16.10.13

Jane's Addiction: Mejor fiesta que concierto



Entre niños, nadie quiere hacer enojar al dueño de la pelota en una pichanga. Entre adultos, nadie quiere hacer enojar al dueño del boliche. Perry Farrell tiene poder en Chile: es el Intocable Señor Lollapalooza, un festival que ha traído mucha alegría a nuestro país, pero que -no se olvide- es un negocio y no una obra de caridad. En ese sentido, Farrell está peligrosamente más cerca de ser un inversionista o un político que cualquiera de sus correligionarios en lo que él alguna vez llamó “Nación Alternativa”. 

Anoche, en el Teatro Caupolicán, Jane’s Addiction tuvo que hacer poco para mantener viva la algarabía de un público que, en el mismo recinto y en pantalla gigante, vio la clasificación de Chile a Brasil 2014. Por San Diego, una caravana de autos pasaba una caravana de autos con rumbo a Plaza Italia a la misma hora en que unas 5 mil personas esperaban ansiosas que la música tribal envasada terminara para entregarse a otra celebración noble: los 25 años del fantástico “Nothing’s shocking”, uno de los discos ochenteros que supo vaticinar con mayor claridad y enjundia lo que vendría en los 90. 

El grupo apareció causando delirio inmediato, pero aun así se las arregló para que su cometido fuese un tanto desilusionante. No por culpa de Dave Navarro, impecable como si tuviese un pacto con el Diablo que le impide envejecer o errar una nota en su guitarra; ni del batero Stephen Perkins, listo para tirarse a una piscina después de sudar la gota gorda en traje de baño; menos del bajista Chris Chaney, tan quitado de bulla como efectivo en su ejecución. El responsable del desliz: Perry Farrell con su voz venida a menos y esa irritante creencia rockista de que plantarse sobre un escenario a tomar tequila desde la botella lo hace ver cool a los 54 años. 

Alguien debería avisarle que hasta Lemmy tuvo que detener el codo y desarrollar cierto sentido del decoro. No cualquiera puede ser como Eddie Vedder o Matt Berninger, y bajarse una botella de vino tocando sin afectar la calidad del show. Ahí es cuando Farrell deja de parecer el Douglas Tompkins del rock y recuerda un poco al Axl Rose noventero, ese tipo que –cuenta Jason Newsted- alegaba sufrir problemas vocales, pero nunca se despegaba de la champaña. Claro que en una versión mucho más digna, profesional y respetuosa hacia el público (la vara de esta comparación yace tirada en el suelo). 

El bajo rendimiento de Farrell menguó las posibilidades de que este concierto, que tenía en bandeja todas las condiciones para convertirse en algo histórico, pase a los libros como uno de los imprescindibles del año. En esta pasada, Jane’s Addiction incluso estuvo lejos de su debut en el primer Lollapalooza, más valioso en cuanto a producción y tocado con un vigor que se tradujo en mejores interpretaciones del vocalista. Al contrario, esta vez la energía se le agotó dando saltos, mostrando el abdomen y contoneándose (no hay correlato entre su estado físico y su estado vocal). Seducir al público es una capacidad que nunca perderá: como serpientes encantadas, los asistentes a la fiesta estilo L.A. –aquellos que pagaron su entrada, no los numerosos invitados- seguían sus movimientos y no dejaron que nada les aguara el momento. Bien por ellos.

Lo cierto es que ni siquiera se podía presagiar lo de anoche escuchando el reciente “Jane’s Addiction Live in NYC”, un débil registro en vivo que plasma -sin mucho retoque para mérito de los firmantes- el actual pasar de la banda, posicionada como un efectivo karaoke ambulante de grandes éxitos. ¿Habrá sido un mal momento? Los últimos videos de la banda subidos por fanáticos a YouTube sugieren que no: Farrell suele ser el eslabón endeble de la cadena. El resto de sus compañeros, exceptuando al “nuevo” de Chaney” que llegó mucho después de 1990, sigue tocando como en el tercer CD de “A cabinet of curiosities”. 

La segunda visita a Chile de Jane’s Addiction dejará, nuevamente, arriba la imagen de Perry Farrell como un gran entretenedor y consolidará su perfil de sujeto influyente en nuestros medios (no una sino dos radios transmitieron el evento) que vive con un traje de lentejuelas, listo para saltar al escenario, bajo su overol de obrero. Difícilmente se hablará mal de un tipo cuyo nombre se asocia a instancias tan gratas como pueden ser Lollapalooza o la clasificación a una Copa Mundial de Fútbol. Sin embargo, micrófono en mano, dejó bastante por desear: hay que hacer un esfuerzo adicional para quebrantar la energía imparable de “Ain’t no right” o “Stop!”, y lamentablemente eso fue lo que pasó. Molesta ponerse duro con una banda tan grandiosa, pero es imposible no pensar en las declaraciones de Eric Avery al presenciar en vivo a esta versión de Jane’s Addiction. El bajista original del grupo, quien se negó participar de las dos primeras reuniones y cayó a la tercera –aunque apenas por dos años- aseguraba detestar los intentos de recrear el pasado y prefería sólo rendirle honores viviendo en el presente. ¿Dónde está Avery ahora? Alejado de un proyecto que no lo satisface por motivos que, según lo visto y escuchado ayer, están saliendo naturalmente a la luz.

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