Con justa razón, la previa al lanzamiento de The Ecstatic fue aborrascada por las suspicacias y opacada por las críticas que situaban a su autor como uno más de los raperos que descuidaban su música, encandilados por la práctica del oficio actoral. Una observación pertinente, de no ser por un pequeño detalle: Mos Def tenía un as bajo la manga. A punto de entrar a la categoría de causa perdida, el rimador musulmán vuelve fortalecido y con la panacea para sanar a su moribundo prestigio.
El cariz triunfante de The Ecstatic queda en evidencia desde que Malcolm X, sampleado en la inaugural “Supermagic”, incita a cambiar el mundo con la misma vehemencia que las guitarras de la pista parecen determinadas a llenar cada rincón. No importa qué tan perdido estuvo en el pasado, en pocos minutos Mos Def convence de querer redimirse y su credibilidad aumenta cuando el mismísimo Slim Rick lo avala en “Auditorium”. Ambas canciones comparten -además de tintes orientales- la producción de los hermanos maravilla de Stones Throw (Oh No y Madlib, respectivamente).
Disipados los recelos, el neoyorquino entra en confianza para hacer y deshacer, sabiendo que la contundencia de su repertorio resiste cualquier embate. Por eso tiene el atrevimiento de engalanar los créditos del álbum con George Anne Muldrow y con Mr. Flash, de Ed Banger. La pianista lleva al MC hasta la época de oro del jazz en la magnífica “Roses”, mientras que el francés lo teletransporta hacia dimensiones cósmicas y futuristas en “Life in marvelous times”. Pero, si se trata de juegos cronológicos, el mejor de todos es “History”. Una colaboración con Talib Kweli en la que el dúo Black Star despierta por un momento y el prodigioso J Dilla, años después de su muerte, es el beatmaker.
Quién lo diría. He aquí un nuevo paradigma de cómo enmendar los desaciertos cometidos y rehabilitar una carrera golpeada hasta el cansancio por sucesivos palos de ciego. Los tres cuartos de hora que dura The Ecstatic funcionan como justa indemnización por los errores del pasado. Son los 45 minutos de una obra imperecedera, donde la complacencia inmediata es reemplazada por un deleite que permanece agazapado, esperando ser descubierto por los más pacientes. A Mos Def le gusta tomarse su tiempo y, mientras el resultado sean álbumes de esta jerarquía, no hay problema en esperarlo. Aunque se demore otra década.
Super 45 / Julio de 2009
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