La poesía portuguesa tuvo, en Fernando Pessoa, a una de sus plumas esenciales. Un personaje cuya obra se caracterizaba por la convivencia de varios heterónimos o álter egos. En su interior habitaba un ejército de identidades, cada una con su propia historia y con su propio carácter. David Eidelstein es un admirador del trabajo de este autor y, en cierta medida, un imitador de su desdoblamiento. Pocos reconocen su nombre o saben que es titulado en Literatura, que baila hip-hop y que también actúa. De lo que muchos sí se acuerdan es de la más popular de sus encarnaciones, ésa que tocaba el bajo en Los Tetas y que se hizo conocida usando el pelo rojo en el video de ‘Corazón de Sandía’, hace casi ya tres lustros.
David Eidelstein es el Rulo. Y el Rulo es David Eidelstein. La frontera entre uno y otro comenzó a difuminarse desde su más tierna infancia, cuando –por costumbre familiar– entonaba temas en el living de su casa. “Mi papá es ingeniero y mi mamá es secretaria, pero él guitarreaba y ella siempre cantaba. Crecí con Ella Fitzgerald y Violeta Parra. Eso nos marcó tanto que mi hermana y yo salimos músicos”, asevera. Aquella influencia lo acompañó luego en la enseñanza básica. “Yo estudié en el Francisco Miranda, que tenía un enfoque artístico. Era uno de los pocos colegios donde, en la época de Pinocho, podías ir con ropa de calle y usar el pelo largo. Bien hippie. Las primeras veces que vi gente tocando guitarra eléctrica fue en las salas de clases. Yo era súper chico y lo encontraba alucinante”, recuerda.
Todavía faltaba para que el funk y los ritmos negros tomaran la batuta entre sus preferencias. Quedaban etapas por quemar. “Mi hermana me mostró ‘Boys Don’t Cry’ y quedé loco. Me encantó. The Cure fue mi primera banda favorita. Hasta me disfracé de Robert Smith en un acto con otros compañeros. Yo estaba muy producido, con el pelo parado y los labios pintados”, rememora. “Una vez mi abuela fue a Argentina y le encargué un cassette de ellos, pero no me quisieron traer el Pornography, por el titulo”, cuenta entre risas. Rulo era sólo un niño, pero ya sabía cuál era el camino a seguir. “Desde muy pequeño quise dedicarme a la música. El otro día estaba revisando unos dibujos antiguos, donde salía junto a varios amigos y cada uno estaba personificado con lo que más le gustaba. Yo era el rockero. Siempre supe que haría esto, era mi pasión”, afirma.
Las pantomimas infantiles no eran suficientes. Ya no bastaba con caracterizarse haciendo playback sobre una radiocassette: había que hacerlo real. “La primera vez que agarré una guitarra y empecé a tocar fue para sacar ‘Patience’, de Guns N’ Roses, en el colegio, con la ayuda de un cancionero. Después llegué a mi casa y empecé a practicar el solo de Slash, hasta que me salió”, reconstruye. Nada mal para un novato cuya evolución lógica era acoplarse a un grupo. “Como todavía no cambiaba la voz, podía imitar los gritos de Axl Rose, así que llegué a una banda que necesitaba un cantante. Hacíamos covers de los Guns y de Faith No More. Tocamos un par de veces en festivales de colegios medio cuicos, aunque nada muy en serio”, aclara.
El amateurismo no duraría mucho para el Rulo. “En ese tiempo, conocí al Cristián, que estaba armando un proyecto junto a otra amiga, pero él y yo tuvimos más química, así que ella quedó afuera”, narra. Cristián no es otro que C-Funk, quien desde la pubertad tocaba junto a su padre, el eximio Hugo Moraga, y aventajaba a Eidelstein en cuanto a bagaje. Ambos compartían gustos y el deseo de formar un proyecto, al que se sumaría luego Francisco González (Pepino). “Hicimos como diez canciones, que tenían mucha onda argentina. Nuestros principales referentes eran James Brown y Prince, pero –en español– lo único que conocíamos eran algunas cosas de Charly García o Fito Páez. Ahí yo tocaba guitarra y el bajo era secuenciado”, describe. Apenas unos adolescentes, ninguno de ellos sospechaba que su incipiente agrupación sería una de las más icónicas del Chile noventero. Pero faltaba un ingrediente.
“En un viaje a Rapel con mis amigos, apenas llegué me dijeron ‘oye, hay un gallo acá más raro que la chucha’. Era alguien que conocía a una persona del grupo, pero justo esa persona no llegó, así que estaba solo. Tuvimos buena onda al tiro y le mostré un cassette de mi banda. Le encantó y me dijo que rapeaba. Después me llamaba por teléfono para freestylearme, hasta que lo invité a un ensayo”. Con esas palabras, Eidelstein hace memoria de su primer encuentro con Camilo Castaldi, alias Tea Time, quien comenzó a frecuentar al flamante trío y luego fue invitado a presentarse con ellos al escenario, en una tocata en La Tecla. “Esa noche fue la primera vez que usamos el nombre de Los Tetas, la primera vez que estuvimos los cuatro juntos en el escenario y la primera vez que toqué el bajo en público”, recapitula.
La posterior sucesión de eventos sería vertiginosa. Un año después, Rulo y los suyos estaban fichados por EMI, preparando su debut y lidiando con la experiencia de ser profesionales. “No me acuerdo bien de cómo fue eso. Yo estaba en el colegio y grabamos el disco en las vacaciones de invierno. El último domingo, antes de volver, habíamos trasnochado y llamé a mi vieja tipo siete de la mañana, para decirle que no podría ir a clases. Me retó ene. Era bien loco, estaba entre ser escolar y ser músico”, apunta. La bipolaridad del momento se expresaba hasta en los detalles más mundanos. “Mi papá tuvo que firmar mi contrato con el sello, porque yo era menor de edad. El proceso fue tan rápido y espontáneo que nunca fui conciente de él”, reconoce.
En 1995, con Mama Funk en las calles, Los Tetas estaban en todas partes. La efervescencia por el cuarteto subía como la espuma, con ventas multiplatino y su inolvidable nombre siendo festinado incluso en rutinas humorísticas de estelares de televisión. Nada de eso sirvió para convencer al –entonces– pelirrojo bajista, quien plantea que el álbum “ni siquiera me gustaba mucho. Yo quería hacer algo más funky, que fuera más perfecto. Mi idea era sonar como Prince o James Brown. Encontré muy inmaduro lo que salió”, confiesa. Lo mismo le ocurrió con su propuesta audiovisual. “La primera vez que vimos ‘Corazón de Sandía’ fue para el estreno en Más Música. Cuando se terminó, quedamos mirándonos en silencio. Me cargó la forma en que nos representaba. Era una imagen demasiado falsa, como de propaganda. Lo encontré ñoño”, admite. Sin embargo, sus juicios se han ablandado con el paso del tiempo. A catorce años del boom de su primera producción, David Eidelstein hace otro balance. “Creo que el disco tenía una mezcla del momento que, en el fondo, era su propia perfección. Lo mismo con el video, ahora lo veo y me gusta. Tiene una frescura que le da otro valor”, reflexiona.
Lograr el éxito en apenas un intento es algo de lo que pocos pueden jactarse, pero también es un arma de doble filo. De personalidad más tranquila que sus compañeros, Rulo observó cómo las luces obnubilaron parte de la humildad de sus amigos y colegas. “La popularidad echó a perder un poco las cosas. A Camilo y Cristián se les subían de repente los humos a la cabeza. Yo me empecé a alejar lentamente de ellos”, revela. Para él, la notoriedad obtenida resultó tan súbita que no pudo opacar su naturaleza, aunque sí alcanzó para hacer que se diera cuenta de que las cosas habían cambiado. “Nunca tuve mucha conciencia de que era yo el que estaba ahí. Mantuve la misma vida, los mismos amigos. Pero había una imagen de mí, gente que pensaba que yo era millonario o que era quebrado, cosas así. Eso pasaba porque en el ’95 todo era muy distinto. No había Internet, ni siquiera celulares. Ser ‘famoso’ era muy diferente a como es ahora”, opina.
Contrario a lo que podría pensarse, Los Tetas no dejaron que el impacto causado por su ópera prima acallara sus búsquedas estilísticas, ni los estresara al momento de fraguar una secuela. “Descubrimos un mundo funky y de música setentera que nos alucinó. Nos fuimos a una casa en el campo durante un mes, estábamos en nuestra volada, así que nunca sentimos mucha presión. De hecho, yo creo que por eso La Medicina no fue tan exitoso como Mama Funk, pero no queríamos repetir la fórmula”, sentencia. Pese a estar más conforme que con el disco predecesor, Eidelstein viviría un episodio crítico durante el rodaje del video de ‘La Calma’ que gatilló en su salida del proyecto. “Estábamos en un subterráneo. Era un lugar siniestro, donde habían matado a gente. Muy brígido. Subí al segundo piso y ni siquiera recuerdo lo que me pasó, pero caí de mandíbula al suelo. El golpe me obligó a estar un mes acostado en mi casa y ahí me cuestioné todo. Tenía otros intereses y no sabía si quería seguir, porque no me sentía muy a gusto con la dinámica del grupo. La encontraba viciada”, reconoce.
Alejado de su alma máter, Rulo emprendió una ruta incierta. “Estaba muy perdido en mi vida, en general. No sabía bien qué hacer. Como me fui con el Tata, trabajamos juntos, pero nos demorábamos mucho, teníamos muchas ideas y pocos resultados”, reconstruye. Hacía falta un asociado que ayudara a poner orden. “Justo ahí conocí al Go y empezamos a componer como locos, de repente hasta tres temas diarios”, cuenta. Con su nuevo asociado, David formó Rayos, que luego daría paso a Samurai. Ambas agrupaciones dieron a luz discos que nunca fueron publicados, pero que ayudaron a encauzar sus inquietudes, antes de partir el 2001 al Taller de Músics de Barcelona, para perfeccionarse en el bajo.
De vuelta en Chile, tras un año de muchas jam sessions junto a instrumentistas de todo el orbe, la madurez adquirida lo llevó a cambiar el rumbo. “Tenía ganas de estudiar Teatro, también pensé en Sonido, pero terminé en Literatura”, explica. “Aproveché el tiempo para profundizar en el bossa nova, el folklore y los ritmos árabes, que ya había conocido en España. Pude enriquecerme con otros estilos. Abrirme a las letras me abrió musicalmente y yo tenía esa necesidad por expandirme”, comenta. “No toqué mucho en vivo, pero siempre seguí tocando solo. Me sentía raro, un poco alejado, pero jamás pensé dejar la música”, aclara. Sin ir más lejos, su tesis de grado fue acerca de ‘Construção’, de Chico Buarque, pieza clave del repertorio brasileño, una de las principales fijaciones de Eidelstein tras sus viajes a Río de Janeiro y Bahía.
Con calma, el Rulo volvió a tomar las riendas de su carrera artística. Junto a David Vásquez –su camarada de breakdance y ex parte de Goda–, fundó Esencia, tomándose el tiempo necesario para desarrollar sus aspiraciones, siempre cercanas a la cadencia negra. “Ha sido un proceso de búsqueda lento. Armamos un disco el año pasado, pero no nos convenció la versión definitiva. Siento que recién ahora está produciéndose lo que siempre quise. Antes igual pasaba, pero integrar cosas como el reggae, el dancehall y el jazz nos hizo agarrar una onda que nos tiene felices”, declara. De momento, su plan es actualizar el material acumulado y aprovechar la instancia para generar nuevos temas.
David Eidelstein ha reflotado su oficio en los más diversos formatos. “Un amigo me dijo que necesitaban un DJ para una fiesta, así que partí para allá. Esa misma semana me llamaron de otro lado y así ha sido hasta ahora. Fue algo que yo no busqué, ser DJ me buscó a mí”, señala. Últimamente ha ampliado esta faceta, presentándose como bajista con Haiti (su compañero de departamento), mientras éste pincha discos. Parece que Rulo es capaz de llevar todas sus experiencias creativas al plano sonoro. En 2008 tomó clases de improvisación actoral con el Colectivo Mamut y ahora aplica esos conocimientos musicalizando la obra Teatro de Gorilas. “Ha sido muy bueno para poder estar presente, agarrado del instante. Si paveas mucho, no funciona”, arguye.
Fotos por Jose Moraga
Rayos sonaba en la radio zero cuando yo estaba en octavo. Grabé esa canción en un casette y años más tarde la encontré en soulseek. Amaba esa canción, la escuchaba una y otra vez y la cantaba. Es definitivamente una de la canciones culpables de mis preferencias rítmicas. Ahora tengo la canción Cuerpos, me la mandó un amigo y está muy rica. ¡Tal vez cómo sean esos discos no editados! Me muero de ganas de bailarlos!
ResponderBorrarY excelentes letras tuyas, as usual.