Aunque muchos espectadores llegaron para recrear el pasado propio y el de U2, lo primero que experimentaron fue como un salto en el tiempo: el trío inglés Muse tocando en el Estadio Nacional. La visión de una banda que, de seguir con el crecimiento continúo de popularidad que han evidenciado en los últimos años, probablemente llegue a ser plato de fondo en el coliseo de Ñuñoa más temprano que tarde. Credenciales tienen para conseguirlo, como expusieron en esta segunda venida –ahora en calidad de teloneros-, después de haber llenado el Teatro Caupolicán en 2008. Un debut sobre escenarios chilenos que ya estaba afianzado en una respetable base de seguidores, que se ha desarrollado hasta el punto de obtener cierta notoriedad, al menos en internet, reclamando sin éxito un show propio para sus favoritos.
Aquellos fanáticos de Muse que costearon la entrada única y exclusivamente para verlos, en esta segunda oportunidad, de seguro quedaron con gusto a poco después de sus 45 minutos sobre el escenario del recinto más importante de Chile. El grupo británico presentó ocho bien elegidas canciones, todas parte de su repertorio más popular (como ‘Starlight’, ‘Time is running out’ y ‘Uprising’), que sirvieron como una estupenda introducción hacia el segmento menos iniciado del público de U2. Y es que el cuarteto irlandés –en su tercera llegada- supo congregar en suelo patrio a una amplia gama de personas, que pudieron presenciar, antes del plato de fondo, a un estandarte de esta generación en su salsa: un recinto grande y lleno en el que entregar su consolidado espectáculo en directo.
Terminado el número de apertura, poco después de las 21:30 horas, U2 apareció en la imponente estructura diseñada para la gira 360º (¡que se veía desde afuera del estadio!) para invitarnos a ser parte de un baile coreografiado en cada uno de sus movimientos. Sin dar espacio a falla alguna, la banda partió con ‘Beautiful Day’ una jornada que cumpliría paso a paso con todos los requisitos necesarios para convertirse en memorable: un setlist basado en grandes éxitos y ejecutado con precisión clínica; además de los infaltables toques de teatralidad, tributo a íconos (Víctor Jara, Nelson Mandela, The Beatles), demagogia e incluso sentido del humor (con Bono cantando un trozo de la ochentera ‘I want to know what love is’ de Foreigner) que han transformado al ensamble dublinés en una institución con anexo propio en la historia del rock.
Las críticas hacia el grupo, especialmente al complejo mesiánico de su líder y a la mantención de un discurso social que apela a la igualdad -siendo estrellas de rock que llevan lujosas vidas y cobran altos precios- están absolutamente fundadas. Pero, al actuar bajo la lógica comercial, el cuarteto responde a la perfección como prestador de servicios a un cliente (el público) y cumple a cabalidad con el contrato establecido (la entrada), brindando un show que no tiene parangón en el orbe y que además posee un valor artístico cuya influencia se ha ido expandiendo con el paso de los años. No hay que esforzarse mucho para encontrar un poco de U2 en cada banda de estadio de los últimos 10 años, desde Radiohead y Coldplay hasta Arcade Fire, pasando por los propios Muse.
Así las cosas, y sin repetir ni equivocarse, el cuarteto irlandés desplegó en nuestro país todos y cada uno de sus trucos en un concierto bien adaptado a estos tiempos, en que la capacidad de asombro del público musical parece obtusa por culpa del exceso de estímulos disponibles. Como el tour 360º está hecho para impresionar, obliga al grupo a forzar sus posibilidades con tal de conseguirlo y las principales ganadoras de este afán fueron las más de 70 mil personas que llegaron a verlos. Para despertar lo más básico y primitivo de las personas (la emoción), los irlandeses apelan a un complejo entramado de trucos extramusicales que se van desarrollando en una serie de actos (sus propias canciones) que se suceden uno tras otro con diversos resultados que, en todo caso, van variando según la fuerza original de los temas. Un ejemplo fue el notorio bajón de revoluciones que es ‘Get on your boots’ ejecutada justo después de la clásica ‘I will follow’.
Para fortuna de todos, U2 sabe cuáles son sus puntos más fuertes y cómo usarlos para encubrir a los débiles. Echaron mano a pocos temas de sus últimos discos, menos afortunados para una gran arena (con la conversable excepción de ‘Elevation’ y ‘Vertigo’) que sus clásicos, pero la espectacularidad audiovisual aumentó sus créditos, al punto de sacudirle parte de la atrofia a un single anquilosado como ‘I’ll go crazy if I don’t go crazy tonight’. Y cuando acuden a su vasto catálogo de éxitos probados, que configuraron la base de sus más de dos horas de recital, los resultados son gloriosas postales de la categoría de un Estadio Nacional completo coreando ‘I still haven’t found what I’m looking for’ o la reacción opuesta: el silencio ante la interpretación de ‘One’. Es más, hubo tanto esmero puesto que ni siquiera bastó con desempolvar ‘One Tree Hill’ (un tributo a Víctor Jara del disco “Joshua Tree” que tocan poco en vivo), sino que lo hicieron con la cantautora Francisca Valenzuela como invitada especial. Cerca de la medianoche, después del segundo bis, el cuarteto se despidió de Chile dejando la sensación de que los únicos que podrían superar la vara impuesta son ellos mismos. Será para la próxima vez. O hasta que alguno de sus discípulos diga lo contrario.
MUSE
‘Plug In Baby’
‘Resistance’
‘Time Is Running Out’
‘United States Of Eurasia’
‘Uprising’
‘Starlight’
‘Stockholm Syndrome’
‘Knights of Cydonia’
U2
‘Beautiful Day’
‘I Will Follow’
‘Get On Your Boots’
‘Magnificent’
‘Mysterious Ways’
‘Elevation’
‘Until The End Of The World’
‘I Still Haven’t Found What I’m Looking For’
‘One Tree Hill’
‘Pride (In The Name Of Love)’
‘In A Little While’
‘Miss Sarajevo’
‘City Of Blinding Lights’
‘Vertigo’
‘I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight’
‘Sunday Bloody Sunday’
‘Scarlet’
‘Walk On’
‘One’
‘Where The Streets Have No Name’
‘Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me’
‘With Or Without You’
‘Moment of Surrender’
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