El sábado 23 de julio fue una jornada triste para la música de raíz negra, tras conocerse la noticia de la muerte de Amy Winehouse. Pero, el día anterior en Brasil, tuvo lugar la celebración de una fiesta: el cumpleaños número 70 de George Clinton. Todavía impregnado de ese ánimo festivo, el músico llegó a Chile por segunda vez junto a su multitudinaria banda, Parliament-Funkadelic, para colorear una fecha marcada por el luto y tocar, ahora sí, en las condiciones que un histórico del cancionero popular se merece.
Y es que el debut de Clinton en Santiago, ocurrido en mayo de 2009 en el galpón Industria Cultural, dejó un sabor agridulce por culpa del mal sonido y de una organización tan deficiente, que terminó con Carabineros aguando la noche al ingresar al local. Nada de eso pasó en esta ocasión, aunque si es por buscar puntos bajos, la escasa presencia de público evidenció el creciente problema de sobreoferta de espectáculos en vivo –y de alto precio- en nuestra capital.
Sin embargo, cuando partió la música en el Teatro Caupolicán, las complicaciones se fueron a buena parte. Como de costumbre, Clinton dejó que su experimentado grupo amenizara cerca de media hora antes de asomarse al escenario, así que en el momento de su llegada, la cancha del recinto de San Diego estaba servida en bandeja de plata para él. Aunque, a estas alturas, ladra y se desgarra la garganta más de lo que canta, el frontman estadounidense se sabe amo y señor de la velada, y así también lo hace sentir la cálida recepción que le brindan los asistentes apenas aparece.
Parliament-Funkadelic, en su calidad de colectivo musical y creativo más que de grupo establecido, hace despliegue de una libertad que podría resultar casi caótica para los menos iniciados: constantemente entran y salen personas, una corista puede ser también bailarina, un batero se transforma en guitarrista, el otro (hay dos) pasa a ser una suerte de animador que salta y va de un lado a otro de la tarima, mientras Sativa Clinton (la nieta de don George) sube a rapear y Sir Nose se contorsiona, para luego invitar a unas fanáticas a bailar con él.
Una a una, empiezan a sonar las imperecederas canciones de la banda, siempre a la antigua: en versiones larguísimas que son, a estas alturas, un ejercicio anacrónico entre tanta inmediatez, así como los disfraces, capas, colores y detalles usados por los miembros del grupo (el guitarrista Michael Hampton usa un casco parecido al de los clones de Star Wars, Sir Nose recrea el imaginario de los proxenetas con un abrigo de piel y una de las coristas usa patines, por ejemplo). Son ejecutadas ‘Flash Light’, ‘Free Your Mind and Your Ass Will Follow’, ‘One Nation Under A Groove’ (con la excepcional voz de Steve Boyd), ‘Undisco Kidd’, ‘Not Just Knee Deep’, ‘Atomic Dog’, ‘Give Up The Funk (Tear the Roof off the Sucker)’ (la más celebrada, por supuesto) y cómo no, la siempre impactante ‘Maggot Brain’. Podrán pasar los años, las modas y hasta las vidas de los músicos –porque así como resultaba inevitable pensar en Amy Winehouse, también lo era acordarse del fallecido guitarrista del grupo, Garry Shider-, pero George Clinton y Parliament-Funkadelic tienen la receta para hacer que nada sea más importante que el jolgorio funk que representan. Ellos son los auténticos dueños de la medicina.
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