29.11.13

Cat Stevens: Piel de gallina


Entre la sofisticación de sus primeros discos y la experimentación de los trabajos que editó antes de retirarse, Cat Stevens encontró su plenitud creativa en canciones honestas, escritas sin rebuscar. Esa faceta, la de mayor convocatoria, guía su retorno a la música secular: al lado de sus temas de la era "Tea for the Tillerman", una novedad como "Midday" no destiñe, y una reliquia de los 60 como "I love my dog" es adaptada desde el pop orquestal hasta el formato de guitarra y voz familiar para millones de oídos. 

Si Creedence Clearwater Revival es el grupo insigne de los viajes en carretera, y Barry White es capaz de aumentar la natalidad de una población, Cat Stevens es el guardián por excelencia del recogimiento y la reflexión. Sigue un sistema de creencias que premia a los humildes, y en su forma de entrar en escena -sin bombos, platillos, tiempos de espera o videos introductorios- anuncia que el foco de la velada estará en la música y no en la figura de quien la interpreta. Cuando se conserva la voz y el talante de los años mozos, como el inglés lo ha hecho, los artificios se vuelven dispensables. 

Las únicas diferencias entre Yusuf Islam y Cat Stevens son el nombre y las canas. Pero se trata del mismo hombre contemplativo: vulnerable porque es humano, sensato porque así lo decidió y finalmente desnudo porque no hay vestimenta que cubra las intimidades del alma que deja ver el desgarro entregado de "Miles from nowhere". La forma en que controla a su audiencia es involuntaria: nadie habla en "Sad Lisa" y todos cantan en "All you need is love", un cover de los Beatles que aterriza aun más al personaje, caricaturizado por su opción religiosa, al nivel de cualquier mortal común y corriente. Esa cercanía, lograda a punta de canciones que suenan bien hasta en la más destartalada de las guitarras, necesitaba ser reestablecida. Así fue: anoche nos devolvieron a un viejo amigo.

Recetas probadas


Cuando se sale del molde, aunque sea por centímetros, Britney Spears puede lograr una canción tan memorable como “Toxic” o un disco de alto nivel como “Blackout”. Respetuosa de los márgenes, carece de visión y comete errores garrafales como dejar fuera de “In the zone” una excelente grabación (“Over to you now”, asesorada por el dúo Frou Frou y la cantante sueca Robyn) por considerarla demasiado electrónica, sin sospechar que 10 años después tendría que pagar millones por adelantarse en la fila india que espera colaborar con will.i.am, David Guetta, Diplo y William Orbitt. 

No aprende de sus errores la estadounidense. Prometió que “Britney Jean” dejaría ver a la persona de carne y hueso tras la diva inalcanzable, pero su apego a las recetas probadas obstruye el paso de rasgos diferenciadores. Con arreglos idénticos a los que ocupaba The Postal Service hace una década, la poco imaginativa “Passenger” redunda en los autos y en la carretera como metáfora de libertad (algo que han hecho desde Bruce Springsteen hasta Tom Cochrane), aunque lo desalentador es que escribirla requirió la ayuda de la muy cotizada Sia y de Katy Perry. Da para cuestionar la noción de que varias cabezas piensan mejor que una. 

Deshumanizada por el abuso de Auto-Tune, la voz de Britney Spears trata fallidamente de expresar vulnerabilidad en “Perfume”, “Don’t cry” y “Chillin’ with you” (a dúo con su hermana, Jamie Lynn). Sólo consigue hacerlo a duras penas en “Alien”, la canción que abre el disco retomando el prisma del antiguo sencillo “Lucky”: el manido relato de la superestrella que se siente sola y desadaptada. Sí es muy competente a la hora de adoptar los modales de una mujer lujuriosa y perversa con la moral por los cielos. Por eso el single “Work bitch”, con su atrevida estructura en la que cuesta distinguir el coro, herencia quizás de “212” de Azealia Banks (quien participa de un remix del tema), está a años luz del resto de “Britney Jean”. Pero su mensaje, celebratorio de los excesos del dinero, radicaliza un discurso arribista que genera anticuerpos. Un rechazo palpable en las listas: Lorde lleva dos meses en el número uno de Billboard gracias a “Royals”, una proclama en contra del materialismo y los lujos.