10.10.13
Todos me miran
No está tan loca como la pintan. Miley Cyrus reveló, en el reciente documental “Movement”, que su controvertida presentación en los premios MTV fue parte de un meticuloso plan de marketing que persigue un fin digno de “Pinky y Cerebro”: tratar de conquistar al mundo. La ex emperadora de la ñoñería Disney aprendió del error llamado “Can’t be tamed”, su fallido disco maduro de hace tres años, un experimento del que salió trasquilada por carecer de argumentos sólidos más allá de la pataleta adolescente clamando adultez. Ahora tiene plan B, C y D.
Cyrus en su cuarto trabajo, “Bangerz”, asume con plausible naturalidad la carga de ser el nuevo florero de mesa del pop. Su metamorfosis, ciertamente violenta para los fanáticos más pequeños de Hannah Montana -quien fue asesinada, según la cantante en una rutina humorística para “Saturday night live”-, cobra sentido y se justifica con el cambio de piel exhibido por este acomodaticio repertorio que no le vende el alma a ningún estilo. Melodía country, sonoridad electrónica y orientación hip hop cohabitan en “We can’t stop” y “4x4” (con el rapero Nelly). Es un rasgo propio de la estimulada generación actual: artistas como Haim y Lorde se han hecho conocidas en los últimos meses gracias a un eclecticismo similar.
La balanza anímica de la solista va de un lado al otro a un ritmo vertiginoso: traspasa sus deseos de fiestear en “SMS (Bangerz)”, con Britney Spears de invitada; en “Wrecking ball” despide a un amor emanando un destello de enceguecedora candidez; coquetea en “#GETITRIGHT”, apoyada en la producción de Pharrell Williams; y en “FU” deja fluir por sus venas la toxicidad del despecho. Aunque Miley Cyrus se muera de ganas de ser distinta al resto, “Bangerz” refleja las inquietudes y devaneos de cualquier veinteañero normal.
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