Según Adam Levine, entrevistado por el siempre controvertido Howard Stern, su participación en el reality show buscatalentos “The Voice” ha sido un espaldarazo a la credibilidad de Maroon 5. Para el cotizado frontman, la gran ventaja de aparecer en televisión es probar ante las cámaras que “de verdad sabe cantar”. No deja de ser curioso que Levine, a sus 33 años, esté dando la misma pelea que los imberbes Justin Bieber y Joe Jonas, quienes dedican un segmento de sus conciertos a mostrar que no dependen de ese ardid llamado Auto-Tune (el criticado software que corrige imperfecciones vocales, y que se ha convertido en la droga de los desafinados).
Pero la batalla está perdida de antemano; quizás desde el momento en que el grupo dejó de sonar como tal, y empezó a difuminarse tras los artilugios de productores mercenarios, o tal vez cuando su líder se dio cuenta de que podía ser un símbolo sexual. En vivo, la principal misión de Adam Levine es erotizar a sus fanáticas, transportarlas a un lugar donde ellas son la reina de la graduación, y él es el mariscal de campo del equipo de fútbol
americano. En versión sensible, claro: una que puede cantar "She will be loved" acústica como en fogata playera.
Maroon 5 no es más que la banda de apoyo de un astro pop demasiado inteligente para lanzarse como solista -tiene todas las de perder contra un batallón de tipos más jóvenes-, que intenta camuflarse de rockero entre tatuajes y endebles solos de guitarra ("Wipe your eyes", "Wake up call"). La única forma de tragarse este cuento es teniendo como parámetro de rudeza a One Direction: ahí sí que Levine queda a la altura de Lemmy Kilmister de Motörhead. El efecto deseado por los responsables del plástico "Overexposed" sólo se consigue bajando la vara de medición. Caso ilustre: "Moves like Jagger", que parece una obra de arte al lado de cualquier single de David Guetta, pero luce como el Ecce Homo restaurado cuando se abren bien los ojos.
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