30.10.13

Sons of the sea - Sons of the sea


Brandon Boyd era el Evan Dando de la generación nu metal. El tipo guapo que resultaba ser un gran vocalista. Tocado por la varita mágica de la creatividad, pero además portador de una facha que atrajo al sexo opuesto. Patentó un aspecto: si el chivo de Chino Moreno sobrevivía dreadlocks, gel y tinturas, y el jockey rojo de los New York Yankees era sinónimo de Fred Durst, Boyd hizo suya la imagen del poeta surfista con mirada ensoñadora y propensión a desnudar el torso lleno de tatuajes. 

También impuso una forma edificante de cantar, así como una manera de pararse en el escenario y tomar el micrófono; valiosas mercancías asociadas indeleblemente a su figura. Que alguien le pregunte a Doug Robb, el cantante de Hoobastank, si le sirvió de algo contarle a cientos de entrevistadores que venía del mismo lugar, el mismo circuito de bandas y el mismo círculo de amigos que Boyd. Si es honesto, dirá que sus explicaciones no valieron de nada: la voz de ‘The reason’ siempre ocupará un lugar en esa lista negra llamada “Clones del rock”. 

Los elementos que constituyen y definen el imitado estilo de Brandon Boyd preponderan en “Sons of the sea”, el debut homónimo del proyecto compuesto por el cantante y el productor Brendan O’Brien, responsable de los últimos tres discos de Incubus. Se trata, para empezar, de canciones con vista al horizonte que hacen del océano su musa; es decir, nada digno de extrañeza para los seguidores del grupo cuyo hiato se interrumpirá en diciembre para una excepcional gira sudamericana. 

Tal vez llame la atención la cercanía de Sons of the sea al pop, pero no debiera sorprender viniendo de un tipo que firmó temas como ‘Drive’ o ‘Talk shows on mute’. El terreno que explora Boyd es más bien conocido. Corre y salta, liberado del grillete que cargaba en su trabajo solista, “The wild trapeze”: ese empecinamiento en desmarcarse de su nave madre cuyo resultado fue un álbum insatisfactorio que, traicionado por el afán de crudeza de su autor, parecía una construcción a medio terminar. Ahora no tiene miedo de parecerse a Incubus. 

El aporte de Brendan O’Brien en esta dupla con pinta de solista camuflado consistió en encauzar los impulsos y pulsiones de su compañero, envuelto en una tempestad de ideas que derivó en la publicación al unísono de “Sons of the sea” y su tercer esfuerzo editorial, “So the echo”, un libro de fotos, textos y dibujos que redundan en la idea del mar como máxima inspiración. Aunque toma prestado el espíritu de ‘Home’ de Depeche Mode (‘Lady black’) y homenajea a Brian May de Queen (‘Space and time’), Brandon Boyd mantiene los pies en la arena, sin irse por la tangente. O’Brien sabe tratar con amantes de las olas: este año el productor también estuvo involucrado en otro lanzamiento de aire playero, el “Lightning Bolt” de unos Pearl Jam cada vez más dominados por el influjo de Eddie Vedder. 

Lo único que escapó al filtro de Boyd y O’Brien en “Sons of the sea” fue la portada, una ilustración del artista brasileño Bruno Borges que juega con la geometría y distribuye el espacio de manera similar a la forestal tapa de “Innerspeaker” de Tame Impala, pero en una versión rocallosa. La imagen contiene pistas: esas marcas incluidas en el diseño, similares a las de una carátula de vinilo gastada, sugieren que el disco debe ser comprendido a la antigua, es decir, como un todo indivisible. Pese a que el conjunto luce parejo, es posible distinguir fragmentos descollantes como ‘Jet black crow’, bañada de emotividad, o ‘Untethered’ y sus guiños a Muse. Brandon Boyd deja la toma de riesgos para otra ocasión: sus nuevas canciones predican para conversos.

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