Pese a que la heroína tiene bajísimos índices de consumo en Chile y a que Escocia está muy lejos (cultural y geográficamente), empatizar con el drama humano de los protagonistas de “Trainspotting” es más fácil de lo que parece. Después de todo, tenemos el mismo e incombustible drama humano a la vuelta de la esquina, en poblaciones cuya juventud sucumbe ante la pasta o la cada vez más popular coca. Para muchos de nosotros, esta película de 1996 fue el primer vistazo a la decadencia que conlleva la adicción a una droga dura y, por tanto, un hito que nunca olvidaremos. Pero, ¿qué sería de esta cinta sin su banda sonora?
Si la secuencia inicial careciera de ‘Lust For Life’ de Iggy Pop, la escena de la sobredosis no contara con ‘Perfect Day’ de Lou Reed o ‘Dark & Long’ de Underworld no sonara durante la crisis de abstinencia de Renton, lo más seguro es que aún estaríamos ante un excelente filme, pero uno con menos magia. Sin la música, lo que queda es la mezcla de personajes carismáticos, diálogos brillantes y peripecias extremas de una obra que tal vez seguiría gozando de reconocimiento, aunque en otro tipo de categoría, menos masiva y más de culto (¿a cuántas películas británicas consideramos generacionales?)
La función de los 29 cortes (27, en rigor, porque dos se repiten en clave remix) que aparecen en los dos discos de “Trainspotting” es absolutamente vital -en el sentido más estricto de la palabra- para el aura de la película. No es música de acompañamiento, ni una excusa para vender CDs (aunque vaya qué buen negocio fue lanzar el álbum verde tras el éxito del naranjo), ni una artimaña para levantar una moda de la nada; sino el pulso y el molde de toda la personalidad del largometraje dirigido por Danny Boyle, de los personajes y las hiperbólicas situaciones que enfrentan.
Son las canciones las que convirtieron en ícono de la cultura pop a “Trainspotting”, obra deudora de la estética del videoclip y musicalizada -por ende- con meticuloso esmero. No podía ser de otra forma, dado que el escritor Irvine Welsh inyectó numerosas referencias a solistas, bandas y singles en las líneas del libro en que se basó el filme, donde hay más de lo que aparece en los dos volúmenes de la banda sonora del largometraje. Por ejemplo ‘There’s a light that never goes out’ de The Smiths (que titula uno de los capítulos), ‘Take my breath away’ de Berlin (el tema de “Top Gun”, mencionado como una de los favoritos del sociópata Begbie), o ‘Daddy Cool’ de Boney M.
No se trata de enemistar dos elementos creados para convivir. Finalmente, cada subdivisión de la novela (la película basada en ella y el disco basado en la película) aporta su condimento propio a la franquicia. Pero, aunque el todo sea más que la suma de sus partes, ¿caben dudas sobre cuál parte sobrevive mejor por sí misma? La columna vertebral del soundtrack de “Trainspotting” es la mezcla de artistas clásicos (Lou Reed, David Bowie, Iggy Pop, Brian Eno, New Order, Joy Division) con otros de fama comprobada en plena eclosión britpop (Blur, Damon Albarn, Pulp, Primal Scream). Nombres que configuran, por derecho propio, una recopilación de alto vuelo.
Por supuesto que, después de ver la película, el encanto de su música crece de manera exponencial, como ocurre con la segunda suite de la ópera “Carmen” de Georges Bizet y ‘Deep Blue Day’ de Brian Eno (ambas usadas en la escatológica y brillante escena del peor baño de Escocia) o con ‘Atomic’ de Sleeper, cover de Blondie que suena en la discoteca donde Renton conoce a Diane. A estas alturas, disociar por completo ambos elementos es un sinsentido si la idea es hacerlos antagonizar, pero constituye el ejercicio que mejor atestigua el irrefutable poderío de esta excepcional selección de canciones, la mejor banda sonora de los últimos 15 años.
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