Los Rob Gordon, las Amelié y todos los que quieren hacer un Into The Wild. Los amigos borrachos, los depresivos, los egocéntricos y los que se desaparecen. Mis lentes, mi pelo y mis pantalones de la ropa americana. Las minas de 19 que no saben quién es Ian Curtis, las de 23 que nunca han escuchado a Bobb Trimble y la treintonas que no entienden a Exodus. 'Stairway to Heaven', 'Wish You Were Here' y 'Smoke on the Water'. Los gays que se creen Madonna y los que quieren ser Britney. Los pantalones pitillo, los lentes de sol con marco de color, las Converse de lona y la chasquilla. El chicle debajo de la mesa, el pico dibujado en la pared, el torpedo milimétrico y el cigarro escondido en el baño. Los cassettes pirata de Sui Generis, los CD's que se rayaron anoche, los vinilos carentes de tornamesa y ese parlante malo que jamás se fue al servicio técnico. La falta de comas, las redundancias y la economía del lenguaje. El olor a tierra mojada y el pan con palta dominical. La carta de amor que no escribiste, los abrazos que te guardaste y esas lágrimas que todavía no estallan. La mano de Maradona, el dedo de Ricardo Lagos y un brazo de reina en la cocina. Cada uno de tus cumpleaños. La polera que compraste en Patronato, ese McCombo que la dieta te niega, la canción que tarareas, el verde en el semáforo y tu imprudencia al cruzar la calle. Los llamados a las tres de la mañana, el pie afuera de cama, la baba en la almohada y el caos de las sábanas. Los discursos de Allende, los poemas de Neruda, los chistes crueles de Nicanor, los gritos de Don Francisco, el corte de pelo de mi madre y las celebraciones de gol.
Podría seguir toda la noche. No soy un hombre de palabra, soy un hombre de palabras.
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