24.10.13

Seriedad aguafiestas



El déficit atencional achacado al público objetivo de Katy Perry, los adolescentes, hace que “Prism” empiece por el final y viceversa. Si sus canciones siguieran un orden biográfico, el cuarto trabajo de la solista, no arrancaría con la triunfal “Roar” y ese coro inapelable que dice “soy una campeona y me escucharás rugir más fuerte que un león”. Partiría con “By the grace of God”, la –bastante literal- descripción del momento en que estuvo punto de suicidarse, tras el fin de su matrimonio, que baja el telón del disco recordando que el pop rock cristiano fue su primer nicho. 

Se opta, en cambio, por dejar que “Prism” atraiga con su alegría para luego dejar caer el estado anímico –y la calidad del repertorio- hasta el piso. Hay un larguísimo trecho entre la Katy Perry que reina la jungla y la Katy Perry que casi se quita la vida. Son dos mujeres distintas. Una pinta vívidas imágenes celebratorias en las que cae chaya desde un cielo en el que flotan globos de colores (“Birthday”); la otra es tan insegura que necesita público para proclamar a los cuatro vientos que se ama a sí misma (“Love me”). 

Gana la chica alegre, un personaje que la californiana asume con propiedad. Resulta enervante la superficialidad de su discurso, una oda a los que se gastan la plata del arriendo en beber (“This is how we do”) y las mujeres inalcanzables para un tipo normal (“International smile”), pero al menos va decorado por excelentes pistas bailables que recuerdan a Empire of the Sun y los Daft Punk antes de la música disco. Incluso sale airosa de su safari por el house de los 90 en “Walking on air”. Es lamentable que las obligatorias canciones de amor y ruptura (“Ghost”, “Unconditionally”) echen a perder con sus pretensiones de seriedad lo que, de otra forma, sería una divertida fiesta.

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