6.11.09

Faith No More - Estadio Bicentenario de La Florida (30.10.2009)


Foto por Andrés Bortnik


Era imposible resistir a la tentación de Fiskales Ad-Hok y Sepultura. Había que saltar con ellos, gritar, vibrar y transpirar. Pero, después de una considerable espera, Faith No More estaba a punto de presentarse ante nosotros y cierto hálito de energía renovada se hacía sentir. Como había sido la tónica, el cover de ‘Reunited’ (original de Peaches & Herb) dio el puntapié inicial al ansiado momento de poder presenciar, por primera vez para muchos, a los californianos que -hace 11 años- coronaron con su disolución a una semana fatídica de abril, en la que también nos enteramos de los decesos de Octavio Paz y Linda McCartney.


Como unas máquinas, pasaron a la siempre incendiaria ‘From Out Of Nowhere’ y por fin Mike Patton saludó al público. Ya era un hecho: estaban acá para nosotros. Público y banda convertidos en un solo ente, que se remecía con los rugidos del orate vocalista, un extraterrestre en cuya apariencia el tiempo no hace mella alguna. Pero, aunque no se pueda decir lo mismo sobre sus compañeros de banda, las capacidades de todos siguen intactas. El grupo funciona como una aplanadora inclemente, que no perdona a ninguna superficie y aplasta lo que sea con canciones del calibre de ‘Land Of Sunshine’. Incluso pueden transformar la anecdótica versión en español (y con el frontman usando chupalla) de ‘Evidence’ en un momento intenso, reconocido por absolutamente todos los asistentes del Estadio Bicentenario de La Florida.


Algunos fumaban, enfriando sus cuerpos, pero todos tenían claro que la calma dura poco cuando se trata de Faith No More. ‘Surprise! You’re Dead!’ y ‘Last Cup of Sorrow’ volvieron a poner los pies en el aire y las cuellos a balancearse. De ahí en más, el salvajismo alcanzó su punto cúlmine en ‘Cuckoo For Caca’, para declinar con ‘Easy’; otro respiro, cortesía de una de las más versátiles instituciones del rock. Y es que el sabor a histórico estaba en las bocas de cada una de las personas presentes. Fueron muchos años de ausencia, en los que el recuerdo y la añoranza invadieron a todos quienes los conocieron. La segunda venida estaba sacudiendo nuestra tierra, al suroriente de una capital siempre necesitada de estímulos semejantes, de actos viscerales entre tanto gris y caras largas.


‘Epic’, el mayor éxito de la banda, inundó al recinto en una avalancha de guitarras y de potencia. “¿De verdad estos tipos son cuarentones” era la pregunta que muchos se hacían. Con el vigor de unos adolescentes, los norteamericanos seguían en pie, para demostrar que la eterna juventud no es una quimera cuando ‘Midlife Crisis’ es parte de tu repertorio y toda la gente quiere cantar contigo en el coro del tema. Especialmente si son alentados por un cantante que mantiene una relación especial con el país en cuestión, hasta el punto de emular –a su manera- el famoso grito de cehacheí. Tener al grupo ahí, compartiendo el mismo oxígeno y el mismo cielo, cantando ‘RV’, es volver a estar borracho escuchando Angel Dust. De eso se trata ir a verlos. Por eso fue tan emocionante que luego sonara ‘The Gentle Art of Making Enemies’ o ‘King For a Day’, porque son canciones que están impregnadas en el inconsciente de miles de personas. Himnos para que todos pudiéramos acompañar al grupo y seguir los acordes, la batería y ese bajo eternamente peligroso.


Con ‘Ashes to Ashes’, quedamos pensando en qué hubiera pasado con la banda de no haberse disuelto. La electricidad descargada en el tema daba para eso. Nadie se salvó de esos últimos gritos de Patton, presagiando que le quedaba garganta para poder entonar las dos magnánimas obras con las que finalizaría el macro del show: ‘Ricochet’ y ‘Just a Man’. Sendos golpes bajos a la seguridad de todo el estadio, con un desaforado cantante entre medio de la multitud, desafiando a los guardias que osaran tocarlo y convulsionándose en el suelo, como un shamán esquizofrénico y excitado. Tras el primer fin del rito, la magia se resquebrajó un tanto, con la conciencia de que el setlist era corto y de que el grupo intentaba despedirse. Eso sí, ‘Stripsearch’ (con la notable ‘Chariots of Fire’ como intro) garantizaba la tranquilidad de saber que –al menos- la perfección alcanzada bastaba para satisfacer las enormes expectativas acumuladas.


Ni siquiera ese triste (y bastante reprochable hacia la organización) problema de sonido en ‘We Care a Lot’ pudo hacer pensar lo contrario. Incluso hubo quienes siguieron con sus voces a unos Faith No More que no tenían idea de que los parlantes habían dejado de funcionar y continuaban interpretando con ahínco su célebre single. Fue el único instante que empañó a más de una hora de absoluto deleite. ‘Pristina’ fue la encargada de lavar el recuerdo, para volver a dejarlo impecable en las memorias de quienes presenciaron y se rindieron de rodillas ante el show de una banda generosa en dotes, herederos de todos los epítetos con los que una persona pueda referirse a unas leyendas del rock. ¿En pocas palabras? Un concierto de la puta madre.


POTQ.cl | Noviembre 2009

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