20.10.12

Mumford & Sons - Babel


Viejos jóvenes

Vender 600 mil copias en una semana, durante esta época de vacas flacas para la industria discográfica tradicional, es todo un logro en Estados Unidos. Pero la banda inglesa Mumford & Sons puede jactarse de haberlo conseguido, pese a la sequía y al desprecio que generalmente siente el gigante norteamericano hacia los fenómenos musicales de su madre patria. El disco en cuestión, “Babel”, segundo trabajo del pastoril grupo liderado por Marcus Mumford, se convirtió en el debut más aplastante de 2012, y por ende, en objeto de análisis, preguntas, detracciones, elogios y ejecutivos frotándose las manos. No sucedió de la noche a la mañana: la atención fue concitándose de a poco, a lo largo de tres años que incluyeron la ópera prima “Sigh no more”, así como el nada despreciable apoyo de Bob Dylan (que tocó con ellos en los penúltimos Grammy) y de los productores de la serie “Grey’s anatomy”.

Daniel Glass, fundador de Glassnote Records, el sello que –a través de Sony- distribuye a Mumford & Sons en Estados Unidos, declaró muy radiante en Billboard que el récord establecido por sus representados “le ofrece validación a ser independiente”. Así se devela que “Babel”, un disco de tintes folk y bluegrass guiado por el banjo y la mandolina, ha usufructuado con astucia de la confusión entre ejercer auténtica soberanía y tener aspecto de autónomo. Que el indie es una mera estética por estos días, como le pasó antes al punk o al rock alternativo, ya debiera estar fuera de discusión, pero el discurso usado para construir a Mumford & Sons –fichados por la poderosa compañía Universal- sigue apelando al clásico “nosotros contra ellos”, muy propio de los 90.

Más allá de las interpretaciones y las tretas promocionales, “Babel” es un disco simple. Por coherencia o falta de recursos, casi todas sus canciones están compuestas con el mismo método: armar la base de una estructura, y a partir de ahí, aumentar gradualmente su tamaño hasta llegar a un clímax lo más imponente posible. Se busca la pomposidad de Arcade Fire en el tema homónimo, pero donde los canadienses ven suburbios, el cuarteto inglés contempla eternos pastizales e iglesias de pueblo. “Whispers in the dark” dialoga con U2 vía los Coldplay de “Fix you” (esa guitarra al cierre sólo hace pensar en The Edge), mientras “Holland road” condensa la influencia de Bright Eyes y de contemporáneos superiores como Fleet Foxes. Otros aires soplan en “Lover of the light”, que podría ser la envidia de Dave Matthews Band por su propensión a ese sonido tan característico de las radios estadounidenses orientadas al rock adulto.

Derivativo y demasiado liviano de sangre como para equiparar a sus referentes, “Babel” se pisa los cordones y termina cayéndose de bruces en varias ocasiones. En el single “I will wait”, los esfuerzos de Marcus Mumford por enfatizar el coro terminan en un desafortunado parecido con los gruñidos de Chad Kroeger, el vocalista de Nickelback. La sobreactuación del cantante se hace patente en las afectadas “Ghosts that we knew”, “Reminder” y “Lover’s eyes”, donde insinúa un cansancio más allá de su edad que en ningún caso convence. Es el mal de los jóvenes que intentan avejentarse para estar a la altura de sus héroes (Paul Simon es el ilustre de turno, colaborando con un cover de “The Boxer”), pero a sus escasos 25 años es un detalle perdonable y que forma parte del encanto de Mumford & Sons, un grupo para encariñarse o detestar.

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