En esta esquina del ring, proveniente de la fantasía y pesando toneladas de rimas, el rapero. En la otra, oriundo de la máquina y cargando el hastío contra el sistema, el garzón. Ambos son la misma persona. Koala Contreras y Enzo Miranda se enfrentan cuerpo a cuerpo, en una lucha donde sólo uno de los dos saldrá ileso. Sobrevivir es el premio.
Enzo Miranda es un buen anfitrión. El MC de Cómo Asesinar a Felipes improvisa una parrilla en su casa, para acompañar la conversación con un asado; mientras Simón, su hijo de apenas tres meses, regala sonrisas desde su coche. Es sábado, la hora de almuerzo se aproxima y es momento de que asome Koala Contreras, el alias bajo el que este padre primerizo dispara versos en su banda. Con un ambiente tan grato, sorprenden las primeras declaraciones del rimador. “Estoy en un momento anímico especial respecto a lo que hago. Sobre todo ahora, después de haber sido papá. Yo no vivo de la música, pero le dedico más tiempo a ella que al trabajo y es como sufrir un cólico permanente. Pero creo que el hombre se va cansando y yo estoy así, agotado. Tal vez tenga que bajar las revoluciones o aplicar otro enfoque, a no ser que ocurra un milagro y empiece a juntar un sueldo rapeando. Es que estoy revolucionado. Ya no puedo ser tan egoísta como para pensar todo el día en pasarlo bien tocando. Eso es una pequeña fantasía”, afirma de entrada. La charla no lleva ni siquiera cinco minutos y ya se avecina reveladora.
Las conjeturas o juicios a priori no vienen a lugar. Para saber cómo uno de los personajes más alabados del hip-hop nacional atisba un decrecimiento en su actividad, hay que ir paso a paso, reconstruyendo su mapa personal. El primer destino del viaje es la villa Salvador Cruz Gana de Ñuñoa, donde un pequeño empezaba a interesarse en los grupos de moda de la época. “Me acuerdo de habernos conseguido entre mis amigos un especial de MC Hammer que dieron en la radio, yo usaba un corte de pelo a lo Vanilla Ice, pero me gustaban los Guns N’ Roses. Era fanático de ellos”, cuenta Miranda. Ya estaba presente el eclecticismo entre sus inquietudes, pero el golpe de gracia vendría en otra locación. “Después me fui a vivir a Gran Avenida, al pasaje Génova con el callejón Lo Ovalle, y ahí sonaban a cada rato los Kriss Kross. Ya había empezado a cachar lo que era el rap y alguien me mostró el tema de Public Enemy con Anthrax, para que conociera cómo sonaba mezclado con rock. Tenía como once años, sentía la necesidad de irme hacia alguna tendencia y lo que más me gustaba eran los punkies”, relata.
Como cualquier cachorro, el Koala necesitaba un nicho para instalarse y un entorno para relacionarse con sus pares. Fue así como, en la víspera de la enseñanza media, formó la Teocasta. Una crew de incipientes rimadores cuya consigna era su fe en Dios. Se juntaban en la Capilla Calvario, en el Teatro Providencia, y partían después a alguna casa a grabar maquetas o compartir bandas. Cypress Hill, Brand Nubian, Wu-Tang Clan y A Tribe Called Quest eran las favoritas del grupo que, sin querer, fue la cuna de FDA. “Ahí nos hicimos amigos con Freddy Olguín (Gen). Él escribía bacán, le gustaba leer y tenía montones de cassettes en una repisa grande, llena con cosas desde Lords Of The Underground hasta Boys II Men”, rememora.
PRIMER ROUND
Tomar un lápiz y una hoja para materializar lo abstracto fue un descubrimiento y, a la vez, el espaldarazo necesario para que Enzo desplegara sus habilidades. “Aprendí que podía escribir y llamarlo poesía. Fue una de mis motivaciones. No era un trovador como los grandes de la historia, los que juntan sílabas; apelaba a lo más simple, a representar las imágenes de la vida en un papel. Me hice rapero por consecuencia de la urbe. Si hubiera nacido en el campo, sería payador. Tenga lo que tenga al frente, voy a terminar diciendo algo”, asegura. Bajo el dictamen de la usanza, el nombre de pila debía ser cambiado por otro, más acorde a las circunstancias. “Mi primer alias fue Trastorno. Se refería a lo contradictorio que siempre he sido, a los cambios bruscos. Yo creo que uno tiene sus propias batallas mentales, porque uno es para afuera y es para adentro. Y el interior es más brígido que el exterior, porque las cosas sólo te pasan a ti, entonces queda la cagada y la realidad no encaja. Siempre me ha pasado eso, por ser tan imaginativo. Desde que jugaba en el jardín y me inventaba amigos con los que peleaba, en el periodo en que me creía Axl Rose o cuando me metía corriendo entre medio de las protestas”, explica Miranda.
Entre bases de Portishead y loops artesanales en cintas, Gen y Koala dieron forma a la primigenia encarnación de FDA. Faltaba un beatmaker y la pieza que hizo funcionar el engranaje fue Nicolás Carrasco, quien –bautizado como Foex- se sumó a la naciente agrupación. Con la idea de usar tempos fuera de lo común y samples jazzeros, registraron las maquetas que luego integrarían Subdemo, debut cuyo título hacía referencia a la precariedad en que se gestó y también a la subjetividad. “Lo hicimos el 2001 en la casa del papá de Nico, en Santa Rosa, mientras estaba a la venta. Teníamos una actitud profesional, pero ocupamos elementos bien básicos. Un micrófono Schultz y un computador ahí nomás, con un par de programas buenos para grabar. Cuando lo tuvimos listo fue bacán, era emocionante escucharse en una radio. Fue como poner el primer huevo”, ejemplifica el MC.
Las cartas estaban echadas y las críticas fueron positivas. Por defecto, Enzo Miranda adoptó el oficio de los ensayos y los escenarios, sin haberse cuestionado jamás lo que haría después del colegio. “Nunca me pregunté lo que quería ser, por eso tal vez ahora soy garzón. No tuve la intención de querer estudiar algo para ser alguien. Tal vez sea malo o tal vez sea bueno, yo creo que simplemente es. Terminé en esa pega porque era la única donde, sin tanta formación, podía ganar algo que escapara del sueldo mínimo. Vivo un poco al límite, porque a veces se acaba la plata y me pongo nervioso porque no sé de adónde va a salir, pero aparece igual. Es el cólico permanente del que te hablo”, reflexiona con la lucidez que otorga haberle dado vueltas al asunto. “Ser músico, tener inquietud por comunicar algo, te permite evadir el caminar de la máquina. Le pierdes el paso a veces. Lo malo es que, si no eres un rockstar, no puedes irte sólo por la fantasía. Igual quedas atrapado en la rutina de levantarte y cumplir horarios por plata que, a veces, es súper poca. Yo soy sencillo, no me caliento la cabeza con la materia, pero sí me gusta estar cómodo. Sin sobresaltos”, explica.
Homónimo, la segunda placa de FDA, se fraguó en mejores condiciones que su predecesora. De hecho, la optimización del aspecto técnico vino de la mano con una acogida aun más fervorosa de parte de la prensa, aunque las loas periodísticas sucumbieron en la batalla contra la contingencia monetaria. “El álbum fue lanzado en marzo y yo en agosto me fui a Arica, en búsqueda de un nuevo sueño. No quería rapear más, estaba en mi lucha de siempre y tenía que sobrevivir. Partí donde mi hermano, que es joyero, a trabajar como su ayudante”, recrea Koala. El round número uno estaba agotándose y el artista yacía en el suelo, perdiendo casi por nocaut contra el sistema y su guante de plomo. Antes de que sonara la campana, el rimador se levantó. “Terminé conociendo al hijo de un colega y resultó que él también hacía hip-hop. Le pasé mis discos, empezamos a ir a las tocatas de la ciudad, acabé arriba de un escenario y a los cuatro meses estaba de vuelta en Santiago. Necesitaba seguir”, confiesa.
VERSUS
Los excelentes comentarios causados por Homónimo provocaron una diminuta efervescencia, que alcanzó para causar escepticismo en un músico de escuela jazzera, quien partió a comprarlo, para constatar el comentario de que evocaban a Radiohead. Era Felipe Salas. “Yo estaba cantando temas de Koala Contreras en el Cine Arte Alameda, cuando él llegó con unas maquetas, pidiéndome que las escuchara. Me gustaron todas las canciones que tenía y empezamos a usar una para ver qué salía. Nuestro primer ensayo fue con Marcos Meza y resultó muy extraño, estábamos los tres encerrados entre cuatro paredes, pensando en hacer música, sin saber exactamente qué”. Miranda narra la génesis de su travesía más ambiciosa y aplaudida: Cómo Asesinar a Felipes. Tiempo antes, el MC había participado de Noiono, un proyecto de sonido sucio y bizarro, influenciado por Cannibal Ox y Company Flow. Ahora, con nuevos compañeros, le correspondía seguir difuminando las fronteras estilísticas.
“Tocamos un par de veces en la Escuela Moderna, pero fue como experimentar en público más que nada. El verdadero estreno fue en el Mágiko Bar, para mi cumpleaños número 27. Esa noche me paré en el escenario tres veces: solo, con FDA y con el nuevo grupo. Cabrón. A todo el mundo le llamó la atención la banda, por su capacidad de escapar del círculo rap y de provocar sensaciones a través de ideas”, recapitula. Su camaleónica personalidad dio pie a otro álter ego, el implacable Simón Temato, quién extremó la métrica irregular para marchar junto a los compases de sus cómplices. DJ Sp@cio y tres teóricos del pentagrama que, sumados a las existencialistas letras del maestro de ceremonias, partieron con el pie derecho en su cruzada por aniquilar a los convencionalismos. Los aplausos acudieron de inmediato, magnetizados por un aplastante debut homónimo, aparecido vía Potoco Discos (la etiqueta de su amigo Foex). David Ponce los coronó como la revelación del 2008, mientras blogs como Zona y Disorder saludaban con reverencia al rupturista quinteto.
“Según lo que vemos, los comentarios positivos no van unidos a los resultados económicos. Por ahora, no hay pega como músico, aunque reflejemos calidad. No peco de ególatra al decirlo, pero yo escucho nuestros discos y los encuentro novedosos. Igual es una vitamina leer que dijeron algo bueno de ti, pero no va de la mano con lo que logras”, sostiene Miranda. El dueño del micrófono en la operación CAF agradece las alabanzas, aunque prefiere conservar la frialdad en su análisis. “Somos una banda independiente, pero no por opción. Nos autoeditamos porque, si no lo hacemos nosotros, nadie se arriesgaría a invertir las lucas. Sabemos que es así y ojalá un día cambie. Mientras tanto, seguimos adelante”, afirma. Esa porfía se concretó en Un Disparo Al Centro, la reciente secuela de una saga que crece en calidad y consistencia. Con la adición de la Orquesta Sinfónica Juvenil, la alquimia de matices que profesa el sanguinario combo adquiere un vigor inusitado y roza nuevas dimensiones. La rigurosidad de este trabajo fue premiada con un Fondart, que financiará los costos que implica montar un espectáculo tan demandante en mano de obra.
Aunque los estímulos existen, la frecuencia modulada ha hecho caso omiso de Cómo Asesinar a Felipes, una ley del hielo que –sin duda- afecta al MC. “La radio es una prostituta, que opera como cualquier otra, y todo trabajo es digno. Lo único que reclamamos es que esta putita pase una noche con nosotros. La industria busca algo liviano, fácil y rápido de digerir. Cuando digo eso, no quiero parecer un niño que se queja todo el rato. Yo creo que es bacán que exista el pop. Imagínate que todos hicieran hueás tediosas y reflexivas, sería una lata. Pero también pienso que debería haber un espacio para lo que no es comercial, lo que busca sensaciones y alimenta. Hay público para cosas diferentes. A mí me gusta escuchar discos que provoquen trance, que me hagan pensar, aunque otros lo encuentren fome”, defiende. Alimentado por esta coyuntura, el rimador acuñó una terminología que resume la esencia de la pugna entre innovación y continuismo: el rap del otro. “Es aquél que escapa de los parámetros normales, no es pandillero ni contestatario. Parte experimentando con los sonidos, cambiando la base sin deformarla. Lo que deformamos es la pauta”, puntualiza.
Antes de Un Disparo Al Centro, Potoco Discos editó la primera placa solista de Koala Contreras, Los Animales Deben Estar Locos. Un compendio de canciones acumuladas durante el arduo round que casi pierde. Pese a sus primeras declaraciones, reconoce tener miles de cartuchos por quemar. “Nunca dejaré la música de lado. Quizás no generar plata de ella me hace buscar ingresos en actividades aparte. Como fui papá recién, estoy cuestionándome qué hago. Pero no es nada del otro mundo, es común en este trabajo, lo que pasa es que otros no lo comentan. Para mí, nunca ha sido rentable. Yo sigo dividido en mi batalla mental, entre la fantasía y la máquina. Eso me hace escribir así, por eso mi estilo tiene características propias”, dilucida. “Si viviera de rapear, tal vez diría otras cosas. No acepto mi realidad como una tragedia, sino que como parte de mi vida. Una de las cosas que me motiva es la constante lucha, contra lo establecido y contra uno mismo, por estar creando. Cuando hablo sobre parar un poco, al final no es tan tajante. En el fondo, mientras tenga lo básico, seguiré estando tranquilo y dispuesto a tocar”, asegura con vehemencia.
“Cómo Asesinar a Felipes merece años de trayectoria. En un tiempo, capaz que seamos más comprendidos y aceptados que ahora, pero estoy contento con lo que hemos sembrado. Los entendidos han dado el visto bueno y eso, aunque no nos condiciona, es un incentivo a continuar. Pienso que estamos encaminados en lo correcto. Hay que crear la industria, espero que no quede mucho tiempo para lograrlo”, anhela Enzo Miranda. Su sobrecogedora convicción es admirable, especialmente en un país que habla del amor al arte en forma peyorativa y lo tilda como una utopía. Este francotirador de versos permanece incólume, encarando a los caprichos de la adversidad como el más diestro de los púgiles y, si la situación lo amerita, sacando las garras para degollar al pesimismo. La pelea no está ganada, pero el contraataque ha sido feroz. Ahora es el rival quien tambalea y está a punto de morder la lona. Hagan sus apuestas.
Extravaganza! | Septiembre 2009
wena, aquí la leeré!
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