Jiminelson es sinónimo de Gustavo León. El cantante y guitarrista se apronta a lanzar Serendipity, el tercer disco de su banda, mientras reflexiona sobre los encuentros, viajes y accidentes que lo tienen ahora en el lugar y el momento correctos.
“La esperanza del punk está viva”. Aquella frase salió de la boca de Julien Temple, en diciembre del 2009, después de ver a Jiminelson en vivo. Luego de una noche de pocas palabras y mucho silencio, el director británico (parte indeleble del imaginario de Sex Pistols) terminó desayunando con Gustavo León, después de la clausura del festival In-Edit. Un encuentro que reforzó el sentido de la carrera del frontman y que ayuda a comprender su férrea convicción en el proyecto que fundó seis años atrás.
“Esta banda es 110% yo. He trabajado con gente por períodos largos para tocar en vivo, pero los discos se han hecho siempre de la misma forma, no cambió mucho. Creo que el concepto de pandilla es mejor, en la música, que el de solista. Yo pretendo que eso sea reconocido desde un principio. Esto es parte de algo colectivo porque es imposible llevarlo a cabo de otra manera. Hasta el día de hoy funciona así”, explica.
La alusión es clara. León se refiere a las últimas páginas del historial del grupo, que están marcadas por la abrupta salida de Andrés “Chino” Villarroel (batero fundador y eterno secuaz del cantante) justo antes de un nuevo lanzamiento. “Es una amistad que debería haberse acabado hace muchos años. Toda la buena onda se va a la mierda si lo laboral falla. Eso nos pasó. Hubo indultos y perdonazos todo el tiempo. Le enseñé a tocar y después me dijo que yo era un aprovechador. Soy su padre y me da lo mismo. El tema tiene que ver con que en su vida jamás se ha leído un libro, tuvo seis años para hacerlo y nunca lo hizo”.
“El tamaño del problema es de acuerdo a la importancia que uno le de. A él probablemente lo echo de menos por mil cosas aparte, pero en lo relacionado a la forma de trabajo no lo veo hace años, quiere grabar y en eso tiene ganas de concentrarse. Ahora colaboro con otras personas, más determinantes en el proceso actual que cualquier lagrimón. Yo voy por la música; al otro, la noche le pagará. No me interesa”, sentencia.
“Los malos entendidos son manejables hasta cierto punto, pero tarde o temprano queda la cagada. Y si eso es lo que te corresponde, ¿qué tanto? En Jiminelson pasó y ahora sonamos mejor que antes. Le puse esfuerzo a cosas que terminaron pésimo, aunque nunca las hice con mala intención. Cuando empecé con el “Chino”, en ningún momento pensé que se iba a ir hasta que se fue, así funciona nomás. Esas cosas ocurren y siguen ocurriendo, forman parte de un aspecto de la vida en general, hay otros miles, infinitamente interesantes, que son los que me llevan a tocar. Yo no canto sobre problemas, canto sobre soluciones”.
Aunque el carácter rotativo es una constante, las últimas presentaciones en vivo de la banda ven pisar el escenario a Daniel Pimentel (Canal Magdalena) en bajo, Simón Cox (de los disueltos Usuales y productor de la venidera placa) en teclados y Giovanni Colecchio (Silvestre) en la batería. Una formación de instrumentistas experimentados, a quienes Gustavo León declara su respeto y aprecio cada vez que puede; con ellos sobre la tarima, comenzará el ciclo de shows que apoyará la salida de Serendipity, el tercer álbum del grupo. “Ya estamos llenos y no hay vacantes”, señala.
“El título no sólo se refiere al encuentro con alguien, sino también a que te pasen cosas fortuitas con una persona cuando no lo esperabas. En español se dice chiripa, que no suena tan bien. A veces, la vida empieza a suceder de forma extraña y puedes tener muchas rachas negativas o lo que sea, pero tarde o temprano el mundo se tuerce y sale todo bien. Las probabilidades así lo indican porque a nadie le puede ir mal tanto rato y hay veces en que te va realmente increíble. En eso consiste la suerte, aunque en este caso se trata de tener los cojones para sortearla y pilotearla. Si la gente supiera enfrentar los momentos en que las cosas no salen como esperan y amaran lo que hacen, no habría tantos problemas”.
El sucesor de yo, Jiminelson (editado por CFA en 2005) y Amor del Rey (aparecido el 2008 a través de Oveja Negra) fue engendrado durante la estadía de Gustavo León en Argentina el año pasado. El cantante se fue a Buenos Aires a estudiar por una temporada, viviendo solo en el nortino barrio Núñez, cerca del Río de la Plata. En ese tiempo, el músico flirteó con el bajo mundo de la capital trasandina, a través de un grupo de taxistas cuya flota estacionaba en la bomba de bencina aledaña a su temporal residencia. “Ahí se concentraba toda la maldad, eran unos hijos de puta, pero también unos bacanes”, declara.
Aquella estela de peligrosidad se intuye en las canciones de Serendipity. Es la impronta que el compositor ha venido puliendo y que estalla por los parlantes, cuando pincha en su notebook algunos adelantos del futuro elepé. A gran escala, hay letras que hablan de amor, melodías trasnochadas, guitarreos sentidos, blues venenoso e incluso rock de arena. Todo lo que el grupo venía advirtiendo, ahora en versión maximizada y pulida a más no poder. “Yo creo que este álbum es la expresión concreta de una intención que viene desde hace un buen tiempo”, explica.
“El disco estará disponible desde septiembre, a fines de mes, no pretendemos hacer un tiraje muy explosivo. Ahora cuesta menos que, en primer término, lo escuche la gente a la que le interesa, los que han comprado yo, Jiminelson y Amor del Rey. Lo que ignoramos es hasta dónde se puede llegar. Con cada lanzamiento hemos tenido buena prensa. Y más que eso, con el último recibimos excelentes comentarios, que me parece un aspecto relevante porque pocas bandas pueden contar lo mismo. En todo caso, si los periodistas quieren decir que es malo, están en su derecho. Pero no lo van a hacer”.
En un medio que confunde al convencimiento con arrogancia gratuita, las declaraciones de Gustavo León podrían causar anticuerpos, si no fuera porque están sustentadas en una labor seria. “Aunque en Argentina sentí poca chispa para tocar y cantar, igual le eché para adelante en hacer las canciones. Con los arreglos de Emanuel González y el ingeniero Andrés Buchbinder, en Palermo, le empezamos a dar forma y lo alargamos más de la cuenta; exploramos todo lo que quisimos para quedar conformes. Acá seguí grabando hasta obtener el resultado que deseaba”, declara.
SIEMPRE LISTO
“Serendipity tiene ocho canciones, la misma cantidad de temas que Amor del Rey. Creo que la duración responde a que está lo mejor de lo mejor, simplemente, no necesito poner rellenos a estas alturas. Suena exactamente como corresponde y por algo se llama así, es
una obra. Cada álbum forma parte de una etapa de la vida, un período, una temporada. Es divertido porque se repiten los ciclos. Yo nunca imaginé terminar en esto. Me parece que ser músico y grabar es lo más vanidoso que hay, la mayoría de las veces es un acto superlativo de inseguridad. Pero también resulta algo bien especial, cuando le tomas el amor, lo encuentras la raja. No conozco a nadie que no sueñe con cantar, entonces, más te vale lanzar un trabajo bueno. Cuando saque uno malo, no pienso dar entrevistas”.
Durante toda la conversación, el frontman estuvo pinchando temas de su archivo y videos de YouTube; desde un primerizo Elton John hasta ‘Hot Lips’ de Pacifc. “Hago mis discos con el espíritu de quien escucha canciones sueltas. Tiene absoluta relación”, cuenta. Sobre la mesa, hay un vinilo y un libro de Chet Baker, de quien se confesa admirador con el mismo entusiasmo que empeña en hablar sobre La Onda; el proyecto paralelo que mantiene junto al bandoneonista
Daniel Villegas (su profesor de flamenco), en el que recrea rumbas, tangos y bulerías. Desde esa trinchera, León ha encontrado el perfecto campo de entrenamiento para practicar la interpretación desgarrada, que maneja con creciente experticia.
A falta de cenicero, el fundador de Jiminelson usa una copa que recibió como premio en un reciente torneo de singles. “Fui tenista desde siempre, viajé, viví solo en Estados Unidos a los 13 años. Jugué con Fernando González y estuve con Nicolás Mass cuando ganó el Orange Boal, son mis amigos, vamos al casino de repente”, dice al paso, mientras apaga un cigarro en el trofeo. Son rastros de un pasado que también incluyó tres años de Ciencias Políticas en la universidad, antes de embarcarse en el proyecto de ser músico y establecer Italia 90, la firma con la que trabaja codo a codo junto a Oveja Negra y Armónica.
“Ningún artista vende mucho, no hay que ser brujo ni ingeniero para saber que nadie está comprando discos, a los sellos no les queda otra que valorar la capacidad de trabajo que tenemos los músicos. Tienen que darse cuenta de que, confiando en nosotros, nunca se van a equivocar. Somos la nueva generación, los que vienen antes que yo, ya fueron. Tenemos que hacerla sí o sí. Puedo asegurar que no le debo nada a nadie. Lo que ves es lo que hay, esto se está desarrollando de la misma forma en que nació. No me interesa ser famoso ni multimillonario… bueno, multimillonario sí”, bromea.
Gustavo León mira con distancia el panorama nacional, especialmente a la decaída industria disquera y a quienes se acercan a él para ofrecerle tratos de uso de imagen. Jiminelson ha coqueteado con gerentes de ventas y figurando en campañas publicitarias de ropa, sin arriesgar su integridad artística en ningún momento ni canjear la mordacidad por conformismo. “Si hay una mala sensación respecto a cualquier propuesta, soy incapaz de llevarla a cabo, aunque me pongan mucha plata encima de la mesa”, asegura.
“La mayoría de nosotros, al principio, buscaba cómo hacer Lucas de la manera que fuera. Y el que terminó por aprender el truco mejor fui yo, probablemente. Siempre se trató de la música, pero el tema de los sponsors o de estar vinculado con marcas es muy gracioso, porque te pagan por hacer nada. Lo malo es que en Chile son contadas las cosas de buen gusto, por eso es más difícil elegir qué tomar, todo tiene doble fondo o doble filo. Puedes terminar aniquilado por cualquier decisión, todo está vinculado con asuntos medio oscuros. Yo todavía veo a los milicos en la calle. Este país quedó con la enfermedad de Pinochet hasta el día de hoy, convertido en lo que el viejo hijo de puta quería que fuera”.
Alejado del chovinismo de posturas nacionalistas y patriotas, Gustavo León no se complica en apuntar sus dardos hacia donde considere necesario, con tal de que ningún títere quede con cabeza. De hecho, su decisión de atravesar la cordillera también respondió a necesidades personales y no sólo a la grabación de Serendipity. “Es que hay que irse mientras se pueda. En Chile no te das cuenta y ya estás enterrado vivo. Tengo mis energías puestas en firmar un contrato afuera porque hacerlo acá es comprar un pasaje de ida al Parque del Recuerdo, que te chupen la sangre y tiren tu cadáver en cualquier lado. Yo voy por el sueño americano, por eso canto en inglés. En ese idioma sé lo que estoy diciendo, en español le achunto a veces nomás”, afirma.
“El pop y el rock lo tocan los cuicos, básicamente. Son ellos los que tienen los recursos. Hay personas, como los músicos, que se esfuerzan en tomar otra dirección, aunque no sea determinante ni signifique mucho. Acá sólo podemos quedarnos en el intento, es lo único que se puede hacer. La ilusión en este país no existe porque no hay forma de financiarla. Si te das cuenta de que naciste en una nación pobre, se terminan las complicaciones. Cuando me levanto en la mañana, no pienso en quiénes son los culpables, sino en la vida que puedo llevar y de la que me siento orgulloso. Disfruto de lo mismo que cuando tenía ocho años y cero noción de la realidad”.
A la espera de que Serendipity se transforme en un nuevo accidente afortunado, Gustavo León está listo para subirse a la primera buena ola que aparezca, mientras aguarda al acecho y atesora la satisfacción del trabajo bien realizado. “No resuelvo nada con canciones, tampoco creo que sea su propósito, siento que sirven para proponer imágenes y nada más. Uno vive tapado en problemas y todos poseen diferentes matices. Yo estoy preparado para cuando llega la buena suerte, jamás pierdo tiempo celebrándola, no me toma por sorpresa. A lo largo del camino, hay cien oportunidades para equivocarse hasta llegar donde uno quiere. Cada uno es el arquitecto de sus propias expectativas”.
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