Ir a ver a Korn es cosa seria. Los que llenaron el Caupolicán la noche del sábado 17 de abril lo tenían claro, por eso varios asistentes trataron de bajar como fuera hasta la cancha y burlar el orden impuesto por el poder adquisitivo. Los guardias no estaban contentos, pero nadie que sea sensato podría culpar a los fans por querer estar cerca de la banda, que con casi dos décadas de existencia ya tiene status de culto. Marcaron a fuego la escolaridad de muchos y el despertar de toda una camada de adolescentes a otro tipo de metal, la clase de impronta que representa ‘Dead Bodies Everywhere’, la canción de Follow The Leader (1998) con la que arrancó el show.
El grupo venía a Chile por tercera vez, ad portas de lanzar su próximo álbum, titulado preliminarmente Korn III: Remember Who You Are. Una placa que encuentra a los californianos en calidad de power trío reforzado: a los históricos se suman arriba del escenario el batero Ray Luzier (nombrado miembro estable el año pasado), el guitarrista Shane Gibson y el teclista Zac Baird, quienes fueron los primeros en aparecer y los encargados de cubrir las reiteradas salidas de Munky, Davis y Fieldy. A pesar de ese detalle, el empuje en vivo de los norteamericanos hace olvidar cualquier tiempo muerto y nunca afloja cuando están todos los músicos presentes.
Fue una cátedra magistral sobre cómo mantener miles de cabezas haciendo headbanging y a buena parte de la cancha saltando, incluso cuando mostraron parte del venidero material. Eso sí, el setlist se basó en un arsenal de clásicos generacionales y hits de MTV que fueron desplegados con absoluta destreza: no faltaron ‘Blind’, ‘Shoots and Ladders’, ‘Falling Away From Me’, ‘Got The Life’, ‘Freak On A Leash’, ‘Here To Stay’ y ‘Somebody Someone’. Hilando fino, quizás la única omisión lacerante fue la enorme ‘A.D.I.D.A.S.’, aunque reclamar sería como quejarse de saciedad ante un banquete de himnos y riffs inolvidables que esperamos repetir cuando haya nuevo disco en la calle. Larga vida a Korn.
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