Después de que Will.i.am de los Black Eyed Peas matara el revival de los ’80, sampleando el tema de “Dirty Dancing” para su grupo y ‘Video Killed The Radio Star’ de The Buggles para Nicki Minaj, lo que se avecina en el panorama es la nostalgia por los ’90. Probablemente, cuando llegue el vigésimo aniversario de la muerte de Cobain (el año 2014), el fenómeno estará en su máximo apogeo. Sin embargo, ahora, lo que tenemos como advertencia es la reacción que causa Blind Melon en Chile.
Es cierto que el grupo estadounidense no llenó el Teatro Caupolicán, como tampoco lo consiguieron George Clinton y Public Enemy la semana pasada, pero apenas empezó su primer concierto en nuestro país (con media hora de atraso y la canción ‘2 X 4’ del disco “Soup” de 1995) la banda fue acogida como si el tiempo se hubiese congelado en la época en que el vocalista Shannon Hoon aún estaba vivo.
Hoy en el lugar del fallecido cantante está Travis Warren, un tipo carismático cuyo paso por la banda no ha estado exento de problemas: llegó hace un lustro a la banda y poco después de grabar el disco de retorno “For My Friends” (2008) fue expulsado. “Dios le metió un Stradivarius en la garganta, pero la realidad es que él lo trata como un violín roto de una casa de empeños. Es muy difícil mantener una rigurosa agenda de gira mientras fuma como una chimenea”, afirmaron los miembros originales en el comunicado oficial tras la ruptura.
La intermitente carrera de Blind Melon fue retomada el año pasado, otra vez con Warren a la cabeza, luego de que el resto de sus compañeros terminara de convencerse de que sólo él podía hacerle el peso a Hoon. ¿Lo consigue? La verdad es que no, pero se esfuerza y logra emocionar, como cuando dedica el tema ‘Change’ (uno de los clásicos de la banda) a la memoria del extinguido vocalista -muerto a escasos 28 años de edad-, guitarra acústica en mano y con una audiencia satisfecha tras escuchar lo que esperaba, amansada por un quinteto complaciente en la elección de su setlist.
Fogueado en recitales y con su reputación clara, en la primera media hora de concierto Blind Melon juega a ganador y despacha sólo hits de sus tres álbumes de estudio editados en los ’90: ‘Toes Across The Floor’, ‘Soup’, ‘Paper Scracher’, ‘Drive’, ‘Skinned’, ‘I Wonder’ y ‘Wilt’; todos reconocidos y coreados –unos más y otros menos- por el público que ocupaba la cancha y los palcos del teatro. Rogers Stevens y Christopher Thorn hacen gala de su experticia y complicidad como guitarristas, sentando la atmósfera de una velada frontalmente nostálgica.
Del álbum “For My Friends” solo suena el corte homónimo, el resto del material lleva al menos 15 años en circulación y al momento del himno generacional ‘No Rain’ (tocado primero en versión ‘Ripped Away’ como aparece en la placa póstuma “Nico” y luego en su primera y archiconocida encarnación de single) el recinto de San Diego está convertido en un karaoke gigante. Si de postales se trata, ésa fue la –obvia y anunciada- foto de la noche, aunque ni siquiera lo previsible de aquel instante pudo deslavar el brillo de presenciar en vivo una de las canciones infaltables de la era grunge (más que nada por asociación: el grupo siempre estuvo más cerca de la neo-sicodelia que del imaginario Seattle).
Al momento de realizar el bis, la banda está contenta y demuestra auténtica sorpresa ante la recepción que Chile brinda a su música; ante eso, queda la duda sobre qué hubiera pasado si el quinteto privilegiase el material más fresco, pero la certeza de las fórmulas probadas pesó más y el grupo ejecutó ‘The Pusher’, ‘Mouthful of Cavities’, ‘Galaxie’ y ‘Walk’ (más repertorio de los ’90) para cerrar la fiesta. Una hora y 20 minutos en que Blind Melon manejó a su antojo los ánimos de los que llegaron al Teatro Caupolicán desafiando la lluvia y el frío, a cimentar las bases del venidero revival. Grito y plata para las productoras durante los próximos años. Miel de abeja para la melancolía. Que pasen los siguientes.
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