El 19 de agosto de 1998, en la Estación Mapocho, Billy Corgan tomó su guitarra acústica, entonó en formato solitario ‘Tonight Tonight’ y ‘Disarm’, y le prometió a todos los asistentes que The Smashing Pumpkins volvería a Chile. Anoche, en el Movistar Arena, el frontman cumplió su palabra, aunque con varias salvedades. Parado al medio del escenario, al igual que la primera vez, ahora el líder indiscutido del grupo es el único miembro fundador restante. Ya no están D’Arcy ni James Iha acompañándolo, como hace 12 años, sino Jeff Schroeder en la guitarra y Nicole Fiorentino en bajo. En el sillín de baterista se encuentra Mike Byrne, el integrante más joven, nacido en 1990, cuando la banda ya había editado sus primeras canciones.
Caras nuevas, pero la misma fórmula: un descendiente de asiáticos (coreanos, específicamente) en las seis cuerdas, y la base rítmica a cargo de una chica guapa y un percusionista impetuoso hasta decir basta. La gran diferencia es que estas flamantes adquisiciones responden a un modelo menos comunitario, centrado de manera explícita en la figura de su protagonista; o sea, más subalternos que compañeros propiamente tal. Empleados de una franquicia cuyos créditos previos alcanzan para ocultar la mediocridad de sus últimas entregas y el bajón creativo experimentado por el dueño de la empresa. Un declive que podía ocurrir con o sin los originales a bordo.
A fin de cuentas, The Smashing Pumpkins es Billy Corgan y Billy Corgan es The Smashing Pumpkins. Recién cuando se asume esta verdad, que a muchos aún les duele aceptar, es posible acoger a las reformadas calabazas y adentrarse en lo que pueden dar. Pero cuesta, especialmente por el esmero y la testarudez del grupo en priorizar el material fresco en sus conciertos, como ocurrió en la apertura del show de anoche con ‘My Love is Winter’ y ‘Song For a Son’. Dos canciones que no lograron romper el hielo que sí fue destrozado y derretido por ‘Bullet With Butterfly Wings’, en una versión más apresurada que la de “Mellon Collie and the Infinite Sadness”. Ése fue el verdadero comienzo de fiesta.
Una cuota mínima de los asistentes, exceptuando a los fans más acérrimos, deseaba encontrarse con los temas de “Zeitgeist” y “Teargarden by Kaleidyscope”. El principal miedo de los mejor informados, aquéllos que revisaron los setlists de la actual gira, era que la banda no tuviera en consideración los años transcurridos desde su primera venida y se aprovechara de la coyuntura (“The Solstice Bare”, el segundo volumen del épico proyecto de 44 cortes que emprendió el cuarteto, era estrenado el día del recital) para mostrar únicamente novedades. ‘Tarantula’ hizo pasar susto a los que pensaban esto, aunque ‘Eye’ y ‘Today’ (la gran omisión de la visita de 1998) pusieron las cosas en su lugar: esta noche no sería egoísta en clásicos.
Con ‘Ava Adore’ empezó la revisión de “Adore”, el disco más controvertido del grupo. Y pese a que el single choqueó al mundo en el momento de su salida, hoy es prácticamente inamovible de sus shows y apreciada como la excelente canción que siempre fue. Efecto contrario al que produjo la reciente y poco conocida ‘Widow Make My Mind’, liberada para su descarga en enero y recibida con escepticismo por buena parte de la crítica especializada. Eso sí, antes de que el ambiente se enfriara, la interpretación de ‘Stand Inside Your Love’, el último single de alto vuelo lanzado por la banda, logró dejar los ánimos a favor de The Smashing Pumpkins, que incluso se dieron licencia para jugar con ‘Moby Dick’ de Led Zeppelin (clara influencia de ‘Song For a Son’) durante ‘United States’, en la que Mike Byrne reverenció a John Bonham con un solo de batería.
‘Spangled’, otra de “Teagarden by Kaleidyscope”, antecedió a una lectura de ‘To Sheila’ que abandonó el cariz acústico e íntimo de la original para reemplazarlo con electricidad, la tónica de la velada. Y si de ejemplificarlo se trata, nada más evidente que ‘Cherub Rock’ y ‘Zero’ -la mejor dupla del concierto- y las versiones distintas a las de estudio para ‘Shame’ y ‘Tonight Tonight’, coreada a rabiar por los asistentes a un Movistar Arena con su capacidad reducida para capear que la oferta superó a la demanda de tickets. ‘Freak’ y ‘A Stitch in Time’ fueron lo último que escuchamos en cuanto a material reciente del cuarteto, cuya segunda presentación en Chile entraba a los descuentos.
El telón comenzó a bajar con Billy Corgan y su guitarra acústica interpretando ‘Disarm’ junto al público. Pese a las pequeñas confusiones en el coreo de la letra, que fueron enmendadas hábilmente por el frontman, el clásico de “Siamese Dream” surtió el efecto deseado: conmover. Con ‘Heavy Metal Machine’, incluida en la gira latinoamericana tras dos años en el olvido, The Smashing Pumpkins finalizó su paso por Santiago y derrumbó el cincuenta por ciento del mito sobre su decadencia. Puede ser que en el estudio ya no brillen, que hayan perdido la capacidad de balancear entre calidad y cantidad, y que nunca vuelvan a entregarnos una obra maestra que marque a generaciones. Son posibilidades más que factibles. Pero, tras apreciar la contundencia que tienen sobre el escenario, aún hay razones para creer en su resurgimiento. Después de todo, el abolengo nunca se pierde.
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