Hijo de su tiempo
Si Bruce Springsteen puede ser –para los que olvidan que es un rockstar blanco y millonario- una suerte de barómetro social, perfectamente Justin Bieber es un medidor de cuánto se comprenden los usos y costumbres del público devoto al pop adolescente. “Believe”, el segundo disco del canadiense, requiere que los adultos tomen en cuenta la procedencia del que firma, o el diagnóstico será siempre el mismo: que este álbum es disperso y copión. Comentario predecible donde los hay. Sin querer, la nueva entrega del astro de 18 años nos muestra quién es quién a la hora de encarar el pop de la era YouTube, y por eso desde ya merece atención. No se trata de una obra de arte, por supuesto, pero sí de un interesante artefacto cultural.
Por “Believe” desfila una tropa de productores y voces invitadas que responden básicamente a tres tendencias: R&B, electrónica y hip hop. Las mezclas varían en estilo y también en calidad, desde los entretenidos toques dubstep de “As long as you love me” (sólo un alcance de nombre con el éxito de Backstreet Boys) hasta la aburridísima “Fall”, un meloso retroceso a la época del debut “My world”. Ninguna canción se parece entre sí. “Die in your arms” samplea con cadencia al Michael Jackson de la época “Ben”, pero después “Beauty and beat” tributa al house europeo con Nicki Minaj como invitada y todo el desorden que su presencia implica. De incoherencia, nada. Con casi 50 minutos de duración, el disco no está hecho para ser devorado de principio a fin, sino para que las fans del solista –criadas con el single en mp3 y las listas de reproducción aleatorias- lo pinchen desde su notebook y pasen algunos temas al celular, intercalados con los de sus otros ídolos de turno. Acá se convive en armonía con One Direction o David Guetta. Que pase quien sea.
Justin Bieber no propone ni inventa, más bien recrea y homenajea. Prince, Justin Timberlake y Destiny’s Child son saludados en sus letras y tics, como gesto de acercamiento y de transparencia sobre la música que le gusta. Antes de cargarle la mano con acusaciones sobre falta de originalidad, debe recordarse que el de Ontario nació en 1994, es decir, pertenece a la generación del revival y se ha pasado la vida consumiendo contenidos en línea, pero sin ser testigo de ninguna transformación artística sustantiva. Por lo demás, revolucionar nunca ha sido menester de los astros del pop comercial, que en el mejor de los casos sólo popularizan las innovaciones de terceros (Madonna sabe mucho al respecto). Si algo se le puede reprochar a “Believe” es no haber incluido en su edición estándar “Maria”, una autobiográfica y rescatable canción sobre el caso de supuesta paternidad en el que estuvo envuelto, relegada a los bonus tracks de la versión de lujo. Por un camino extraño, el de la farandulización tan propia de esta época, el canadiense estuvo a un pelo de lograr su propio “Billie Jean”. Quién lo diría.
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