celebra de forma espontánea la audacia de "Baño de mar a medianoche"  de Cecilia con swing jazzero, o que se sobrecoge con la versión orquestada de “Entreparéntesis” de Nino García. Las caras de los homenajeados, cómplices de Gloria Simonetti durante su vida artística en algunos casos, fueron pasando por la pantalla: Luis Advis, Patricio Manns, Eduardo Gatti, Violeta Parra y Fernando Ubiergo, entre otros. Mención especial se llevó el maestro Vicente Bianchi, ausente de la velada, antes de “Poema XV”; aunque lo cierto es que todos los covers fueron objeto de un detallado prólogo. Había tiempo para hacerlo, así como una banda que justificaba la posterior entrega de cada canción, con músicos de prestigio como el acordeonista
Ignacio Hernández y el contrabajista Christián Galvez, uno de los dos productores de “Gente grande” junto al arreglista René Calderón. Aclamada hacia el final, una agradecida Simonetti promete lo que su constante actividad discográfica advierte hace años: “voy a seguir trabajando siempre”.

7.10.12

Marc Anthony y Chayanne: Cálido y frío


Vienen de escuelas distintas. Uno presume de su voz; el otro, de sus coreografías. Marc Anthony, el primero en salir, aborda con ortodoxia el oficio de cautivar multitudes cantando. Sus pulmones y su garganta bastan para dejar pasmado a cualquiera, y la banda que lo acompaña no sabe de errores. La vitalidad del repertorio que ofrece el neoyorquino, básicamente lo mismo que presentó en Viña este verano, hace olvidar la pobreza de la escenografía, cuya avaricia no debiera ser pasada por alto: "Gigante2" prometía espectacularidad visual y quedó al debe. Sin ir más lejos, los nacionales Américo y Luis Jara mostraron mayor preocupación al respecto en su show conjunto.

"Hasta ayer", "Valió la pena", "Vivir lo nuestro" y "Te conozco bien", entre otros hits archiconocidos, alteraron el termostato de la gélida noche santiaguina, y dejaron todo listo para que Chayanne se luciera. Pero el boricua dejó ver su talón de Aquiles de inmediato: la pista grabada en "Boom boom" era demasiado evidente. El reclamo podrá sonar añejo, pero lo mínimo que se le puede exigir a un ídolo como él es que no sea tan obvio y encubra mejor sus deficiencias. Ya no basta con tener bailarines guapos, estamos en 2012, y hablamos sobre un tipo que sobrepasa las tres décadas de experiencia en las tablas. Un súbito corte en el sonido terminó por arruinar los primeros minutos del solista, perdonado por fans que ni siquiera se inmutaron por la impresentable falla técnica.

En las baladas, Chayanne prueba que su ineptitud vocal se remite a lo bailable, como aclaró una digna interpretación de "Y tú te vas". El problema: Marc Anthony volvió para compartir "Un siglo sin ti", y sin querer, hacer que su colega pareciera un aprendiz. Inexplicable, el apagón -solucionado varios minutos después- de las tacañas pantallas dispuestas al lado del escenario empobreció lo que, desde un comienzo, se veía precario. "Gigante2", para los optimistas, permitió que dos talentos opuestos se complementaran. Una pequeña cuota de perspicacia cambia el diagnóstico: se trató de una cita desilusionante, en la que un virtuoso del canto tuvo que nivelar hacia abajo, mientras su contraparte nunca pudo hacerle el peso.

6.10.12

Música y ciencia: los estudios más curiosos


Perros que duermen con Beethoven y se alteran con Slayer. Niños que desarrollan habilidades sociales jugando con melodías. Suaves instrumentales que hacen bajar de peso. No hay límite para los científicos interesados en las propiedades de la música.

Sirve para adelgazar

Los locales de comida rápida no tienen fama de ser lugares relajados. Se caracterizan por todo lo contrario: colores chillones, luces fuertes y un entorno que no invita a la distensión. Ese ambiente fue el objeto de estudio de Brian Wansink, un profesor de marketing y comportamiento del consumidor en la Cornell University de Nueva York. Su experimento consistió en intervenir el ala de un restorán fast food de Illinois con suave música instrumental a través de los parlantes, y una atmósfera acorde: iluminación tenue, plantas, manteles y velas. El menú, en cambio, quedó intacto.

Las personas que merendaron en esa sección fueron observadas y encuestadas. El estudio arrojó que su consumo de calorías bajó de 775 a 949, es decir, un 18 por ciento menos. Pese a ordenar lo mismo, los sujetos investigados masticaron más lento y no dejaron vacíos sus platos. Consultados al  terminar, todos concordaron en que la música reposada aumentó su grado de satisfacción con los alimentos, contradiciendo la idea de que sentarse en la mesa con tiempo y tranquilidad hace pedir mayores cantidades de comida.

El pop se ha vuelto depresivo y ambiguo

1.010 canciones, extraídas de las listas de fin de año de la revista Billboard entre 1965 y 2009, fueron analizadas en el estudio “Apuntes emocionales en la música popular americana: Cuatro décadas del Top 40”. El sondeo concluyó que, con el paso del tiempo, el pop se ha vuelto más triste. El uso de tempos lentos y acordes menores, combinación asociada a la pena y lo oscuro, creció considerablemente hasta llegar a su punto culmine en los 90, la era del grunge y el rock alternativo. Hoy en día, sin embargo, lo que se estila según este estudio es la ambigüedad emocional. O sea, tempos rápidos con acordes mayores o viceversa.

El autor, Glenn Schellenberg, psicólogo de la Universidad de Toronto, postula que el ascenso del consumismo y el individualismo en la sociedad contemporánea tiene la culpa. Dice que las personas ansían parecer inteligentes, y las canciones que sólo proyectan felicidad son vistas como ingenuas e infantiles. Lady Gaga es sindicada por el académico como una excepción actual a la regla, gracias a su capacidad de producir canciones frontalmente alegres sin despertar resquemores al respecto.

Aumenta el rendimiento físico

Desde la invención del personal estéreo en 1977, correr y escuchar música se han vuelto actos complementarios. Hasta la USATF, entidad que regula los deportes de carreras en Estados Unidos, tuvo que pronunciarse al respecto, criticando el uso de dispositivos móviles de audio y prohibiéndolos en competencias profesionales. Pero su argumento para justificar esta medida decía relación con la seguridad (no poder oír el tráfico, por ejemplo), jamás con el desempeño.

Costas Karageorghis, especialista en la relación entre deportes y música, investigó durante años el fenómeno, financiado por la Brunel University de Londres. Sus observaciones arrojaron que el rendimiento atlético mejoraba en un 15 por ciento con audífonos puestos. Acorde al estudio, el flujo de sangre que llega al cerebro se ve afectado por los sonidos, y tiene un efecto que puede ser estimulante o relajante –útil para tramos cortos y largos, respectivamente-, dependiendo de lo que se oiga. En todos los casos, la distracción que ofrecen las canciones ayuda a desatender la sensación de fatiga que puede causar la actividad física.

Beethoven mejora el sueño canino

Los animales en cautiverio son propensos a cuadros de ansiedad y depresión, a causa del aislamiento y las restricciones que conlleva el encierro. Pero un grupo de psicólogos veterinarios de la Universidad de Colorado, con la doctora Lori R. Kogan a la cabeza, intuyó que la música podía mejorar sus condiciones de vida. Para comprobarlo, acudieron a un refugio canino y a una perrera. En total, ambos lugares sumaban 117 ocupantes, los que fueron expuestos a 45 minutos diarios de heavy metal y música clásica, entre otros estilos, durante cuatro meses.

El desenlace: los perros que escucharon piezas doctas, especialmente “Claro de luna” de Beethoven, presentaron cambios conductuales positivos. Durmieron más y se mostraron tranquilos, al contrario de cuando oían rock pesado. “Journal of Veterinary Behavior”, la revista donde se publicó el artículo de Kogan y su equipo, cita la canción “Angel of death” de Slayer (erróneamente adjudicada a Judas Priest) como la que más intranquilidad y nerviosismo causó entre los animales.

Forma niños comprensivos

Mientras la educación se enfoca en el éxito académico, basado en la consecución de calificaciones, los colegios pierden interés en la formación emocional y social de sus alumnos. Luego de advertirlo, miembros de la Facultad de Música de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, comenzaron un período de observación semanal con un grupo de 52 niños, de entre 8 a 11 años. De forma aleatoria, los pequeños fueron divididos en grupos separados por énfasis: juegos musicales, actividades teatrales y un tercer conjunto –más convencional- que realizó labores de baja interacción como las que se llevan a cabo en la mayoría de las escuelas.

Antes y después del estudio, los niños fueron sometidos a un test de empatía, es decir, se midió su capacidad para entender los estados emocionales de otros. Al cabo de un año, terminado el período de examinación, los que se relacionaron a través de la música presentaban mejores resultados y mayor facilidad para comprender al resto de sus compañeros. Para los profesores involucrados, esta habilidad emocional hace que los estudiantes tengan una buena impresión de sí mismos, y de esta forma, estén más prestos a descubrir cosas nuevas y desarrollen interés en los contenidos impartidos dentro de un establecimiento educacional.

Las canciones exitosas son todas iguales

Curioso, pero también muy controvertido, el estudio de Joan Serrá, una experta en inteligencia artificial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, planteó que los éxitos musicales de la actualidad son cada vez más parecidos entre sí, y además, se han vuelto ruidosos. Usando una base de datos conocida como Million Song Dataset, un archivo público que contiene –literalmente- un millón de canciones, el equipo de la académica analizó los aspectos técnicos de canciones entre 1955 y 2010, a través de algoritmos. Acordes, melodías y sonidos utilizados fueron algunos de sus parámetros para determinar que, en este momento, el pop ofrece menos variedad que nunca, y que su creatividad ha disminuido en los últimos cincuenta años.

“Hemos encontrado evidencia de una progresiva homogenización en el discurso musical”, declara el paper firmado por Serrá. Una “guerra de ruido” estaría siendo librada, según el documento, consistente en anular los timbres sonoros y dejar todo parejo, demasiado fuerte como para distinguir su riqueza. Por supuesto, la polémica sobre la veracidad de estas aseveraciones no se hizo esperar, aunque los puristas le encontraron toda la razón.

4.10.12

Beto Cuevas - Transformación


La moda al día

Donde caliente el sol, ahí estará el camaleónico Beto Cuevas, un maestro del camuflaje que ha sido rockero con alma de popero, popero con alma de rockero, efigie fashionista, rostro publicitario, juez de programas cazatalentos y un kilométrico etcétera. El presente del ex vocalista de La Ley es su segundo disco en solitario, titulado sin mucha gracia "Transformación", un concepto manido como el pulso electrónico que siguen la mayoría de sus canciones, palos de ciego que ansían vigencia en un panorama donde los DJs son los nuevos rockstars. El vaivén de guitarras a secuencias y viceversa marcó la última etapa de su antigua banda, y en este álbum sigue ahí esa oscilación. "Cuánto lo siento, aunque lo intento, yo no puedo anclarme en ningún lugar", declara la reveladora "Aterricé".

Todo lo que Cuevas diga puede ser usado en su contra. Incluso cuando toma prestada la idea de "No soy de aquí ni soy de allá" de Facundo Cabral en "Eterno", su homenaje al asesinado cantautor argentino -escrito junto a Sharon Stone-, parece estar hablando de sí mismo, comulgando con el desarraigo. Pero ningún tema de "Transformación" deja más claro el confinamiento de su protagonista como "Amor y actitud", dedicado al movimiento estudiantil y entonado en primera persona plural. "Defendemos nuestra verdad, juntos somos multitud, no hay nada que ocultar", reza el coro. Una proclama que hiede a vacuidad y condescendencia al lado de grupos nacionales jóvenes como Ases Falsos o Tenemos Explosivos, capaces de hablar sobre lo que ocurre en Chile sin recurrir a consignas tan baratas y poco creíbles.

Errático, Beto Cuevas pretende filosofar acerca de asuntos trascendentales (el alma, la eternidad, el despertar de los sentidos, la naturaleza), pero su sensibilidad new age hace tambalear esa jactancia, noqueada finalmente por decisiones musicales asoladoras. Es un disparate tras otro: la plastificación reggae en "No te olvides de amar", la impostación house de "Latidos", el irritante falsete en "Dejé de pensar" (dedicada a las víctimas de Juan Fernández), la manipulación vocal extrema de "Live in Japan", el spanglish en "Goodbye", los invitados de cartón (Flo-Rida, Leire Martínez de La Oreja de Van Gogh, Deborah de Corral). La lista es larga y dolorosa. Sólo consuela saber que Cuevas mantiene incólume su sello personal como intérprete, a la espera de que las tendencias lo favorezcan nuevamente. Las modas pasan, el estilo permanece. Ya lo dijo Coco Chanel.

Adele lleva la canción de James Bond de vuelta a sus raíces

Tina Turner, Sheryl Crow y Garbage fueron los últimos en acertar al blanco. Los dardos de Madonna, Chris Cornell y Alicia Keys con Jack White fallaron estrepitosamente. No es fácil estar a la altura del sonido Bond. Lo dicen 13 años sin una canción que le haga justicia al misterio y la seducción que propone la franquicia de películas que este viernes cumple media centuria. Justo en esa fecha, para el aniversario número 50 de "Dr. No", Adele romperá esa mala racha y presentará "Skyfall", la salvación de un 007 que ha pasado todo este milenio musicalmente anémico.

"Cuando tenga 60 años, presumiré diciendo que fui una chica Bond en los viejos tiempos", dice la británica sobre su nuevo tema, el primer material que lanza desde el multiplatino "21". Como si le faltaran motivos para alardear: "Skyfall" es una magnífica balada intrigante, grabada en el mítico estudio Abbey Road y escrita por Adele junto al productor Paul Epworth, con quien hizo dupla en la ubicua "Rolling in the deep". De eminente impronta cinematográfica, con arreglos orquestales que acentúan su dramatismo y le dan profundidad, la canción recuerda inevitablemente a Shirley Bassey, la voz femenina más relacionada a James Bond por su participación en tres películas de la era Connery y Moore. Tal vez sea el inicio de un maridaje similar. ¿Qué otro músico de esta generación tiene la estampa necesaria para estar a la altura? Hasta el momento, nadie.


Cinco décadas de canciones Bond

Tom Jones - "Thunderball" (1965)

Famoso por su resiliencia, el galés -de apenas 25 años en ese entonces- terminó desmayado en el estudio tras mantener la nota final de este tema por ocho segundos. Otros que grabaron canciones para la película fueron Shirley Bassey, Dionne Warwick y Johnny Cash, pero sus aportes fueron descartados, engrosando una lista de rechazos en que también figuran Blondie y Alice Cooper.

Paul McCartney & Wings - "Live and let die" (1973)

Todo un hito resultó la participación del Sir británico con su banda Wings, en que compartía créditos con su fallecida esposa, Linda. Ningún tema central de James Bond había sido tan exitoso: llegó a los primeros lugares en conteos anglo, y recibió nominaciones al Grammy y los Oscar. Además, fue el primer acercamiento post Beatles entre McCartney y su productor histórico, George Martin.

Duran Duran - "A view to a kill" (1985)

La última película de Roger Moore tuvo la canción más popular. A la fecha, sigue siendo el único número uno de la saga en ránkings estadounidenses, y también constituyó un hito para la banda, que no volvió a grabar con formación original hasta 2001. Una orquesta de sesenta músicos participó en la grabación del tema, aunque, en realidad, poco se nota.

Sheryl Crow - "Tomorrow never dies" (1997)

Criticada desde su lanzamiento por carecer de un perfil operático, requisito que solía exigirse a los temas centrales de Bond, la interpretación de Crow ha envejecido bastante bien. Cantado en modalidad femme fatale, similar a lo que hoy pretende hacer Lana Del Rey, "Tomorrow never dies" ahora asoma como una de los últimos logros musicales de la saga.

Madonna - "Die another day" (2002)

"Sigmund Freud, analiza esto", desafiaba la reina del pop en la mayor aproximación del 007 a la electrónica, un controversial quiebre estilístico que llevó a la discordia entre críticos, fans y la industria del entretenimiento. "Die another day" recibió una nominación al Grammy y al Globo de Oro, pero también estuvo en carrera por un Raspberry Award, la antítesis del Oscar que premia lo peor del cine.

1.10.12

Blonde Redhead: Carrera con obstáculos


No estaba cómoda Kazu Makino. Los problemas de retorno aguaron los primeros minutos de Blonde Redhead en Chile, y la cantante del grupo lo hizo notar. El empalme neoyorquino, perfeccionista hasta la crispación, se lleva pésimo con los errores porque está poco acostumbrado a fallar. Aunque, de no ser por la mención, casi nadie hubiese advertido el contratiempo: la memoria muscular de la vocalista hizo que el apuro pasara desapercibido. Fue sólo una de sus muestras de clase, porte y gracia; Makino rompe la simetría estética en Blonde Redhead, la de ver en acción a los idénticos hermanos Pace, pero cohesiona el resto con el oficio que dan 19 años tocando en vivo.

Poco importó el contratiempo de audio. Lo que sí pesó fue el tonelaje de las canciones del trío, extraídas principalmente de sus últimos discos, "Penny Sparkle", "23" y "Misery Is a Butterfly"; controversiales entre fanáticos conocedores por el progresivo redondeo de bordes sonoros que en los 90 solían ser afilados. Más allá de las odiosas comparaciones con ese pasado, regido por limitantes preceptos del shoegaze y el dream pop, Blonde Redhead defiende sus temas recientes con justa razón: tienen la sustancia necesaria para justificar un show en que la música habla por sí misma y no deja mucho por explicar.

Vaporosa, 'Love or Prison' empezó a tejer la telaraña en la que el trío, del que sólo se veían siluetas en un comienzo, capturó a La Cúpula. Las inquietantes 'Falling Man' y 'Oslo' antecedieron al golpe de gracia, 'Spring and by Summer Fall', cuya guitarra debe seguir tan atascada en las cabezas de los que estaban ahí como el cencerro de 'Dr. Strangeluv' y el tarareo de '23'. Acuoso a ratos, humiento cada otro tanto y siempre aturdidor. Así fue el debut de Blonde Redhead en nuestro país, cerrado con disculpas por el problema técnico del inicio, y 'Equus' para desequilibrar la balanza a favor suyo y olvidar de una buena vez los baches. Prueba superada. El sabor de boca al final: dulce como la voz de Kazu Makino.

Los Hermanos Zabaleta: Hágase el malón

El temple de los Zabaleta hace buen juego con una tarde dominical. Serenos, con ese relajo propio del que ya no le prueba nada a nadie, bromean apenas suben al escenario de Casapiedra, sin haber tocado una sola canción. "Mi hermano es el suegro de Chile", dice Miguel apuntando a Antonio. "Tú eres el tío de Chile", responde el aludido, antes de empezar con "Esperándote", parte del disco "Reencuentro", una de las últimas producciones firmadas por los también ex miembros de Los Red Juniors y Los Bric a Brac.

"Hagan de cuenta que están en un malón", piden Los Hermanos Zabaleta. Ellos ponen la música: una mezcla de su repertorio histórico y covers de la época en que las fiestas arrancaban con luz de día. Por supuesto, predomina Elvis en la segunda selección con un medley que incluye "All shook up", "Jailhouse rock" y "Hound dog". También hay cabida para "Popotitos" de Los Teen Pops, "Pretty blue eyes" de Steve Lawrence y "Oh! Carol" de Neil Sedaka. Todas dedicadas a "esta juventud que nos acompaña", como llaman entre risas al público.

Vestidos de rojo, como en su mejor época -aunque con camisas y no con chalecos-, Los Hermanos Zabaleta ahora se autodenominan "Los Red Seniors". Nada de lo que sale de sus bocas es muy en serio, salvo lo que cantan. Ahí es cuando hablan con autoridad porque su bodega de éxitos es inmensa. "Solo he quedado", "A tu recuerdo", "Piensa", "Al pasar esa edad" y "Te vas quedando sola" son interpretadas con dos guitarras, contrabajo, batería, teclados y un par de coristas. Suficiente para complacer a una audiencia que venía dispuesta a celebrar medio siglo de música y nostalgia por la inocencia perdida.