26.7.12

Nader Cabezas - El hijo del monstruo

Difícilmente habrá en Chile un caso más emblemático de alianza entre poesía y música que “Alturas de Machu Picchu”, el legendario disco de Los Jaivas en que los versos de Pablo Neruda cobraron forma de rock progresivo, publicado en 1981. Pero la costumbre de tomar poemas y llevarlos al formato canción nunca ha dejado de existir en nuestro país. Algunos casos recientes: el rapero Cevladé rimando a Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud en el estupendo EP “Demonio maravilla”, y el proyecto Aspasia sampleando una lectura de Mario Benedetti (“No te salves”) en clave post rock.

En esa lista de intérpretes locales -que comprende nombres tan dispares como Andreas Bodenhofer, Dracma y Ginette Acevedo-, uno de los últimos ingresos es el curicano Nader Cabezas. Con un sonido emparentable al revival ochentero anglosajón, el cantautor de 34 años paga tributo a un coterráneo maulino, Pedro Antonio González, con una rendición de ‘Asteroides 39’ al comienzo del disco “El hijo del monstruo”.

Dueño de otros dos títulos (“Día blanco” y “Caminos, barrios y gente”) y una aparición en la banda sonora de “La vida de los peces”, Cabezas es uno de los últimos refuerzos del netlabel Le Rock Psicophonique, fundado por Inverness. Y tal como esa banda, amiga de los pedales y el sonido shoegazer, el solista derrama guiños a la Inglaterra de hace 20 años, aunque se inclina por lo afable: las canciones de “El hijo del monstruo” son guiadas por el ritmo y la melodía, y no aspiran convertirse en densos muros instrumentales.

Junto a Washington Abrigo, guitarrista de Inverness, Nader Cabezas elabora un pop bohemio y anhelante, no sólo por la nostalgia que suponen sus influencias, sino por el tono de sus letras. “¿Qué fue de ti? ¿Alguien se acuerda de tu historia?”, pregunta en la muy bien lograda ‘Doble en el espejo’; “Y es que hay tantas cosas que ahora nos separan, y todas tan hermosas que cuesta caminar de vuelta”, afirma en ‘Escaleras’, otro de sus varios aciertos.

A lo largo de “El hijo del monstruo” se repiten los umbrales, los accesos de un lugar a otro, las salidas que son entradas y viceversa. La figura aparece encarnada por pasillos y laberintos (‘El hijo del monstruo’, ‘Escaleras’), puertas (‘Trigo por lluvia’, ‘Doble en el espejo’) y escaleras (‘Botones negros’); en un contexto descrito con insistencia como oscuro y húmedo, gobernado por las sombras y el agua.

Lamentablemente, la inclusión de dos composiciones originales en inglés (‘Flashlight’ y ‘Lazarus’), hacia el final del disco, empaña lo que hasta ese momento era un repertorio afable y digno de canturreo. Ni siquiera el cierre, con un cover de la inmortal ‘Bette Davis eyes’ de Kim Carnes, compensa el desafortunado giro que toma el álbum cuando la tentación de sonar universal se torna un involuntario paso hacia lo genérico. Pudo haber sido un precioso EP de seis canciones, pero en vez de eso es una colección de nueve temas que padece el mal del caballo inglés.

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