De haber ocurrido 10 años antes, el primer concierto de Limp Bizkit en Chile aseguraba un lleno absoluto, una caldera humana. Pero el descomunal atraso en la visita del grupo, sumado a la sobreoferta de carísimos espectáculos en vivo, hizo que sólo cerca de 6 mil personas llegaran al Movistar Arena. El recinto funcionó a media capacidad, aunque con quórum suficiente para convencerse de que la banda era esperada con especial afecto (no como Helmet, cuya triste cancelación fue confirmada pocas horas antes) y de que para muchos, estar ahí poseía un significado especial. Tanto así, que algunos interpretaron la ocasión como una de sus primeras alegrías post fracaso en Copa América. Así lo hicieron saber los cantos de ceacheí que salieron desde el público, acallados por Fred Durst con un atinadísimo “shut the fuck up!” (después de todo, no estábamos en un partido de fútbol).
“Fuck”, de hecho, fue una palabra recurrente en el transcurso de la presentación. Es que Fred Durst, además de una aparente dotación vitalicia de merchandising de los New York Yankees, tiene la coprolalia a flor de labio, maldice constantemente, y el gran detalle al respecto es que él mismo lo sabe y ha reflexionado al respecto. Incluso mencionó lo divertido que es decir groserías, con la cara de un niño que recién está descubriéndolas, mientras las repartía a granel (“that’s a chilean dumbhole right there”, espetó apuntando a una persona en especial; “up your chilean ass”, le lanzó a otra). Pero el vocalista de Limp Bizkit no es un imberbe, sino un caudillo en pleno dominio de sus actos, que hasta es capaz de maquillar la verdad, si es necesario, para engatusar a su ejército. Durante ‘Take a Look Around’ (un single del 2000) aseguró que llevaba 15 años esperando “tocar este momento, de esta canción”, en Chile (saca tus propias cuentas).
Al comienzo de ‘Break Stuff’, que tempranamente despertó la efervescencia del Movistar Arena, Durst miró a Wes Borland ejecutando la intro del tema y afirmó con autosuficiencia que sólo una nota musical bastaba. Lo curioso es que la versión en vivo del tema fue más larga que la del disco “Significant Other” (1999) e incluyó entre sus agregados un solo de guitarra en que Borland demostró su amplio conocimiento del pentagrama. Contradicciones que se le perdonan a una banda de tanto carisma, con un maestro de ceremonias que es amo y señor del espectáculo (sólo DJ Lethal se permite interactuar, aunque en silencio, con el público; los otros tres músicos se concentran con éxito en sus instrumentos). Un tipo que establece una relación esquizofrénica y electrizante con su público, alternando “fuck you” con “I love you” y mostrando el dedo corazón para después agradecer la acogida de nuestro país; un frontman que es capaz de convencer a cientos de abanderados –y acérrimos- sobrevivientes del aggrometal de gritar, con absoluta convicción, palabras escritas por el mismísimo George Michael (en la versión de ‘Faith’).
Dueño de la situación y conocedor de los trucos infalibles del manual de la música en vivo, Fred Durst hizo subir al escenario a una fanática (¡que le hizo un koala!) y después a un miembro del publico que se robó el momento: partió oficiando de traductor entre el vocalista y los asistentes (aportando los improperios a la chilena que faltaban, porque la única grosería que el rubio cantante sabía en español era “cabrones”), para luego tomar el micrófono y dar la vida junto a la banda en una sorprendente versión colaborativa e improvisada de ‘Full Nelson’. Otra artimaña infalible tuvo lugar durante ‘Behind Blue Eyes’. El cover de The Who fue interpretado con base pregrabada, logró ser coreado por la mayoría de los presentes, pero casi nadie se dio cuenta de que terminó con un fade out: la atención estaba centrada en Durst, quien lanzaba latas de cerveza a la gente e incluso abrió una, cual Stone Cold, para mojar a los que estaban cerca.
Eso sí, nada de lo recién dicho significa que el resto del grupo esté pintado sobre el escenario. A decir verdad, el único –literalmemente- pintado era el infalible Wes Borland, teñido de negro hasta más arriba del cuello, con el resto de la cabeza (incluido el pelo) totalmente blanco y convertido en uno de los atractivos visuales del show. Sam Rivers, que tiene un bajo con luces rojas, llama mucho menos la atención a primera vista, hasta que se repara en sus posturas y expresiones faciales, que conservan varios de los tics de la época de gloria del nuevo metal; mirarlo a él era como estar de vuelta en 1999. De John Otto, escondido detrás de su batería, poco se vio, pero la descomunal vibración de su pedalera retumbaba con fuerza en el suelo y hablaba por sí sola de un trabajo bien hecho. No se podría decir lo mismo sobre los responsables del sonido -un tanto saturado- del concierto, aunque esa falencia jamás opacó el brillo ni la solidez de Limp Bizkit.
La banda desplegó material suficiente para configurar una hora y 40 minutos de show, matizado con interludios -en los que Lethal pinchó desde ‘Jump Around’ de House of Pain hasta ‘Axel F’ de Harold Faltermeyer, pasando por ‘Seven Nation Army’ de The White Stripes – y en el que “Gold Cobra”, el último disco del quinteto, fue más que nada una excusa para despertar el fanatismo provocado por la victoriosa saga de “Significant Other” y “Chocolate Starfish & The Hot Dog Flavored Water” (2000), dos álbumes que en poco más de dos años inyectaron casi una decena de temas al grandes éxitos de los adolescentes de la década pasada. Números aplastantes, al igual que el cargamento de conocidos hits que Limp Bizkit hizo debutar en Chile: ‘My Way’, ‘Nookie’, ‘Re-Arranged’, ‘My Generation’, ‘Eat You Alive’, ‘Boiler’, ‘Rollin’ (Air Raid Vehicle)’, además de los mencionados singles. Canciones que, por la razón o por la fuerza, tendrán su lugar en la memoria colectiva del rock y que ahora empiezan a disfrutar el culto provisto por una generación que está recién conociendo e incubando la nostalgia.