Estábamos en Lollapalooza. En Santiago de Chile, pero en Lollapalooza. Quién lo diría. Costaba creerlo, aunque lo supiéramos hace meses. Dar una vuelta, para reconocer el terreno, fue el plan antes de encerrarse en La Cúpula. El panorama no podía ser más alentador: todo lucía dispuesto para que pasarlo bien con música fuese lo único importante durante ese día y el siguiente. Mientras Francisca Valenzuela e Ital le inyectaban pop y electrónica, respectivamente, al inicio de fiesta, Devil Presley dio un show impecable en el teatro (bautizado como Tech Stage para la ocasión).
“No todo en Chile es Alberto Plaza”, le espetó el vocalista Rod Presley a un público entusiasta que iba en franco aumento. La banda de Maipú distribuyó bien su tiempo, conectó con los presentes y a través de canciones como ‘Puta’ o ‘En la vida hay que pelear’ consiguió el humilde pogo inaugural del Lollapalooza criollo. Nada mal, aunque la primera gran sorpresa nacional fue Astro, que subió al escenario de La Cúpula al mismo tiempo en que Los Bunkers realizaban una presentación que Wayne Coyne de The Flaming Lips en persona alabó en la edición de hoy (5 de abril) de La Tercera.
Astro no tendrá disco, pero sí seguidores propios que se saben sus temas y celebran cada movimiento del ensamble liderado por Andrés Nusser, vocalista de excepción que estuvo a la altura de las circunstancias y activó el germen de juerga pese a que apenas era hora de almuerzo. Con ‘Raifilter’ junto a Harvey Jones de Picnic Kibun, la banda inició un ritual que se repetiría en otros de los artistas chilenos: invitar a un amigo (Javiera Mena lo hizo con Gepe, Chico Trujillo con Álvaro España). Luego, mediante Dënver, llegó la primera advertencia sobre La Cúpula y su capacidad, uno de los ítems más revisados en los resúmenes noticiosos sobre el certamen.
La pareja de San Felipe llenó el Tech Stage, en una postal que lucía reconfortante gracias a la disposición de los presentes y el buen ánimo del grupo, que dio una de las mejores presentaciones de su carrera en la mezquina media hora que se le asignó. Para atesorar: las versiones de ‘Olas gigantes’ y ‘Los adolescentes’ más orgánicas que sintéticas, especialmente la última, finalizada con Milton Mahan de rodillas en el escenario, poniendo -a su vez- de rodillas ante ellos a la gente que llegó a verlos. Su show fue seguido por el sólido paso de Ana Tijoux y la confirmación de que el espacio sería insuficiente. Sin embargo, a pocas horas de haberse iniciado, Lollapalooza ya podía sacar cuentas alegres.
La presentación de Cypress Hill daba espacio a las inquietudes por la dubitación que ha mostrado el conjunto al estructurar sus últimos conciertos, sumado a la vacilante aceptación que ha tenido su más reciente trabajo, “Rise Up”. Una vez abierto los fuegos, la presencia de Julio G en remplazo del fundacional Dj Muggs hacia más grande aun la sospecha. Al son de ‘Get ´em up’, B Real (rebautizado como Capitán Marihuana) entró seguido de Sen Dogg, y sólo bastaron tres minutos para noquear toda duda a priori: el show de los angelinos peleó palmo a palmo el cetro del sábado. Hits y clásicos como puñetazos sacudieron al público presente, desde ‘Tequila Sunrise’, pasando por las incombustibles ‘Hits from the bong’, ‘Insane in the Brain’ y ‘Dr. Greenthumb’ Fue un cruce entre su más reciente gira mundial y los inolvidables de siempre, abandonando la guitarra eléctrica y dando mayor protagonismo al dialogo entre DJ y percusionista. Cypress Hill pasó raudo como un tren sobre el sol y la espesa cortina de humo verde, dejando a la gran mayoría de los testigos de este hito notoriamente satisfechos, y demasiado volados como para atinar y clamar por más.
Los momentos inmortales siguieron al lado, en el escenario Coca-Cola, cuando Tim Booth (el vocalista de James) subió a la tarima desde el público y sentó las bases de un concierto que se caracterizaría más por la buena onda con la gente que por su calidad musical. El conjunto de Manchester se vio deslucido en sus ejecuciones, pese a la emotividad del encuentro con una porción considerable de gente que los esperaba hace demasiado tiempo en Chile y que prefirió vibrar en vez de juzgar cuando los ingleses sacaron sus ases (singles) bajo la manga. El único error fatal: no tocar ‘She’s a star’.
Quien sí hizo todo bien fue el vocalista y guitarrista estadounidense Ben Harper, con un espectáculo infalible desde todo punto de vista. A falta de hits famosos a nivel radial, el músico salió triunfante de Lollapalooza por su experticia, capaz de conquistar a quien sea, y por la brevedad de un concierto del que resultó imposible cansarse. Apacible y perfecto para una hora en que el descanso era una idea cada vez más seductora, si se quería llegar con dignidad a la hora de cierre. Punto a favor para el solista, para muchos, una de las mejores sorpresas del festival.
The National también cumplió por partida doble, con un show ideal para quienes los estaban esperando desde hace una década y para quienes llegaron como curiosos, tal vez haciendo hora para ver a Deftones. La banda de Ohio repasó buena parte de “High Violet” (2010), el disco que aumentó su valía en popularidad y éxito comercial, aunque también miró por el retrovisor con canciones más antiguas, con el tiempo ganado gracias a la baja de Yeah Yeah Yeahs. Melancolía en clave rock de inspiración post punk, recibida cálidamente por un Santiago cuyo cielo empezaba a cambiar de color para dar paso al horario estelar.
A las 19:30, Deftones, el primer gran plato fuerte de Lollapalooza, fue el cierre de la actividad en el escenario Claro. Un problema grave: el bajo volumen del audio emitido desde los altoparlantes al resto del Parque O’Higgins. Desde atrás sonaba débil, demasiado lejano para lo que se espera de un festival y sobre todo de una banda como ésta, así que avanzar se hizo obligación porque era frustrante ver cómo el grupo entregaba todo de sí y que la amplificación no le hacía justicia. Comentarios técnicos aparte, los californianos comandados por Chino Moreno desplegaron un repertorio que aunó sabiamente sus clásicos y su último material, contenido en el disco “Diamond Eyes”.
Que Deftones tiene un cantante privilegiado es vox pópuli, pero escucharlo en vivo es tema aparte, de otro planeta. En la misma senda de Mike Patton, ésa que explora las posibilidades de la voz hasta llevarlas al extremo, Moreno puede chillar mejor que Jamie Lee Curtis, cantar de la manera que sea y rapear cuando es necesario. Y todo esto mientras interactúa de cerca con el público. Para qué hablar del otro genio del grupo, el guitarrista Stephen Carpenter, quien terminó de convertir en un deleite la presentación de la banda, que invitó a Sen Dogg de Cypress Hill para tocar ‘Back to school’ y regalarnos otra postal inolvidable de Lollapalooza poco antes de terminar con una heroica interpretación de ‘7 words’.
Mientras The Killers, sin nada nuevo que ofrecer salvo la importancia de su reunión en Chile, degustaban una vez más el respaldo del público chileno (que repletó La Cúpula para verlos el día anterior), Fatboy Slim hacía bailar al Movistar Arena. Eso sí, lo del inglés fue un tanto semiagridulce, porque daba más la impresión de estar en una fiesta de discotheque Broadway viendo al DJ de turno que ante un histórico de la electrónica mundial, aunque eso no pareció importarle a ninguno de los que bailaban al ritmo de sus festivos –hasta el punto del mal gusto- y noventeros beats. La mejor opción era partir a sentarse en el pasto y volver a ver a los liderados por Brandon Flowers, aunque de lejos, descansando los pies y pensando en que la fantasía adolescente se repetiría al día siguiente.
*Escrito junto a Miguel Ángel Castro
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