Armar un árbol genealógico del nuevo pop chileno es una tarea endemoniada. Si de verdad compartieran genes, a los grupos y solistas nacionales podrían acusarlos de incesto. Las ramas crecen paralelamente, se cruzan, quedan entrelazadas. Hay nombres poco familiares, pero de rostro conocido, como Felicia Morales (la única mujer de Caravana, que a su vez es corista de Fakuta y comparsa de Gepe). Pero también los solistas entronizados, como el mismo Gepe, pueden ser músicos de acompañamiento (batero de Javiera Mena, en este caso) o tocar un cover de un grupo contemporáneo (‘Maestro Distorsión’ de Astro). En fin, un enredo de proporciones.
El espíritu colaborativo y el abandono del ego se han transformado en norma. Los incrédulos, que nunca demoran en aparecer, llaman amiguismo a esta tendencia. Y la condenan. Sus argumentos, sin embargo, suelen ser especulaciones sobre el status socioeconómico de los músicos en cuestión (“son todos unos hijos de papá” es un comentario común), o la supuesta existencia de una mafia que controla el devenir musical independiente. Pura chismografía y teorías conspirativas que ni Salfate podría creer. Pero el peor error está en olvidar las condiciones bajo las que el pop chileno se desarrolla. Las de un país chico, donde los circuitos son reducidos. Que levante la mano el primero que haya ido a Onaciú o Bar Loreto sin divisar a un músico entre el público.
Siempre hay afinidades interactuando en la construcción de cualquier escena. Dos personas que tocan instrumentos ya tienen un vínculo. Si además frecuentan los mismos lugares, la posibilidad de que se conozcan, tengan amigos en común y compartan es altísima. Las facilidades que da la tecnología al autodidactismo, ya sea para aprender guitarra mirando YouTube o grabar canciones en un notebook, ayudan a que se sume gente a la causa. El pop criollo es una respuesta natural ante los estímulos, y su comportamiento es una reacción esperable dado el ambiente en que se desenvuelve. Lo extraño sería que escasearan las bandas y solistas, o –más raro aun- que no se conocieran entre sí. Una rivalidad abierta, al estilo Glup! versus Canal Magdalena, actualmente no tendría asidero.
Otro factor que alimenta este mal llamado amiguismo, que en realidad es un mutuo y necesario blindaje contra la hostilidad del entorno, son los medios masivos de comunicación. Para un músico chileno joven es prácticamente imposible aparecer en un diario importante, a menos de que sea en la foto grupal del recuento del año (si es que a su disco le va bien), o a propósito de alguna historia extraprogramática (caso: la propia Felicia Morales contando en LUN cómo es su vida de peluquera y cellista). Y para qué hablar del escaso apoyo de radios o canales de televisión. Junto a los diarios, fueron tan miopes que tuvo que venir un periódico español, El País en su ya célebre artículo “Chile, nuevo paraíso del pop”, a contarles lo apasionante que era la música nacional. Recién ahí se dieron cuenta de lo ocurría, hace años, frente a sus propias narices. Archívese como una de las pocas veces en que la genuflexión ante lo europeo ha servido para algo.
Con el debido respeto a las proporciones, lo que ocurre hoy en día en Santiago se puede comparar con el Londres de hace dos décadas, donde las bandas de shoegaze y britpop se enlazaban de forma similar. “La escena que se celebra a sí misma”, llamó la difunta revista Melody Maker a ese fenómeno, protagonizado entre otros por Blur y Stereolab. Una revisión a la génesis del thrash metal y del hardcore también aporta similitudes: ambos movimientos partieron entre amigos y conocidos, muchos músicos colaboraban entre sí (no sólo musicalmente: hasta alojándose o prestándose instrumentos) y asistían a los shows del resto, mientras una porción considerable de sus seguidores suplía la carencia informativa publicando fanzines con datos de lanzamientos y fechas en vivo (función similar a la de nuestro sitio hoy en día). Voluntad ganándole la partida a la falta de recursos.
Reducir el árbol genealógico del pop chileno a una red de pitutos es un error triple. Contiene la supina ignorancia del que no quiere mirar lo que está ante sus ojos, la soberbia del que desacredita a priori el trabajo ajeno y también peca de fantasioso porque asume que hay apernados repartiéndose una suculenta torta. Ahí está su contradicción más grande, su peor falla como idea: por un lado, ningunea; por el otro, engrandece. No tiene sentido alguno. La lógica está de parte de los que reman para el mismo lado, a pesar de los obstáculos y el trolleo.
28.4.12
Paul McCartney se suma a la fiebre crooner
Con un disco de covers dedicado a su nueva esposa, el ex Beatle mira al pasado para revisitar canciones de los años 30 y 40 junto a Diana Krall y su banda de jazz, además de Eric Clapton y Stevie Wonder como invitados.
No es la primera vez que uno de los Beatles lo hace. Ringo Starr también homenajeó a la banda sonora de su infancia en "Sentimental journey", el primer disco que editó como solista, en 1970. Una de las canciones de ese álbum ("Bye bye blackbird") ahora también forma parte del próximo trabajo de Paul McCartney, "Kisses on the bottom". La venidera producción recrea el imaginario previo a la existencia del rock and roll, temas de los musicales que se presentaban en los teatros estadounidenses y británicos, grabados en clave jazz junto a la pianista Diana Krall (en calidad de colaboradora) y su grupo.
Antes de embarcarse en este proyecto, McCartney tenía dudas sobre su originalidad, provocadas por el superávit de solistas de estilo crooner. Desde los ocasionales como Rod Stewart o Scott Weiland, hasta los de tiempo completo como Michael Bublé o Tony Bennett, ya parecía haber demasiados haciendo lo mismo. Para sacarse el complejo de encima, el astro eligió canciones de los años 30 y 40 que consideraba poco manoseadas, y además decidió incluir dos composiciones propias, acompañado por Eric Clapton (en "My Valentine", el primer single) y Stevie Wonder ("Only our hearts").
Paul McCartney no publicaba material desde "Memory almost full", aparecido en 2007, pero se mantuvo activo dando conciertos y escribiendo música para ballet. Sin embargo, esta nueva placa es también, a todas luces, un asunto personal influenciado por su reciente matrimonio con Nancy Shevell. En la portada del álbum, el inglés luce como un enamorado de la vieja escuela, portando un enorme ramo de flores, y la imagen se condice con las inspiradas versiones de Irving Berlin ("Always"), Harold Arlen ("It's only a paper moon") y Frank Loesser ("More I cannot wish you"), entre otros próceres anglo, que contiene el larga duración. "Kisses on the bottom" estará disponible desde el 7 de febrero, aunque ya puede ser escuchado en línea a través del sitio de National Public Radio.
No es la primera vez que uno de los Beatles lo hace. Ringo Starr también homenajeó a la banda sonora de su infancia en "Sentimental journey", el primer disco que editó como solista, en 1970. Una de las canciones de ese álbum ("Bye bye blackbird") ahora también forma parte del próximo trabajo de Paul McCartney, "Kisses on the bottom". La venidera producción recrea el imaginario previo a la existencia del rock and roll, temas de los musicales que se presentaban en los teatros estadounidenses y británicos, grabados en clave jazz junto a la pianista Diana Krall (en calidad de colaboradora) y su grupo.
Antes de embarcarse en este proyecto, McCartney tenía dudas sobre su originalidad, provocadas por el superávit de solistas de estilo crooner. Desde los ocasionales como Rod Stewart o Scott Weiland, hasta los de tiempo completo como Michael Bublé o Tony Bennett, ya parecía haber demasiados haciendo lo mismo. Para sacarse el complejo de encima, el astro eligió canciones de los años 30 y 40 que consideraba poco manoseadas, y además decidió incluir dos composiciones propias, acompañado por Eric Clapton (en "My Valentine", el primer single) y Stevie Wonder ("Only our hearts").
Paul McCartney no publicaba material desde "Memory almost full", aparecido en 2007, pero se mantuvo activo dando conciertos y escribiendo música para ballet. Sin embargo, esta nueva placa es también, a todas luces, un asunto personal influenciado por su reciente matrimonio con Nancy Shevell. En la portada del álbum, el inglés luce como un enamorado de la vieja escuela, portando un enorme ramo de flores, y la imagen se condice con las inspiradas versiones de Irving Berlin ("Always"), Harold Arlen ("It's only a paper moon") y Frank Loesser ("More I cannot wish you"), entre otros próceres anglo, que contiene el larga duración. "Kisses on the bottom" estará disponible desde el 7 de febrero, aunque ya puede ser escuchado en línea a través del sitio de National Public Radio.
Laura Pausini: Y todo a pulmón
Más de dos horas de concierto, sobre una treintena de canciones, seis cambios de vestuario y cuatro estilos musicales marcados (pop, rock, balada y dance). Impresionantes en el papel, los números del concierto que Laura Pausini trajo a Chile, en el marco de su "Inédito Tour", dan cuenta del status de la superventas italiana. Para no dejar dudas sobre su categoría, en esta gira la solista contrató al mismo diseñador de escenarios de U2, Roger Waters y The Rolling Stones (Mark Fisher), pero lo que se presentó anoche en el Movistar Arena fue una versión bastante reducida del montaje.
Con una estética similar a la de un viejo estelar televisivo, tipo Martes 13, el despliegue visual del show se convirtió automáticamente en el punto bajo de la noche. Los bailarines vestidos de robot a la usanza de Black Eyed Peas, que aparecieron en los temas de orientación electrónica, poco ayudaron al respecto. En cambio, Pausini no escatimó recursos para mostrar que, a sus 37 años, sigue en excelente forma como intérprete en vivo. Certera para subir y bajar las revoluciones, la cantante dominó a placer la situación durante la totalidad del espectáculo e incluso compartió recuerdos de sus primeras venidas a nuestro país, a mediados de los 90.
De esa época, las infalibles "Se fue" y "La soledad" justificaron en terreno su vigencia como estandartes románticos y despertaron las pasiones del entusiasta, aunque no abundante, público del Movistar Arena. Extraída del disco "Inédito", la última entrega de la europea, la canción "Bienvenido" abrió los fuegos y fue seguida inmediatamente por "Io canto" (original de Riccardo Cocciante), en una triple declaración de principios que definió el curso del concierto: Laura Pausini puede salir bien parada de semejante cover, forma parte de la realeza musical italiana y tiene voz para declamarlo a los cuatro vientos.
Con una estética similar a la de un viejo estelar televisivo, tipo Martes 13, el despliegue visual del show se convirtió automáticamente en el punto bajo de la noche. Los bailarines vestidos de robot a la usanza de Black Eyed Peas, que aparecieron en los temas de orientación electrónica, poco ayudaron al respecto. En cambio, Pausini no escatimó recursos para mostrar que, a sus 37 años, sigue en excelente forma como intérprete en vivo. Certera para subir y bajar las revoluciones, la cantante dominó a placer la situación durante la totalidad del espectáculo e incluso compartió recuerdos de sus primeras venidas a nuestro país, a mediados de los 90.
De esa época, las infalibles "Se fue" y "La soledad" justificaron en terreno su vigencia como estandartes románticos y despertaron las pasiones del entusiasta, aunque no abundante, público del Movistar Arena. Extraída del disco "Inédito", la última entrega de la europea, la canción "Bienvenido" abrió los fuegos y fue seguida inmediatamente por "Io canto" (original de Riccardo Cocciante), en una triple declaración de principios que definió el curso del concierto: Laura Pausini puede salir bien parada de semejante cover, forma parte de la realeza musical italiana y tiene voz para declamarlo a los cuatro vientos.
El rock está en estado de agotamiento: se ha vuelto conformista, normal y de poco riesgo
Ni las ventas ni los propios rockeros pueden negar que el género popular más importante del siglo pasado está desgastado y que el público de hoy no responde como antes.
En su primera portada de este año, la edición estadounidense de la revista Rolling Stone llevó al dúo The Black Keys, uno de los números musicales mejor evaluados de la temporada. Con el disco "El camino", la dupla consolidó su impronta de rock con influencias blues, garage y soul, justo en el año en que uno de sus antecedentes más cercanos, The White Stripes, anunció su disolución. Pero el revuelo de aquella entrevista central no tuvo que ver con logros artísticos, sino con los dichos del baterista Patrick Carney, quien señaló que "el rock and roll está muriendo porque a la gente le parece bien que Nickelback sea la banda más grande del mundo".
Varios medios hicieron eco de las declaraciones. Una vez más, el conjunto canadiense era víctima de burlas y cuestionamientos hacia su calidad, casi un pasatiempo para la prensa fundamentalista. Sin embargo, la discusión en torno al desgaste del rock, la fuerza musical popular más importante del siglo pasado, tomó vuelo. Es común que cada cierto tiempo aparezcan voces de alerta sobre el estado del género, aunque suelen provenir de trincheras distintas, comúnmente menos asociadas a las guitarras. Ahora es diferente.
Poco antes de Carney, el líder de Primal Scream, Bobby Gillespie, también hizo sentir su descontento hacia las agrupaciones actuales. Entrevistado por The Irish Times, el cantante afirmó que "las mentes creativas ya no están en el rock y no lo toman en serio, porque es un estilo que se ha vuelto demasiado conformista y normal". Para el frontman escocés, los grupos actuales carecen de ambición, no se arriesgan y son conformistas.
Durante esta semana, las estadísticas de la industria discográfica del Reino Unido durante 2011 arrojaron cifras que podrían interpretarse como un espaldarazo de parte del público a las teorías esbozadas por ambos. Por primera vez en siete años el pop le ganó al rock en ventas de álbumes y singles, según reporta The Official Charts Company. Sólo Coldplay (en el quinto lugar) y Noel Gallagher (en el decimocuarto) figuran como representantes del género en un top 20 liderado por Adele (tal como en Estados Unidos), Michael Bublé y Bruno Mars.
Si bien el rock mantiene un 29,4% del total del consumo de discos, el panorama no luce auspicioso al considerar que el recambio generacional y de ideas ha sido escaso; tanto así, que sus propios detractores cargan parte de la culpa: The Black Keys con "El camino" sólo propone un revival y Primal Scream pasó todo el año en una lucrativa gira para celebrar las dos décadas de su disco "Screamadelica".
Buenas críticas, malas ventas
"¿Ha existido alguna vez un clima peor que el actual para ser una banda de guitarras en Inglaterra?", se pregunta la última edición de la revista "Q" a días de que se celebren los próximos British Music Awards 2012, ceremonia que premia a lo mejor de la música británica y que este año tendrá en vivo a Blur y al ex Oasis, Noel Gallagher, en una inyección de nostalgia que apunta directamente a 1995, año en que remecieron la escena, la industria y la cultura de masas. Un recuerdo que se anota como un síntoma inequívoco del actual agotamiento en las ideas del mercado musical.
El diario londinense "The Guardian" publicó una comparación entre los mejores discos de 2011, según sus críticos, y las ventas que tuvieron, y el resultado no fue esperanzador. El álbum de PJ Harvey, "Let England Shake", unos de los trabajos más aplaudidos del último año, apenas vendió 121.122 copias, mientras que el disco homólogo de Bon Iver llegósólo a las 120 mil unidades.
De acuerdo a "The Guardian", la escena musical en Inglaterra suele ser tan cíclica como la economía. Antes de que Nirvana apareciera en 1991 con su explosivo éxito comercial ("Nervermind"), publicaciones como la desaparecida "Melody Maker" tenían que hacer malabares para encontrar una banda alternativa que destacara en su portada. Tras el ocaso del grunge dicha revista se vio en aprietos y entre los años 1999 y 2000 tuvo que lidiar con un mundo musical más inclinado al pop que al rock en Inglaterra. Eso, hasta que aparecieron bandas estadounidenses como The Strokes y The White Stripes para que una nueva escena se tomara los rankings, cuestión que repercutió en la isla con el surgimiento de grupos como Franz Ferdinand y The Libertines, lo que se tradujo en que todo el Reino Unido volviera a encantarse con el rock independiente.
El problema, de acuerdo al periódico británico, es que no siempre lo independiente se traduce en grandes ventas cuando las bandas tratan de transformarse en "el siguiente U2". Muchas han perecido en el intento. Los casos recientes de Razorlight y Glasvegas son una muestra que, tal como Icaro, el que quiere llegar cerca del sol puede quemarse en el intento.
Si bien el negocio de los grupos de rock hoy está en los conciertos y no en la venta de discos, la prensa especializada ha vuelto a hacer trucos para encontrar bandas que luzcan sus páginas. La venerada revista New Musical Express publicó en 2011 diez portadas temáticas, otra decena con artistas muertos, doce con grupos de los ochenta o noventa y otras diez con grupos que lanzaron su cuarto o quinto disco. De once que anunciaban artistas nuevos, sólo cuatro fueron bandas independientes.
Los sellos están buscando agrupaciones que salgan de la escena indie y no parece que nada bueno vaya ha aparecer pronto. En pocos meses comenzarán los festivales de música, los cuales se han visto forzados a recurrir a viejos nombres. El festival de la isla de Wight tendrá como atracciones a Tom Petty, Pearl Jam y Bruce Springsteen. Sin duda actos de calidad, pero nada nuevo bajo el habitualmente frío sol inglés.
*Escrito junto a Felipe Ramos
En su primera portada de este año, la edición estadounidense de la revista Rolling Stone llevó al dúo The Black Keys, uno de los números musicales mejor evaluados de la temporada. Con el disco "El camino", la dupla consolidó su impronta de rock con influencias blues, garage y soul, justo en el año en que uno de sus antecedentes más cercanos, The White Stripes, anunció su disolución. Pero el revuelo de aquella entrevista central no tuvo que ver con logros artísticos, sino con los dichos del baterista Patrick Carney, quien señaló que "el rock and roll está muriendo porque a la gente le parece bien que Nickelback sea la banda más grande del mundo".
Varios medios hicieron eco de las declaraciones. Una vez más, el conjunto canadiense era víctima de burlas y cuestionamientos hacia su calidad, casi un pasatiempo para la prensa fundamentalista. Sin embargo, la discusión en torno al desgaste del rock, la fuerza musical popular más importante del siglo pasado, tomó vuelo. Es común que cada cierto tiempo aparezcan voces de alerta sobre el estado del género, aunque suelen provenir de trincheras distintas, comúnmente menos asociadas a las guitarras. Ahora es diferente.
Poco antes de Carney, el líder de Primal Scream, Bobby Gillespie, también hizo sentir su descontento hacia las agrupaciones actuales. Entrevistado por The Irish Times, el cantante afirmó que "las mentes creativas ya no están en el rock y no lo toman en serio, porque es un estilo que se ha vuelto demasiado conformista y normal". Para el frontman escocés, los grupos actuales carecen de ambición, no se arriesgan y son conformistas.
Durante esta semana, las estadísticas de la industria discográfica del Reino Unido durante 2011 arrojaron cifras que podrían interpretarse como un espaldarazo de parte del público a las teorías esbozadas por ambos. Por primera vez en siete años el pop le ganó al rock en ventas de álbumes y singles, según reporta The Official Charts Company. Sólo Coldplay (en el quinto lugar) y Noel Gallagher (en el decimocuarto) figuran como representantes del género en un top 20 liderado por Adele (tal como en Estados Unidos), Michael Bublé y Bruno Mars.
Si bien el rock mantiene un 29,4% del total del consumo de discos, el panorama no luce auspicioso al considerar que el recambio generacional y de ideas ha sido escaso; tanto así, que sus propios detractores cargan parte de la culpa: The Black Keys con "El camino" sólo propone un revival y Primal Scream pasó todo el año en una lucrativa gira para celebrar las dos décadas de su disco "Screamadelica".
Buenas críticas, malas ventas
"¿Ha existido alguna vez un clima peor que el actual para ser una banda de guitarras en Inglaterra?", se pregunta la última edición de la revista "Q" a días de que se celebren los próximos British Music Awards 2012, ceremonia que premia a lo mejor de la música británica y que este año tendrá en vivo a Blur y al ex Oasis, Noel Gallagher, en una inyección de nostalgia que apunta directamente a 1995, año en que remecieron la escena, la industria y la cultura de masas. Un recuerdo que se anota como un síntoma inequívoco del actual agotamiento en las ideas del mercado musical.
El diario londinense "The Guardian" publicó una comparación entre los mejores discos de 2011, según sus críticos, y las ventas que tuvieron, y el resultado no fue esperanzador. El álbum de PJ Harvey, "Let England Shake", unos de los trabajos más aplaudidos del último año, apenas vendió 121.122 copias, mientras que el disco homólogo de Bon Iver llegósólo a las 120 mil unidades.
De acuerdo a "The Guardian", la escena musical en Inglaterra suele ser tan cíclica como la economía. Antes de que Nirvana apareciera en 1991 con su explosivo éxito comercial ("Nervermind"), publicaciones como la desaparecida "Melody Maker" tenían que hacer malabares para encontrar una banda alternativa que destacara en su portada. Tras el ocaso del grunge dicha revista se vio en aprietos y entre los años 1999 y 2000 tuvo que lidiar con un mundo musical más inclinado al pop que al rock en Inglaterra. Eso, hasta que aparecieron bandas estadounidenses como The Strokes y The White Stripes para que una nueva escena se tomara los rankings, cuestión que repercutió en la isla con el surgimiento de grupos como Franz Ferdinand y The Libertines, lo que se tradujo en que todo el Reino Unido volviera a encantarse con el rock independiente.
El problema, de acuerdo al periódico británico, es que no siempre lo independiente se traduce en grandes ventas cuando las bandas tratan de transformarse en "el siguiente U2". Muchas han perecido en el intento. Los casos recientes de Razorlight y Glasvegas son una muestra que, tal como Icaro, el que quiere llegar cerca del sol puede quemarse en el intento.
Si bien el negocio de los grupos de rock hoy está en los conciertos y no en la venta de discos, la prensa especializada ha vuelto a hacer trucos para encontrar bandas que luzcan sus páginas. La venerada revista New Musical Express publicó en 2011 diez portadas temáticas, otra decena con artistas muertos, doce con grupos de los ochenta o noventa y otras diez con grupos que lanzaron su cuarto o quinto disco. De once que anunciaban artistas nuevos, sólo cuatro fueron bandas independientes.
Los sellos están buscando agrupaciones que salgan de la escena indie y no parece que nada bueno vaya ha aparecer pronto. En pocos meses comenzarán los festivales de música, los cuales se han visto forzados a recurrir a viejos nombres. El festival de la isla de Wight tendrá como atracciones a Tom Petty, Pearl Jam y Bruce Springsteen. Sin duda actos de calidad, pero nada nuevo bajo el habitualmente frío sol inglés.
Bruno Mars: Grito y plata
Con una sonrisa que destila autocomplacencia, Bruno Mars se da cuenta de que en Chile, como en el resto del mundo, su nombre es grito y plata. El veinteañero estadounidense tiene prácticamente lleno el Movistar Arena. Hay varios en el público que se mueren de ganas de ser como él y lo imitan, desde el peinado hasta la forma de vestir, caracterizada por su distintivo sombrero. Esta noche, el estilo es tan importante como el sonido.
Que el solista sea asociado con las viejas glorias del rocanrol y el soul sólo tiene que ver con un excelente trabajo estético y de márketing. En su música, poco hay de ese atrevimiento desfachatado de antaño; más bien se trata de un pop suave, urbano y con toques de reggae.Los guiños al pasado están en los detalles: tomar la guitarra como Chuck Berry en "The other side", los movimientos pélvicos a lo Elvis en "Top of the world" y el pequeño trozo de "Money" de Barrett Strong antes de "Billionaire". Recién en "Runaway baby" se siente el aire retro en la música de Mars, quien está en su elemento mientras los chillidos celebran sus pasos de baile y la energía desbordante que irradia junto a su banda de ocho miembros.
De intachable cometido, la gran virtud del cantante es hacer que su concierto parezca un grandes éxitos en vivo, pese a tener apenas un disco bajo el brazo ("Doo-woops & hooligans"). El coreo, generalizado y constante, refuerza la sensación de estar frente a un artista más experimentado de lo que efectivamente es este descendiente de filipinos y puertorriqueños. Nadie podría culpar a un adolescente de querer ser como Bruno Mars, un tipo ganador y relajado que se encaramó entre lo más vendido de 2011, que llegó a Chile en plena forma y se retira con más motivos para seguir sonriendo.
Que el solista sea asociado con las viejas glorias del rocanrol y el soul sólo tiene que ver con un excelente trabajo estético y de márketing. En su música, poco hay de ese atrevimiento desfachatado de antaño; más bien se trata de un pop suave, urbano y con toques de reggae.Los guiños al pasado están en los detalles: tomar la guitarra como Chuck Berry en "The other side", los movimientos pélvicos a lo Elvis en "Top of the world" y el pequeño trozo de "Money" de Barrett Strong antes de "Billionaire". Recién en "Runaway baby" se siente el aire retro en la música de Mars, quien está en su elemento mientras los chillidos celebran sus pasos de baile y la energía desbordante que irradia junto a su banda de ocho miembros.
De intachable cometido, la gran virtud del cantante es hacer que su concierto parezca un grandes éxitos en vivo, pese a tener apenas un disco bajo el brazo ("Doo-woops & hooligans"). El coreo, generalizado y constante, refuerza la sensación de estar frente a un artista más experimentado de lo que efectivamente es este descendiente de filipinos y puertorriqueños. Nadie podría culpar a un adolescente de querer ser como Bruno Mars, un tipo ganador y relajado que se encaramó entre lo más vendido de 2011, que llegó a Chile en plena forma y se retira con más motivos para seguir sonriendo.
Bandas sonoras, nicho rockero
Trent Reznor, quien hoy podría ganar de nuevo el Globo de Oro, es la cara visible de la fértil sociedad entre cine y rock.
No sólo de compositores como John Williams, Hans Zimmer o Danny Elfman se alimenta la música de películas por estos días. Desde que el director David Fincher encargara la banda sonora de su cinta "Red social" (2010) a Trent Reznor, trabajo por el que el adalid de Nine Inche Nails obtuvo el Globo de Oro y el Oscar, la práctica de comisionar soundtracks a rockeros tomó vuelo, y este año son varios los filmes que seguirán el patrón. Tampoco se trata de una novedad, pero actualmente la fórmula está en su mejor momento. Sin ir más lejos, Reznor podría repetir su victoria hoy, en la nueva entrega de los Globos de Oro, si es que su producción para la cinta "The girl with the dragon tattoo", también de Fincher, gana la categoría de Mejor Banda Sonora Original.
Otra dupla cuya relación laboral va viento en popa es la formada por el cantante islandés Jónsi, líder del grupo Sigur Rós, y el realizador estadounidense Cameron Crowe. A finales de diciembre estrenaron "We bought a zoo", cinta protagonizada por Matt Damon y Scarlett Johanson, totalmente musicalizada por el europeo. Ambos se conocieron hace una década, cuando Sigur Rós aportó algunas canciones en la recordada "Vanilla Sky", y ya anunciaron que replicarán el modelo en la próxima comedia de Crowe.
También, volverán a la carga Jonny Greenwood, el guitarrista de Radiohead, junto al director Paul Thomas Anderson. Para 2013 está fechada "The master", con los premiados Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix a la cabeza del reparto. La cinta marcará su segunda colaboración, luego de concitar aplausos por su labor en "There will be blood", película que sorpresivamente quedó fuera de la competencia al Oscar por Mejor Música Original en 2009, por usar extractos de composiciones previas de Greenwood.
Sin casarse con ningún realizador, pero muy conocido por su cinefilia, Mike Patton de Faith No More es otro rockero que ha experimentado con el séptimo arte. En noviembre pasado presentó "La soledad de los números primos", disco para el filme italiano del mismo nombre, pero el vocalista ya tiene listo un nuevo proyecto: "The place beyond the pines", del director Derek Cianfrance, que se estrenará este año con actuaciones de Ryan Gosling, Bradley Cooper y Eva Mendes. Un miembro más para un club al que sólo en esta década se han incorporado nombres tan variados como Daft Punk, Alex Turner (Arctic Monkeys), The Chemical Brothers y Karen O (Yeah Yeah Yeahs).
No sólo de compositores como John Williams, Hans Zimmer o Danny Elfman se alimenta la música de películas por estos días. Desde que el director David Fincher encargara la banda sonora de su cinta "Red social" (2010) a Trent Reznor, trabajo por el que el adalid de Nine Inche Nails obtuvo el Globo de Oro y el Oscar, la práctica de comisionar soundtracks a rockeros tomó vuelo, y este año son varios los filmes que seguirán el patrón. Tampoco se trata de una novedad, pero actualmente la fórmula está en su mejor momento. Sin ir más lejos, Reznor podría repetir su victoria hoy, en la nueva entrega de los Globos de Oro, si es que su producción para la cinta "The girl with the dragon tattoo", también de Fincher, gana la categoría de Mejor Banda Sonora Original.
Otra dupla cuya relación laboral va viento en popa es la formada por el cantante islandés Jónsi, líder del grupo Sigur Rós, y el realizador estadounidense Cameron Crowe. A finales de diciembre estrenaron "We bought a zoo", cinta protagonizada por Matt Damon y Scarlett Johanson, totalmente musicalizada por el europeo. Ambos se conocieron hace una década, cuando Sigur Rós aportó algunas canciones en la recordada "Vanilla Sky", y ya anunciaron que replicarán el modelo en la próxima comedia de Crowe.
También, volverán a la carga Jonny Greenwood, el guitarrista de Radiohead, junto al director Paul Thomas Anderson. Para 2013 está fechada "The master", con los premiados Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix a la cabeza del reparto. La cinta marcará su segunda colaboración, luego de concitar aplausos por su labor en "There will be blood", película que sorpresivamente quedó fuera de la competencia al Oscar por Mejor Música Original en 2009, por usar extractos de composiciones previas de Greenwood.
Sin casarse con ningún realizador, pero muy conocido por su cinefilia, Mike Patton de Faith No More es otro rockero que ha experimentado con el séptimo arte. En noviembre pasado presentó "La soledad de los números primos", disco para el filme italiano del mismo nombre, pero el vocalista ya tiene listo un nuevo proyecto: "The place beyond the pines", del director Derek Cianfrance, que se estrenará este año con actuaciones de Ryan Gosling, Bradley Cooper y Eva Mendes. Un miembro más para un club al que sólo en esta década se han incorporado nombres tan variados como Daft Punk, Alex Turner (Arctic Monkeys), The Chemical Brothers y Karen O (Yeah Yeah Yeahs).
James Blunt: Salón de emociones
Cada vez son menos los cantantes que triunfan, a nivel masivo, sin actividades extramusicales. Imágenes que explotan la sexualidad, escándalos y romances están a la orden del día en el pop. Pero quedan algunos, como James Blunt, que todavía tienen más de artista que de celebridad. En su segundo concierto en Chile, el inglés irrumpe a pie, caminando hacia el escenario por la misma entrada del público, y pasa por el lado de las filas de asientos dispuestos en la cancha. Sorprendida, su audiencia queda encantada por el gesto, que despierta empatía inmediata hacia el británico antes de que la primera nota sea ejecutada.
En la tarima, una banda de cinco músicos espera a Blunt, empecinado desde su último disco ("Some kind of trouble") en mostrar que sus canciones también pueden ser coloridas. Lo comprueba interpretando algunos de sus singles más recientes, como "Dangerous" y "So far gone", en que resuelve con bastante soltura su rol de frontman. Más decibeles de lo esperado marcan la primera sección del concierto, que consigue despegar a la gente de sus sillas, justo antes de que los temas al piano instauraran el ambiente que la mayoría esperaba vivir.
"Out of my mind", "Goodbye my lover" y "High" fueron los temas encargados de recordar que James Blunt es, ante todo, un cantante romántico y sensible. Sin embargo, con apenas tres álbumes bajo el brazo, el inglés ya tiene repertorio para matizar la melancolía y calidad interpretativa suficiente para levantar espíritus alicaídos. "Turn me on", "Superstar" y en especial "I'll be your man" (con una cita a "I want you back" de los Jackson 5) fueron los momentos más alegres del show, pero también representan el triunfo de un solista que, sin grandes aspavientos, prueba que la música todavía se defiende por sí sola.
En la tarima, una banda de cinco músicos espera a Blunt, empecinado desde su último disco ("Some kind of trouble") en mostrar que sus canciones también pueden ser coloridas. Lo comprueba interpretando algunos de sus singles más recientes, como "Dangerous" y "So far gone", en que resuelve con bastante soltura su rol de frontman. Más decibeles de lo esperado marcan la primera sección del concierto, que consigue despegar a la gente de sus sillas, justo antes de que los temas al piano instauraran el ambiente que la mayoría esperaba vivir.
"Out of my mind", "Goodbye my lover" y "High" fueron los temas encargados de recordar que James Blunt es, ante todo, un cantante romántico y sensible. Sin embargo, con apenas tres álbumes bajo el brazo, el inglés ya tiene repertorio para matizar la melancolía y calidad interpretativa suficiente para levantar espíritus alicaídos. "Turn me on", "Superstar" y en especial "I'll be your man" (con una cita a "I want you back" de los Jackson 5) fueron los momentos más alegres del show, pero también representan el triunfo de un solista que, sin grandes aspavientos, prueba que la música todavía se defiende por sí sola.
Los Embajadores - Faisanes
Los Embajadores tocan juntos desde 2007. En su formación está Walter Roblero, el bajista de Congelador, y Danae Morales, comparsa de Fakuta y Dadalú en distintos proyectos (uno de ellos, la fundación del sello Michita Rex). Dentro de ese círculo, que también abarca reporteros y blogs de música, el debut del grupo era uno de los más esperados de la temporada. Un pequeño hype a la chilena, entre amigos y conocidos que reconocían lo interesante del quinteto, donde también milita el cantante Cristóbal Gajardo (solista bajo el alias Voz de Hombre).
Cuando todavía firmaba como Embajadores a secas, la banda editó su primera canción el 1 de enero de 2010, en el compilado “Música para el Fin del Mundo” (a su vez, la primera referencia discográfica de Michita). Era un melancólico tema llamado ‘Su Merced’, en el que Tapia y Gajardo compartían roles vocales y anunciaba lo que dos años después se concretaría: este largaduración, “Faisanes”. Demoró bastante, pero llegó en el momento apropiado, justo mientras el pop chileno concita atención local y foránea gracias a una sucesión de buenos lanzamientos.
En todo caso, Los Embajadores no llegaron a colgarse de un fenómeno, ni a subirse al carro de la victoria. La música en “Faisanes” apela a cierto clima emocional que aporta un elemento nuevo al panorama nacional: oscuridad. Nada que ver con el sonido brilloso de Astro, Javiera Mena o Gepe. Acá se nota sumo interés en explorar las posibilidades de lo sombrío; mientras más nubosidad, mejor. Casi todo remite a conceptos como “dark” o “gótico”, mezclados con pop electrónico. El álbum se enriquece con las volátiles e inasibles apariciones de Tapia (muy parecida a Isol, la ex voz de Entre Ríos), que cuando se encuentra con Gajardo en ‘MDV’ hace pensar en lo saludable que sería aumentar su repertorio como dúo. Esa interacción definitivamente funciona muy bien y debe ser explotada a futuro. Sólo reforzando su identidad de grupo Los Embajadores labrarán un nombre que hable por sí solo. Tienen a la mano las herramientas para conseguirlo.
Cuando todavía firmaba como Embajadores a secas, la banda editó su primera canción el 1 de enero de 2010, en el compilado “Música para el Fin del Mundo” (a su vez, la primera referencia discográfica de Michita). Era un melancólico tema llamado ‘Su Merced’, en el que Tapia y Gajardo compartían roles vocales y anunciaba lo que dos años después se concretaría: este largaduración, “Faisanes”. Demoró bastante, pero llegó en el momento apropiado, justo mientras el pop chileno concita atención local y foránea gracias a una sucesión de buenos lanzamientos.
En todo caso, Los Embajadores no llegaron a colgarse de un fenómeno, ni a subirse al carro de la victoria. La música en “Faisanes” apela a cierto clima emocional que aporta un elemento nuevo al panorama nacional: oscuridad. Nada que ver con el sonido brilloso de Astro, Javiera Mena o Gepe. Acá se nota sumo interés en explorar las posibilidades de lo sombrío; mientras más nubosidad, mejor. Casi todo remite a conceptos como “dark” o “gótico”, mezclados con pop electrónico. El álbum se enriquece con las volátiles e inasibles apariciones de Tapia (muy parecida a Isol, la ex voz de Entre Ríos), que cuando se encuentra con Gajardo en ‘MDV’ hace pensar en lo saludable que sería aumentar su repertorio como dúo. Esa interacción definitivamente funciona muy bien y debe ser explotada a futuro. Sólo reforzando su identidad de grupo Los Embajadores labrarán un nombre que hable por sí solo. Tienen a la mano las herramientas para conseguirlo.
Thurston Moore y Kurt Vile: Como un fan
Aparte de temas propios, Kurt Vile toca ‘Downbound Train’ de Bruce Springsteen en su set junto a The Violators, la banda que lo acompaña en vivo y cuyo nombre parece un tributo a viejos estandartes punk como The Vibrators o The Dictators. Tras el aplaudido show del melenudo de Filadelfia, los técnicos montan el aparataje para el plato fuerte de la noche: Thurston Moore. Cuando el (¿ex?) guitarrista de Sonic Youth ya está en lo suyo, Vile aparece nuevamente, ahora como parte de la audiencia; mira embelesado a uno de sus mentores, y ante la escasez de sillas (el Teatro Oriente se llenó), no tiene problema en sentarse en el pasillo.
Moore cuenta que está resfriado, pero nadie podría adivinarlo (excepto cuando, avanzado el concierto y en un gesto que lo acerca al resto de los mortales, busca un pañuelo en su chaqueta para sonarse la nariz). El tipo es de otro mundo. Cualquiera que escuche el muy acústico “Demolished Thoughts”, su último disco solista, podría haber pensado que cargar con 53 años le bajó las revoluciones y el show sería show quitado de bulla. Error. La tentación de hacer ruido es demasiado para él. Y así es como desenvaina un cover ‘It’s Only Rock ‘n Roll (But I Like It)’ de los Stones, desciende al público a gritarles en la cara que le gusta el rocanrol y después termina tumbado en la tarima, mientras los más entusiasmados se acercan, lo fotografían e incluso se animan a tocar su guitarra. Hermoso.
En uno de los tiempos muertos entre tema y tema, el estadounidense le dedica ‘Fri/End’ a Felipe Orrego, uno de los primeros miembros del mítico grupo nacional Los Blops, y revive la historia de la banda que el ex músico (y actual productor televisivo) armó con Kim Gordon antes de Sonic Youth (más info al respecto acá). Para el bronce, la mejor frase de la noche: “Hay que reescribir los libros, Sonic Youth es una extensión de la música sicodélica chilena”. Un homenaje al legado criollo, pero también un llamado a escarbar en el catálogo patrio de los 60 y 70, material esquivo que hasta ahora sólo es valorado como corresponde por coleccionistas como el propio Moore (que también habló sobre comprar discos antes de ‘Never Day’).
Ningún tributo, eso sí, fue más dignificante que lo mostrado por el aprendiz y el discípulo, en sus respectivos turnos, a la hora de defender en vivo las canciones de su autoría. El primero, Kurt Vile, justificó en ‘On Tour’, ‘Freak Train’ y ‘Peeping Tomboy’ (interpretada en solitario, con luz tenue y varios murmurando la letra) por qué cuenta con la simpatía de Pitchfork y todos los que vienen a la cola; además de manejar a placer las seis cuerdas, transmite una calidez excepcional escondido detrás de su pelo y remite sonoramente a leyendas desde Townes Van Zandt hasta Lou Reed. En tanto, Thurston Moore apostó por inquietar, proponer y sacudirse de encima cualquier posible halo de figura nostálgica o acomodadiza. Los únicos que se amoldaron a la situación fueron los miembros de ambas bandas de apoyo, diestras las dos en pasar -a veces en cosa de segundos- de lo extático a lo contemplativo según hiciera falta. En ningún caso, la función doble de Vile y Moore se trató de una cumbre entre el pasado y el futuro. Todo ocurrió en el mejor de los presentes: ése que se vive como si no hubiera mañana.
Moore cuenta que está resfriado, pero nadie podría adivinarlo (excepto cuando, avanzado el concierto y en un gesto que lo acerca al resto de los mortales, busca un pañuelo en su chaqueta para sonarse la nariz). El tipo es de otro mundo. Cualquiera que escuche el muy acústico “Demolished Thoughts”, su último disco solista, podría haber pensado que cargar con 53 años le bajó las revoluciones y el show sería show quitado de bulla. Error. La tentación de hacer ruido es demasiado para él. Y así es como desenvaina un cover ‘It’s Only Rock ‘n Roll (But I Like It)’ de los Stones, desciende al público a gritarles en la cara que le gusta el rocanrol y después termina tumbado en la tarima, mientras los más entusiasmados se acercan, lo fotografían e incluso se animan a tocar su guitarra. Hermoso.
En uno de los tiempos muertos entre tema y tema, el estadounidense le dedica ‘Fri/End’ a Felipe Orrego, uno de los primeros miembros del mítico grupo nacional Los Blops, y revive la historia de la banda que el ex músico (y actual productor televisivo) armó con Kim Gordon antes de Sonic Youth (más info al respecto acá). Para el bronce, la mejor frase de la noche: “Hay que reescribir los libros, Sonic Youth es una extensión de la música sicodélica chilena”. Un homenaje al legado criollo, pero también un llamado a escarbar en el catálogo patrio de los 60 y 70, material esquivo que hasta ahora sólo es valorado como corresponde por coleccionistas como el propio Moore (que también habló sobre comprar discos antes de ‘Never Day’).
Ningún tributo, eso sí, fue más dignificante que lo mostrado por el aprendiz y el discípulo, en sus respectivos turnos, a la hora de defender en vivo las canciones de su autoría. El primero, Kurt Vile, justificó en ‘On Tour’, ‘Freak Train’ y ‘Peeping Tomboy’ (interpretada en solitario, con luz tenue y varios murmurando la letra) por qué cuenta con la simpatía de Pitchfork y todos los que vienen a la cola; además de manejar a placer las seis cuerdas, transmite una calidez excepcional escondido detrás de su pelo y remite sonoramente a leyendas desde Townes Van Zandt hasta Lou Reed. En tanto, Thurston Moore apostó por inquietar, proponer y sacudirse de encima cualquier posible halo de figura nostálgica o acomodadiza. Los únicos que se amoldaron a la situación fueron los miembros de ambas bandas de apoyo, diestras las dos en pasar -a veces en cosa de segundos- de lo extático a lo contemplativo según hiciera falta. En ningún caso, la función doble de Vile y Moore se trató de una cumbre entre el pasado y el futuro. Todo ocurrió en el mejor de los presentes: ése que se vive como si no hubiera mañana.
Ana Tijoux: La reina madre
“Desde el principio hasta acá sólo he pensao’ una cosa: hacerlo bien”, rapeaba con acento español Frank-T a comienzos de la década pasada. La ciencia musical de Ana Tijoux comparte dogma con su colega MC. Si en “Vida Salvaje”, ese caset que le anunció al mundo la existencia de Makiza, era la que descollaba por su voz y su forma de rimar, 14 años después la nacida en Francia sigue con ventaja sobre el resto de sus pares. Como solista, está encaramada en una categoría propia, la de reina madre del rap chileno y, hasta donde tenemos noticia, latinoamericano.
Matucana 100 se llenó con un público heterogéneo, que tradujo en asistencia la llegada transversal de Tijoux y sus canciones. Un catálogo que, en vivo, cobró forma de delicatessen sazonada de soul. No sólo los temas del reciente “La Bala”, el disco que convocó la velada, fueron montados con banda completa (incluyendo cuerdas y vientos), sino que también el boom bap de “1977” se vistió con los mismos ropajes, al punto de que la otrora inquietante ‘Crisis de un MC’ quedó convertida en una pieza tropical que cita versos de Solo Di Medina. Por extraña que parezca semejante idea sobre el papel, ese nuevo arreglo no falló, y la misma suerte corrió el resto de las versiones remozadas.
Justicia se le hizo a la ambiciosa producción de “La Bala”, cuyo responsable (Andrés Celis) actuó como teclista, gracias a una banda en la que merece comentario aparte el batero Maximiliano Reyes, lo más parecido que se ha visto en Chile a Questlove de The Roots. ‘Sacar la voz’, ‘Quizás’ y ‘Shock’ complementaron un setlist que brilló especialmente cuando las verdades salieron a relucir: ‘Las cosas por su nombre’ (un dardo con cerbatana apuntado al Ministerio de Cultura y su falta de visión), ‘En paro’ (el certero single de Makiza) y ‘Desclasificado’ (“la plaga no son los flaites, son los cuicos”, dijo la solista al presentarla). Urge que grupos que hacen hip hop político y descuidan la musicalidad –es decir, la mayoría- aprendan de Ana Tijoux, una observadora social que le saca filo a su lengua, pero jamás descuida la belleza de las formas sonoras. Después de este concierto, cuesta creer que durante tantos años usáramos un diminutivo para referirnos a ella.
Matucana 100 se llenó con un público heterogéneo, que tradujo en asistencia la llegada transversal de Tijoux y sus canciones. Un catálogo que, en vivo, cobró forma de delicatessen sazonada de soul. No sólo los temas del reciente “La Bala”, el disco que convocó la velada, fueron montados con banda completa (incluyendo cuerdas y vientos), sino que también el boom bap de “1977” se vistió con los mismos ropajes, al punto de que la otrora inquietante ‘Crisis de un MC’ quedó convertida en una pieza tropical que cita versos de Solo Di Medina. Por extraña que parezca semejante idea sobre el papel, ese nuevo arreglo no falló, y la misma suerte corrió el resto de las versiones remozadas.
Justicia se le hizo a la ambiciosa producción de “La Bala”, cuyo responsable (Andrés Celis) actuó como teclista, gracias a una banda en la que merece comentario aparte el batero Maximiliano Reyes, lo más parecido que se ha visto en Chile a Questlove de The Roots. ‘Sacar la voz’, ‘Quizás’ y ‘Shock’ complementaron un setlist que brilló especialmente cuando las verdades salieron a relucir: ‘Las cosas por su nombre’ (un dardo con cerbatana apuntado al Ministerio de Cultura y su falta de visión), ‘En paro’ (el certero single de Makiza) y ‘Desclasificado’ (“la plaga no son los flaites, son los cuicos”, dijo la solista al presentarla). Urge que grupos que hacen hip hop político y descuidan la musicalidad –es decir, la mayoría- aprendan de Ana Tijoux, una observadora social que le saca filo a su lengua, pero jamás descuida la belleza de las formas sonoras. Después de este concierto, cuesta creer que durante tantos años usáramos un diminutivo para referirnos a ella.
Astro, desde el aeropuerto: "Los mexicanos son más fans que los chilenos"
Llegan a nuestro país en pocas horas y vienen con la moral alta. Desde el Aeropuerto Internacional de Tocumen, en Panamá, Astro nos cuentan cómo estuvo su periplo por México y Estados Unidos.
Monterrey, Texas y Ciudad de México. Las tres paradas de Astro durante su gira norteamericana, en la que dieron seis conciertos. El balance del tour lo resumió el cantante Andrés Nusser, sobre el escenario del Vive Latino: “En Chile nos quieren, pero acá nos quieren más”.
Sobre sus dichos, las diferencias entre el público mexicano y el chileno, la policía fronteriza y su nuevo single (‘Colombo’), entre otros temas, conversamos con el grupo que pronto editará su disco homónimo en México y Estados Unidos, vía Terrícolas Imbéciles y Nacional Records, respectivamente.
Ya vienen de vuelta. ¿Dónde están en este momento?
Justo ahora estamos haciendo una escala en el aeropuerto de Panamá. Salimos corriendo a las 2:30 AM de un lugar que se llama Caradura, donde tocamos anoche con los Dënver. El vuelo salió a las 5:30 AM.
Cuáles fueron sus actividades durante la gira?
Hicimos muchísimas cosas de prensa, desde revistas y blogs hasta radios y un poco de televisión. También hemos visto shows y compartimos mucho con bandas de otros países. Es increíble como los festivales te conectan con músicos y gente de industria de todas partes, donde siempre te toca conocer personajes muy especiales. Estuvimos en un festival de Monterrey que se llama Nrmal. Ahí lo pasamos increíble. Luego fuimos a Austin en Estados Unidos, al SXSW, y de ahí al Vive Latino en México D.F.
¿Con quiénes compartieron allá?
Con muchísima gente. Muchos que andaban de viaje como nosotros y muchos otros de los lugares donde estuvimos. Todo el mundo ha sido muy buena onda y nos vamos con una hermosa impresión de lo que es salir de gira a festivales grandes.
¿Qué feedback del público recibieron?
La verdad es que nos fue muy bien. El sábado pasado, en el Vive Latino, nos tocó el escenario repleto y la gente interactuó mucho con nuestro show. Amigos y gente del medio nos felicitaron por lo que logramos ese día. En Monterrey fue bastante parecido, nunca imaginamos que tanta gente se supiera la letra de las canciones. A todos los chilenos les fue muy bien.
¿Alguna anécdota rescatable?
La primera fue que todos los chilenos andábamos muy juntos. Parecía una gira de colegio cuando nos topábamos en algún lugar. Fue muy bonito ver que hay un lazo especial entre todos. Por ahí hay una foto donde sale casi todo el grupo en el Vive Latino. Otra anécdota fue el cruce por tierra a las 2AM por la aduana de México cuando regresábamos de Austin a Monterrey en una van. Íbamos los Astro y Alex Anwandter. Nos habían metido mucho miedo ya que esa es una zona narco fuerte y no es para nada recomendable cruzarla a esa hora (ya que los militares y policías andan en la misma onda). Los puntos de control los pasábamos a dos por hora y los uniformados nos miraban muy raro, seguro que era imaginación nuestra (risas), pero fue un momento memorable.
“PERO ACÁ NOS QUIEREN MÁS”
¿Es verdad que en México los quieren más? ¿En qué lo notan?
(Risas) No, eso sonó mal cuando lo dije, me expresé mal parece. Me refería a que lo que estábamos viviendo ahí era muy especial. Había mucha gente sonriéndonos y participando con nosotros. Sí nos parece que, por naturaleza, los mexicanos son más “fans” que los chilenos, en el sentido de que se guardan menos lo que sienten. Quizás es sólo que son muchas más personas.
¿Han pensado radicarse en el extranjero?
De pensarlo, sí, pero del dicho al hecho hay mucho trecho.
¿Sienten que afuera de Chile se valora más el nuevo pop chileno?
Hay una cosa muy especial pasando con Chile en el extranjero. A todos los músicos chilenos nos preguntaban sobre la nueva generación de músicos en el país y la destacaban como algo muy especial sucediendo en la música de habla hispana. No hubo entrevista en la que no nos preguntaran eso.
¿Los extranjeros tienen noción de que ustedes forman parte de una
generación de músicos chilenos?
Absolutamente. En España y México más que en otros lados. También la comunidad latina de EE.UU.
Cuéntenme sobre ‘Colombo’, su nuevo single, ¿por qué lo eligieron y cuándo lo lanzan?
No sé bien por qué escogimos ésa como segundo single. Es de las más pegotes del disco claramente. Competía con ‘Panda’ y ‘Coco’. Hay varios potenciales singles en este disco. Una de las cosas que influenció escoger ‘Colombo’ es que preguntamos por Facebook y fue la que más marcó puntos. Una mezcla de todo. El single saldrá a mediados de abril junto con el video de la canción, en el que trabajó un equipo muy buena onda. Dirigió un mexicano que se llama Carlos Rincones que andaba trabajando en Chile en la nueva película del Nicolás Lopez. La dirección de arte es del Nico Oyarce y actúa mucha gente buena onda. Aún no vemos un corte de edición, pero al parecer viene muy bueno.
¿Qué se viene para Astro en los próximos meses?
Vendrían muchos viajes. Nada muy confirmado aún, pero la banda se pegó un crecimiento grande en ese sentido y hay promotores de otros países bastante interesados en llevarnos. Nosotros también estamos trabajando para viajar este año por nuestra cuenta.
The Ting Tings - Sounds from Nowheresville
Mr. Magoo caminaba fuerte y derecho a través de peligrosos escenarios, inadvertido acerca de las amenazas mortales que lo rodeaban, y lograba salir vivo porque no titubeaba. Su ignorancia le impedía sentir miedo. The Ting Tings, tan miopes artísticamente como Magoo, desarrollaron tranquilos en su inicial “We Started Nothing” una propuesta simpática y liviana al no saber qué les deparaba el destino. Las expectativas, además, eran bajas: el dúo venía de fracasar -bajo el nombre Dear Eskiimo- y ser despedido del sello Mercury.
Con nuevo disco bajo el brazo, el escenario es completamente distinto ahora que el éxito está asociado al nombre de la pareja. En “Sounds from Nowheresville” se nota que los Ting Tings consiguieron lentes, vieron todo lo que pasaba a su alrededor y ahora tienen pánico.
Dos energías antagonistas miden fuerzas, cuerpo a cuerpo, en el segundo álbum del tándem inglés: las ganas de ser tomados en serio (la crítica fue bastante dura con “We Started Nothing”) y el deseo de seguir siendo populares (teniendo como vara los adhesivos singles de su debut y las cuantiosas ganancias que generaron). Nada puede salir bien de esa mezcla. “Sounds from Nowheresville” carece de la ingenuidad encantadora que dio a conocer a Katie White y Jules de Martino, incapaces ahora de acercarse siquiera a la chispa que tenían hace apenas cuatro años.
Costaba menos empatizar con temas disparatados como los famosísimos ‘That’s Not My Name’ o ‘Shut Up and Let Me Go’, que con la seriedad de ‘Silence’, los intentos de sonar como The Go Team de ‘Hang It Up’ o la tristeza impostada de ‘In Your Life’. Al dúo le cuesta tanto cuajar sus intenciones que escucharlo se torna confuso y decepcionante. Fue un paso en falso bajar las revoluciones e intentar un enfoque adulto: por mucho que sus miembros quieran madurar, The Ting Tings es un grupo que no envejece bien.
Con nuevo disco bajo el brazo, el escenario es completamente distinto ahora que el éxito está asociado al nombre de la pareja. En “Sounds from Nowheresville” se nota que los Ting Tings consiguieron lentes, vieron todo lo que pasaba a su alrededor y ahora tienen pánico.
Dos energías antagonistas miden fuerzas, cuerpo a cuerpo, en el segundo álbum del tándem inglés: las ganas de ser tomados en serio (la crítica fue bastante dura con “We Started Nothing”) y el deseo de seguir siendo populares (teniendo como vara los adhesivos singles de su debut y las cuantiosas ganancias que generaron). Nada puede salir bien de esa mezcla. “Sounds from Nowheresville” carece de la ingenuidad encantadora que dio a conocer a Katie White y Jules de Martino, incapaces ahora de acercarse siquiera a la chispa que tenían hace apenas cuatro años.
Costaba menos empatizar con temas disparatados como los famosísimos ‘That’s Not My Name’ o ‘Shut Up and Let Me Go’, que con la seriedad de ‘Silence’, los intentos de sonar como The Go Team de ‘Hang It Up’ o la tristeza impostada de ‘In Your Life’. Al dúo le cuesta tanto cuajar sus intenciones que escucharlo se torna confuso y decepcionante. Fue un paso en falso bajar las revoluciones e intentar un enfoque adulto: por mucho que sus miembros quieran madurar, The Ting Tings es un grupo que no envejece bien.
Matías Cena & Los Fictions - Arauco Cajun
Para Matías Cena y su banda, Los Fictions (llamados así en honor al histórico elepé de Los Vidrios Quebrados), hay más puntos de encuentro que diferencias. “Arauco Cajún”, el primer disco que lanza este sexteto, sugiere en su título la cruza de dos etnias cuya suma resulta inusual; así como la música del grupo conjuga un fondo country rock con la sensibilidad de un cantante que viene de pertenecer al reciente circuito de solistas folk, aunque también puede terminar una tocata gritando sin polera a la usanza hardcore (su otra escuela) en el Bar Loreto. Eso sin contar que el álbum fue producido por Alejandro “Perrosky” Gómez, quien mostró -asesorando el EP “La Bestia” de La Big Rabia- que aprender de Jon Spencer da buenos frutos.
Acá el mestizaje conceptual es la clave del acercamiento. Y también es importante comprender una cosa: Matías Cena & Los Fictions no tienen nada que ver con Los Bandoleros o Andrés Lecaros y Los Forajidos, intentos paródicos de reproducir en Chile el country rock a punta de estereotipos baratos. Los referentes más inmediatos de la banda están bastante lejos, en la música de Ryan Adams y The Cardinals, o de Conor Oberst en Bright Eyes. Tipos muy jóvenes, pero empecinados en mantener viva la tradición, un compromiso al que también responden los nacionales. Instrumentos inusuales en el contexto chileno (banjo, mandolina, dobro, pedal steel) aparecen por doquier en “Arauco Cajún”, manejados con plausible destreza.
Si este debut suena en extremo coherente puede ser porque, en estricto rigor, no es el primer trabajo estos músicos. Previamente el grupo se llamaba The Questions, pero estaba en segundo plano como grafica “A todos nos mintieron-Luxemburgo Vol.2”, el único disco que alcanzó a grabar esa formación, en calidad de acompañamiento. Y antes, el propio frontman acumulaba kilometraje como solista en registros de una melosidad un tanto exasperante, abandonada en una afortunada decisión que también incluyó seguir ahondando en las obsesiones. Su antigua canción ‘Once con héroes del pasado’, llena de personajes históricos, ahora encuentra continuidad en ‘El Día Internacional de Gagarin’; mientras siguen los guiños a heroínas, y donde antes habitaba Rosa Luxemburgo ahora están Mistral, Plath y Díaz Varín. Cuando Matías Cena & Los Fictions entran en acción, el norte y el sur no se ven tan distantes.
Acá el mestizaje conceptual es la clave del acercamiento. Y también es importante comprender una cosa: Matías Cena & Los Fictions no tienen nada que ver con Los Bandoleros o Andrés Lecaros y Los Forajidos, intentos paródicos de reproducir en Chile el country rock a punta de estereotipos baratos. Los referentes más inmediatos de la banda están bastante lejos, en la música de Ryan Adams y The Cardinals, o de Conor Oberst en Bright Eyes. Tipos muy jóvenes, pero empecinados en mantener viva la tradición, un compromiso al que también responden los nacionales. Instrumentos inusuales en el contexto chileno (banjo, mandolina, dobro, pedal steel) aparecen por doquier en “Arauco Cajún”, manejados con plausible destreza.
Si este debut suena en extremo coherente puede ser porque, en estricto rigor, no es el primer trabajo estos músicos. Previamente el grupo se llamaba The Questions, pero estaba en segundo plano como grafica “A todos nos mintieron-Luxemburgo Vol.2”, el único disco que alcanzó a grabar esa formación, en calidad de acompañamiento. Y antes, el propio frontman acumulaba kilometraje como solista en registros de una melosidad un tanto exasperante, abandonada en una afortunada decisión que también incluyó seguir ahondando en las obsesiones. Su antigua canción ‘Once con héroes del pasado’, llena de personajes históricos, ahora encuentra continuidad en ‘El Día Internacional de Gagarin’; mientras siguen los guiños a heroínas, y donde antes habitaba Rosa Luxemburgo ahora están Mistral, Plath y Díaz Varín. Cuando Matías Cena & Los Fictions entran en acción, el norte y el sur no se ven tan distantes.
Astro - Astro
Como todo buen grupo con potencial de convertirse en algo grande, Astro ha sacado a relucir lo peor de las personas. Las críticas sobre su parecido con MGMT vienen del mismo público que valora a Nirvana o Los Tres, sin reparar en sus respectivas similitudes con Pixies o The Stray Cats, todo porque en este caso el antecedente está a la mano por su popularidad y cercanía temporal. El segundo dardo más recurrente contra el grupo tiene que ver con un factor ajeno a su control: el perfil del público que los sigue. Es cierto que el universitario burgués con delirios pachamámicos es un espécimen repulsivo, pero ninguna banda puede manejar qué clase de gente escuchará su música. Los mismísimos Prisioneros, al partir, fueron apreciados por los “pijes” del barrio alto a los que despreciaban, pero en su San Miguel natal eran unos incomprendidos.
Con “Astro” ya lanzado, luego de la expectación causada por el EP “Le Disc de Astrou” (2009), es hora de sincerarse. Por colorido, el primer álbum del quinteto se parece más a Florcita Motuda que a los cada vez más apagados MGMT. No es broma, la referencia más cercana estaba en la cultura pop chilena y no en la neosicodelia estadounidense. El vocalista Andrés Nusser armó un lúdico repertorio que aborda, desde un prisma similar al de las regresiones infantiles que provoca el consumo de ácido, la vida salvaje y el reino animal como ejes centrales. Sin pensarlo dos veces, Motuda cantaría mejor que Andrew VanWyngarden versos como “yo creía que era feliz, todavía no conocía la súper felicidad, hasta que me encontré comiendo todas las cerezas de la quinta, no se puede comer tantas cerezas en un día, te explota la guata y te nace un árbol si te tragas las pepas” (del tema ‘Pepa’).
El contenido lírico del debut homónimo de Astro no resiste al análisis capcioso, que sería una pérdida de tiempo en vista de que no hay metáforas, sino imágenes literales. Cuando ‘Colombo’ habla de conejos bailarines o ‘Manglares’ describe a elefantes surfistas, en ninguna parte se esconden manifiestos acerca de la cultura judeocristiana, ni críticas a la sociedad occidental. Lo que escuchas es lo que hay: conejos bailando y elefantes surfeando, nada más. Sin querer, y para sorpresa de la juventud pitillo que disfrutó con ‘Raifilter’ y ‘Maestro Distorsión’, Astro firmó un disco sin hits evidentes, pero con canciones que podrían gustarle a niñitos en edad preescolar; una aproximación al rock progresivo (Yes, Genesis) similar en calibre a la de Mazapán con la música medieval y renacentista. Si ‘La Chinita Margarita’ y ‘Francisca, una avispa’ ya eran un tanto lisérgicas, ¿por qué no llevar las cosas más allá y probar con ‘Panda’, ‘Ciervos’ o ‘Coco’? Las próximas generaciones, que ya están creciendo al ritmo de 31 Minutos, lo agradecerán.
Con “Astro” ya lanzado, luego de la expectación causada por el EP “Le Disc de Astrou” (2009), es hora de sincerarse. Por colorido, el primer álbum del quinteto se parece más a Florcita Motuda que a los cada vez más apagados MGMT. No es broma, la referencia más cercana estaba en la cultura pop chilena y no en la neosicodelia estadounidense. El vocalista Andrés Nusser armó un lúdico repertorio que aborda, desde un prisma similar al de las regresiones infantiles que provoca el consumo de ácido, la vida salvaje y el reino animal como ejes centrales. Sin pensarlo dos veces, Motuda cantaría mejor que Andrew VanWyngarden versos como “yo creía que era feliz, todavía no conocía la súper felicidad, hasta que me encontré comiendo todas las cerezas de la quinta, no se puede comer tantas cerezas en un día, te explota la guata y te nace un árbol si te tragas las pepas” (del tema ‘Pepa’).
El contenido lírico del debut homónimo de Astro no resiste al análisis capcioso, que sería una pérdida de tiempo en vista de que no hay metáforas, sino imágenes literales. Cuando ‘Colombo’ habla de conejos bailarines o ‘Manglares’ describe a elefantes surfistas, en ninguna parte se esconden manifiestos acerca de la cultura judeocristiana, ni críticas a la sociedad occidental. Lo que escuchas es lo que hay: conejos bailando y elefantes surfeando, nada más. Sin querer, y para sorpresa de la juventud pitillo que disfrutó con ‘Raifilter’ y ‘Maestro Distorsión’, Astro firmó un disco sin hits evidentes, pero con canciones que podrían gustarle a niñitos en edad preescolar; una aproximación al rock progresivo (Yes, Genesis) similar en calibre a la de Mazapán con la música medieval y renacentista. Si ‘La Chinita Margarita’ y ‘Francisca, una avispa’ ya eran un tanto lisérgicas, ¿por qué no llevar las cosas más allá y probar con ‘Panda’, ‘Ciervos’ o ‘Coco’? Las próximas generaciones, que ya están creciendo al ritmo de 31 Minutos, lo agradecerán.
"Cállate, conchetumadre"
“¿Desde cuándo uno tiene que andar con una cámara en el bolsillo todo el día? No era una conducta cultural ésa. Eso viene de un producto que agrega un marketing, que impulsa una conducta de consumo, que se hace cultura. ¿Y ahora? Son infaltables las cámaras. Encima que no ven nada de lo que filman, sólo unas lucecitas desde lejos, yo los miro a los ojos y les canto y se pierden ese momento. Es algo que me pregunto en el show”.
Adrián Dárgelos
Un poco antes, y desde mucho más lejos, los noruegos Kings of Convenience vinieron a Chile por primera vez, el 2 de diciembre, para cumplir el deseo de todos los que llenaron el Teatro La Cúpula. Pero también para compartir un atinado recordatorio: la tecnología es asombrosa, pero más posibilidades ofrece el cerebro humano. Con esas palabras pidió el dúo que dejaran de tomar fotos y, por un momento, las mañas del quisquilloso Erlend Øye y su compañero, Eirik Glambek, tuvieron todo el sentido del mundo. La intención no era ordenarle a las personas qué hacer, sino remecer un poco sus memorias y hacer que se acordaran de que la música es lo más importante en un concierto.
Esa tremenda obviedad dejó de ser tan evidente en un mundo tan lleno de posibilidades, donde un placer tan simple como escuchar una canción durante un recital pierde atractivo si no es acompañado por un trago, una cámara o un smartphone en el que twittear. El tipo que le gritó a Jorge González en el Centro Cultural Amanda, sólo para recibir su merecido de parte del legendario cantautor, cayó en las garras de esta nueva visión de mundo, en la que la música cumple un rol tan secundario que, incluso en un concierto, puede ser ignorada. Error.
Por supuesto que la ubicación de Amanda (Vitacura) propicia la ocurrencia del problema, porque llegan personas que no tienen idea sobre el artista de turno, pero cuentan con el dinero para pagar una entrada, consumir y actuar como si un músico de pub cualquiera estuviese en el escenario (ese trato recibieron Cat Power y Coralie Clément, por ejemplo). Sin embargo, pasa lo mismo en varios puntos de Santiago, desde las juntas de vecinos en que se organizan tocatas de rap, hasta en las contadas veces en que el Liguria se transforma en espacio para shows en vivo.
“Cállate, conchetumadre”, espetó González, antes de largarse con una colorida diatriba. Varios en YouTube lo tomaron como el acto de un rockstar prepotente con su público; pero los que estaban la noche del 9 de diciembre en Amanda, y otros muchos que lo vieron en sus computadores, aplaudieron las palabras del ex Los Prisioneros. Todo lo que el cantautor estaba exigiendo era ser escuchado y que no lo vapulearan durante su propia presentación, o sea, lo mínimo; algo que un tipo que ha escrito himnos generacionales y discos imprescindibles ni siquiera debería estar pidiendo. “Cállate, conchetumadre”. Cállate y calla todas las voces que te hagan pensar que la música es el arroz del plato, que los artistas no merecen respeto y que su trabajo es una excusa para “tomar y echar el pelo”.
Nota: Gracias a los que graban los shows, con audio e imagen aceptables, para después compartirlos en la red. Los villanos son los otros.
27.4.12
Japandroids - Celebration Rock
Ahora escribieron más líneas que en su debut, “Post-nothing”, uno de los mejores lanzamientos de 2009, pero nadie podría decir que los Japandroids se han vuelto refinados para componer. “Celebration Rock” muestra al dúo de Vancouver, ciudad de la costa canadiense (de ahí viene ese dejo playero y soleado de sus canciones), suspendido en el mismo estado de perpetua post adolescencia de hace tres años.
Impúdicos y nihilistas como los conocimos, los vocalistas Brian King (guitarra y voz) y David Prowse (batería y voz) cometen un sacrilegio ante los ojos de cualquier tonto grave: lanzan un álbum inspirado por el festejo. Si se quiere, un disco ligeramente conceptual -aunque carente de los aspavientos intelectuales que caracterizan las obras de ese tipo-, maximalista porque llena de sonido todos los espacios y circular en tanto el grupo repite la premisa que tenía Spacemen 3: “tomar drogas para hacer música para tomar drogas”.
“Celebration rock” es una apología sobre aquello que se extingue y debe ser consumido con urgencia mientras dura: el fuego (suena pirotecnia al inicio y al final del disco, y la canción más electrizante se llama “Fire’s highway”), la noche (“The nights of wine and roses”, “Adrenaline nightshift”) y la juventud (en cada segundo de sus 35 minutos). Escuchar a Japandroids puede hacer la diferencia entre quedarse acostado viendo televisión o irse a un bar. El primer adelanto del disco, “Younger us” -aparecido como siete pulgadas a mediados de 2010-, justamente lidia con el deseo treintañero de volver a la época en que salir de madrugada y trasnochar no eran un sacrificio, y en que costaba menos tener amigos.
Fuera del juicio valórico sobre su hedonismo, que muchos podrían considerar excesivo, “Celebration rock” consigue poner la música donde se merece: de vuelta a su sitial como el mejor método para evadir la rutina. Canciones como “The house that heaven built” o “Evil’s sway” no están hechas para acompañar aburridas tardes en Facebook o Twitter, sino para ser vividas tocando guitarra y batería imaginarias, coreando y moviendo el cuello donde sea. Pobre del resto de la gente si te mira como si estuvieras loco. No saben lo que se pierden.
Al evidente fanatismo por The Sonics, Hum y The Gun Club (hay un cover de "For the love of Ivy"), Prowse y King sumaron a los indispensables The Replacements como un modelo a seguir. El resultado es magnífico. Si Paul Westerberg hubiese crecido escuchando el catálogo de Dischord Records, de seguro sonaría así. Contemporáneos del dúo, como The Gaslight Anthem o PS I Love You, caminan una senda similar; la diferencia es que Japandroids corren desaforados, zigzaguean y les importa un carajo si se rasmillan tropezando. Ellos siguen y siguen y siguen.
26.4.12
Norah Jones - Little Broken Hearts
El lado oscuro de la fuerza
Sentada al piano, sonriente y muy compuesta, Norah Jones se ganó el corazón del público adulto joven hace una década, gracias al multiplatino “Come away with me”. Millones de viajes a la playa, romances de oficina y cafés dominicales serían musicalizados con las inofensivas canciones de la solista, que apenas tenía 23 años y era demasiado joven para esos ritos. Vino entonces la crisis existencial que produce el éxito desmedido. Por un lado, sobrevivir a las expectativas del resto; por el otro, sobrevivir a las propias. Comenzó así una saga de discos de estudio apaciguados y cada vez más predecibles, paralela a una serie de colaboraciones muy distintas entre sí (desde Foo Fighters hasta Tony Bennett, pasando por los Beastie Boys) y proyectos paralelos de alta alcurnia como The Little Willies, o tan insólitos como la banda rockera El Madmo, en que Jones era guitarrista, lucía peluca rubia, usaba minifalda y se pintaba de negro la mitad de la cara como Michael Stipe.
Pese a que los réditos de su debut le aseguraron carta blanca vitalicia, tuvieron que pasar 10 años para que la cantante ejerciera el derecho a hacer y deshacer en un álbum firmado con su nombre y apellido. “Little broken hearts”, la quinta entrega de la neoyorquina, por fin oficializa todos sus coqueteos previos con la impronta indie de Feist, Sharon Van Etten o Cat Power (su co-protagonista en la película “My blueberry nights” de Wong Kar Wai). Se acabó la inocencia de “Sunrise” y la candidez de “Chasing pirates”; la nueva Norah Jones puede llegar al extremo de escribir líneas tan despiadadas como las de “Miriam”, donde le dice “sabes que me has hecho mal/sonreiré cuando te quite la vida” a la mujer culpable de sus penas de amor. Claro, el punto de inflexión en esta metamorfosis, además de la inquietud artística, es la soltería forzada por un engaño. Las secuelas de ese trauma alimentan el fuego de este disco.
El otro responsable de “Little broken hearts” es el productor Danger Mouse (Gorillaz, Beck, Gnarls Barkley), un diablillo inquieto que comprende a la perfección los usos y costumbres de la era iPod. Cada álbum que asesora está ideado para esa experiencia auditiva: las guitarras brumosas, las cuerdas y los sintetizadores son norma, lo que sirva para construir atmósferas envolventes es bienvenido. Como las letras del disco dejan poco a la imaginación (especialmente “She’s 22” y “Say goodbye”, dos diálogos directos con el ex), ambientarlas correctamente era un asunto sensible, que fue resuelto con soltura bajo la premisa de que menos es más, acorde también a la personalidad de su autora. Norah Jones podrá estar despechada, pero se mantiene siempre digna y jamás tiene arrebatos ni pataletas demasiado evidentes. Su furia está contenida. “Little broken hearts” homenajea en su portada a la película “Mudhoney”, cuyo póster estaba colgado en el estudio de Danger Mouse y se convirtió en una inspiración para la cantante, que confiesa haber pasado horas mirándolo. Una frase acompaña al logo de la cinta en el afiche: “la pasión envilecida con lujuria deja gusto a maldad”. Lo mismo pasó con Norah Jones. Conocer el lado oscuro de la fuerza es lo mejor que pudo haberle pasado.
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23.4.12
Jack White - Blunderbuss
Después de la tormenta
No suele ser fácil enfrentar una ruptura. Y para qué decir dos. El año pasado, Jack White se quedó sin banda madre, los White Stripes, y a los pocos meses terminó su matrimonio con la modelo británica Karen Elson. Presa de la turbulencia, el guitarrista más célebre de su generación tuvo el terreno despejado para lanzar este disco solista, que se veía venir tarde o temprano. Las expectativas eran enormes. Antes de aparecer, "Blunderbuss" ya ganaba comparaciones con "Blood on the tracks", el álbum de 1975 que Bob Dylan compuso tras divorciarse.
Canciones en mano, el paralelo se diluye minuto a minuto. No sólo se ha desmarcado White de su principal mentor, siempre un acto de valentía para cualquier músico joven, sino que también escapa del patrón de tristeza que han seguido trabajos de similar historia. Sería poco sensato agregar esta placa a la trilogía que forman "Sea change" de Beck, "Friendly fire" de Sean Lennon y "For Emma, forever ago" de Bon Iver, los discos sobre ruptura más hermosos y desolados de la última década. Jack White, la gran estrella del rock reciente, vive sus duelos de otra manera. Con un sonido que podría musicalizar una vieja cantina, o una aventura rutera. Hay nostalgia por las viejas opera houses, e infaltables reminiscencias blues y garage rock. Nashville por doquier.
Aparte de influencias gospel y R&B, "Blunderbuss" exhibe la templanza y el exquisito sentido del humor del hombre que también toca en The Raconteurs y The Dead Weather. En vez de caer en el discurso confesional, White opta por hablar sobre sus quiebres mediante una metáfora en que cuenta haber despertado un día sin pies ni manos ("Missing pieces"). Cuando todo el mundo esperaba que se luciera con las seis cuerdas, para hacerle honor a su reputación, elige darle prioridad al piano eléctrico. Aun así, temas como "Sixteen saltines" o "I'm shakin'" poco y nada tienen que envidiarle al repertorio de The White Stripes. A todas luces, acá hay genialidad suficiente para calificar, por derecho propio, entre lo mejor del año.
The Dodos - No Color
Para su cuarto disco de estudio, los estadounidenses volvieron a ser un dúo y dejaron atrás las aspiraciones indie pop de "Time to die", que significaron un retroceso en su carrera. Domesticar a estos animales no fue posible. "No Color" es la redención de The Dodos: baterías gigantescas, canciones memorables como "Don't stop" y "Good?", y la hermosa voz de Neko Case (la pelirroja de The New Pornographers que también colabora con Nick Cave) como invitada femenina a este auténtico desfile de sudor y ternura.
19.4.12
Alfredo Rodríguez: El nuevo protegido de Quincy Jones
Hijo del músico y animador cubano del mismo nombre, Alfredo Rodríguez creció rodeado de instrumentos, y desde la pubertad formó parte de la banda de su padre, tocando diariamente en su programa televisivo. Nacido y criado en La Habana, fue ahí donde cursó estudios formales de conservatorio, pero a la vez comprendió que la genialidad de Thelonious Monk era equiparable a la de Mozart. No hubo vuelta atrás en esa infinita exploración, que lo llevó como invitado a la edición 2006 del Montreux Jazz Festival, en Suiza, donde conoció a Quincy Jones.
El productor de “Off the wall”, “Thriller” y “Bad” de Michael Jackson quedó fascinado por la exquisita técnica de Rodríguez. Experimentado y paciente como un veterano, el joven compositor esperó hasta sentirse listo para salir de Cuba e instalarse en Estados Unidos. Lo hizo recién en 2009, a los 23 años, y esperó hasta ahora para lanzar su primer disco, luego de pulirse en decenas de encuentros internacionales de jazz. “Sounds of Space” se llama el aplaudido debut de este incipiente pianista, co-producido obviamente por Jones, su manager y mentor. Ideal para los amantes de Bud Powell y Chucho Valdés en busca de nuevas experiencias.
Pop de ultratumba
La recreación digital del fallecido rapero Tupac Shakur, el domingo pasado en el festival Coachella, marca un antes y un después en la historia del pop. De ahora en adelante, que un músico muerto salga de gira ya no será una idea descabellada.
Lo decía el periodista inglés Simon Reynolds en su interesante libro “Retromanía”: la cultura popular es adicta a su propio pasado. Decenas de revivals han dominado las tendencias musicales de los últimos 20 años, mientras hemos visto cómo prolifera el uso de samples, y los covers están a la orden del día. Similar es el caso de los discos póstumos de todo tipo y calidad. En los últimos seis meses han aparecido álbumes post-mortem de Michael Jackson (con los remixes que usa como banda sonora el Cirque Du Soleil en “Michael Jackson: The Immortal World Tour”), Amy Winehouse (la colección de inéditos y demos “Lioness: Hidden Treasures”) y Janis Joplin (el muy recomendable “Live at the Carousel Ballroom 1968”).
Hasta los más desinformados son atraídos por el magnetismo de las celebridades muertas o delebs, como las llama la prensa anglosajona. El pasado 10 de abril, la organización de los venideros Juegos Olímpicos se convirtió en el hazmerreír de las redes sociales luego de pedirle a Keith Moon, el baterista de The Who, que participara en la ceremonia de cierre. Los promotores de Londres 2012 querían que el músico fuera parte de “Symphony of Rock”, una sección del evento en que –desde la omnipresente nostalgia- se rendirá tributo al rock británico. Sólo un detalle olvidaba la producción: Moon falleció en 1978 a causa de una sobredosis. Por supuesto, las bromas en Twitter no se hicieron esperar, la mayoría de ellas enfocadas en lo absurdo de pretender que un artista muerto se presentara en vivo.
No contaban con la astucia de Dr. Dre y Snoop Dogg, y lo que harían pocos días después, el domingo 15 durante su presentación como cabezas de cartel del festival Coachella. Las dos figuras emblemáticas del hip hop, sobrevivientes de esos agitados 90 en que predominaba la agresividad del gangsta rap, cautivaron a miles de personas en el certamen californiano e invitaron a los consagrados 50 Cent y Eminem, además de los ascendientes Kendrick Lamar y Wiz Khalifa. Un auténtico desfile de luminarias que, sin embargo, tuvo su clímax en la insólita presencia sobre el escenario del difunto Tupac Shakur, acribillado a balazos en 1996.
“Hail Mary” y “2 of Amerikaz most wanted” fueron las canciones que el fallecido rapero hizo a dúo con Snoop Dogg, impactando a los presentes y también a quienes seguían la transmisión gratuita del festival vía YouTube. Ahí estaba Tupac, joven y lozano como se le recuerda (ahora sería un cuarentón), saludando con un “¿Qué diablos pasa, Coachella?”, pese a que su asesinato ocurrió tres años antes de que el festival fuera creado, rimando con la misma vehemencia de siempre y desvaneciéndose entre luces al término. Aplauso cerrado. De inmediato comenzaron los comentarios, críticas, análisis y especulaciones sobre el histórico momento.
UN VIEJO TRUCO NUEVO
La existencia del truco que revivió digitalmente a Tupac Shakur se remonta al teatro de la época victoriana. No es un holograma, como muchos creyeron dado su extremo realismo, sino una proyección en dos dimensiones. El nombre de la técnica es “Pepper’s ghost”, en honor a John Henry Pepper, el químico británico que, a mediados del siglo 19, la estrenó en una dramatización de la novela "The Haunted Man and the Ghost's Bargain” de Charles Dickens. En ese entonces, la idea era simular fantasmas y seres espectrales. La versión actualizada del procedimiento consta de un proyector situado en lo alto del escenario y dirigido hacia una superficie reflectante puesta en el piso, que a su vez rebota contra un panel de fondo hecho de mylar, material que de frente refleja y por detrás es transparente.
Dr. Dre fue el primero en visionar la espectacular maniobra, hace aproximadamente un año, a raíz de las mejoras tecnológicas que permitían montajes similares. Antecedentes sobraban. El ex vicepresidente estadounidense Al Gore y el magnate Richard Branson ya habían dado charlas virtuales utilizando efectos de la misma rama, contratados también por diversas empresas en eventos privados. Para la música tampoco era una novedad absoluta. Madonna cantó en vivo junto al grupo animado Gorillaz en los Grammy de 2006, los Black Eyed Peas actuaron a distancia en los premios franceses NRJ de 2011 y ese mismo año Mariah Carey dio un show simultáneo en cinco ciudades europeas.
Otro caso célebre de este avance viene desde Japón en la forma de Hatsune Miku, personaje animado que actúa como la interfaz de un software que permite sintetizar la voz. Su popularidad es tan grande que da conciertos a tablero vuelto. Algo similar es lo que se pretende hacer con Tupac Shakur, según trascendidos que señalan que el único problema es el precio: su breve aparición costó cerca de medio millón de dólares. La única opción sería apostar por una gira en estadios, siempre de noche (de día es imposible que el truco resulte) e idealmente bajo techo (la lluvia y cualquier tipo de nubosidad son fatales para su funcionamiento). No es barato ser pioneros.
Si bien hay datos de resurrecciones digitales previas, como Elvis Presley junto a Celine Dion en “American Idol”, y la “presencia” de Frank Sinatra en el cumpleaños 50 de Simon Cowell, todas usaban imágenes de archivo sacadas de su contexto original. Para hacer que Shakur volviera a la vida se aplicaron métodos mucho más complejos y aparatosos. Las imágenes del rapero vistas el domingo, en un show que mañana se repetirá en el segundo fin de semana de Coachella, no pertenecen a ningún registro anterior. Son nuevas y constituyen una recreación del rapero, basada en el minucioso estudio de sus características físicas, construida durante cuatro meses por Digital Domain. Fundada por el director James Cameron, la compañía ha sido responsable de los efectos visuales de películas como “Titanic”, “El curioso caso de Benjamin Button” y “Tron: Legacy”.
La calidad holográfica -es decir, que aparenta tener tres dimensiones- de la puesta en escena corrió por parte de las compañías AV Concepts, una prestadora de soluciones técnicas, y Musion, que patentó bajo el nombre Musion Eyeliner la tecnología que lleva el “Pepper’s ghost” a su máxima expresión. Desde el aspecto visual, casi no hubo nada que reprocharle a la asombrosa ilusión que lograron. Sólo una pequeña falla en el movimiento de los pies, levemente parecida al moonwalking de Michael Jackson o al video de “Virtual insanity” de Jamiroquai, empañó la proyección.
Ahora bien, las implicancias morales y artísticas de este acontecimiento son asunto aparte. Aunque Afeni Shakur, la madre de Tupac, aprobó personalmente el proyecto, los más perspicaces se preguntan qué validez tiene revivir a un músico que, en su canción “Only fear of death”, aseguraba que “el único miedo que le tengo a la muerte es volver reencarnado”. Peores aun son los dardos apuntados hacia Dr. Dre, que viene anunciando hace 11 años la salida de su próximo álbum -titulado “Detox”-, por estar enfocado en labores ajenas a su carrera solista. Mientras el fascinante debate moral y artístico se desarrolla, la industria musical celebra la llegada de nuevos trabajos póstumos de Selena (el disco de duetos “Enamorada de ti”), George Harrison (los demos “Early Takes: Volume 1”) y Joey Ramone (su segundo lanzamiento post-mortem, “Ya know?”). Ante los ojos del mundo, el pop se está comiendo a sí mismo en carne viva.
Ricardo Arjona: Buenas intenciones
Subestimar a Ricardo Arjona y su público, una masa devota que le rinde pleitesía, es tan snob como holgazán. Sólo Luis Miguel ha vendido más discos en Chile que el guatemalteco, amo y señor del Movistar Arena desde anoche y por los próximos tres días. Acá no le tienen cariño, lo aman. Ya lleva cerca de 20 canciones, básicamente una recapitulación de éxitos matizada con temas de “Independiente”, su nuevo disco, y nadie parece cansado de vitorear. Se las saben todas; “Historia de taxi”, “Desnuda”, “Señora de las cuatro décadas” y la que venga. Salvo por un atraso de media hora, ha sido un concierto grandioso para los fans y también para el solista, que cantó correctamente, acompañado de una banda que nunca destiñó, y ahora se pavonea muy canchero. Cualquiera en sus zapatos haría lo mismo.
El encantó de Arjona radica en lo que dice, no en cómo lo dice. Cierto es que sus letras carecen de riqueza literaria, que a ratos olvida la rima (“Fuiste tú) y a veces pierde el sentido (“Hay amores”), pero su único pecado capital es la pereza, rozar el auto plagio. Cuando en la reciente “El amor” asegura que “el amor es dos en uno, que al final no son ninguno”, suena sospechosamente similar a la vieja “Me enseñaste”y la línea “me enseñaste a dividir que la suma de uno y uno siempre es uno”. Su valor como pluma, y lo que sus seguidores aprecian tanto, es la buena intención de un cantautor pedestre que quiere ser poeta de la rutina. Si le resulta excelente o pésimo -parece no haber punto medio respecto a él-, es harina de otro saco. Para gustos están los colores.
Ricardo Arjona habla de cosas que a cualquiera le pueden pasar, y lo hace despojado de recursos complejos, con pujanza motivada más en el estilo que en la técnica. Nadie podría acusarlo de parecer falso. Da la impresión de que a un tipo así le han ocurrido la mayor parte de las historias que cuenta, y la veracidad es bien escaso por estos días. El exitoso concierto de anoche fue el comienzo de cuatro jornadas que probablemente resulten idénticas. No sólo por el inmenso cariño de Chile hacia el solista, sino porque la virtud de Arjona es también su cruz. Esa simpleza que atrae multitudes encubre una sequía de ideas que se puede superar trabajando, o quedará al descubierto hasta del observador menos exigente. Acusan el descuido los temas de “Independiente” (disco llamado así porque ninguna gran discográfica intervino en su edición), demasiado parecidos a lo de siempre cuando justo era el momento de ampliar el espectro, aunque fuera un ápice. Lo
cotidiano puede ser inagotable si es descrito con esmero. Acá faltó dedicación. Es lo mínimo que merecen tantos fanáticos.
17.4.12
Daniel Puente Encina: El retorno del cowboy espacial
La ex voz de Pinochet Boys debuta como solista con “Disparo” y se niega a ser considerada sólo una figura de la retrofarándula rockera nacional.
A simple vista, los nuevos colores de Daniel Puente Encina poco tienen que ver con su pasado en Pinochet Boys y su posterior paso por Parkinson, los dos proyectos con los que suele asociarse el nombre de este cantante y guitarrista afincado actualmente en España. Pero, aunque la cobertura cambie, el relleno continúa siendo sustancioso.
“Disparo”, el primer disco en solitario de este sobreviviente de los 80, se viste de soul para seguir la línea discursiva que antes se dibujó con bronca punk rock. Aprovechamos su visita por Chile para hablar sobre las nuevas y viejas canciones y proyectos (entre los que se cuentan las bandas Niños con Bombas y Polvorosa) que lo mantuvieron en Santiago durante las últimas semanas.
Volvamos a los 90. ¿Por qué se disolvió Niños con Bombas justo en su mejor momento?
Nos encontrábamos en la situación de dar un salto de gigante, de convertirnos en un major act, por lo que la única alternativa era crecer o morir. Estábamos en Los Angeles discutiendo con las grandes discográficas tratando de salir de nuestra discográfica independiente (Grita! Records)que obviamente quería sacar la mejor tajada posible y nosotros sin abogado ni manager. Las negociaciones se hicieron eternas y yo me sentía sencillamente puesto en la nevera. Norman (Jancowski) se fue a Brasil a casa de su actual mujer, Alex (Menck) se inscribió en la UCLA para estudiar cine y yo volví a Europa, cansado de haberme convertido en un juguete al que se le puede aparcar.
Luego formaste Polvorosa y con ese grupo hiciste “Radical Car Dance” (2004), pero el año pasado dejaron listo un disco (“Tres Cruces”) que permanece inédito. ¿Qué pasó?
Polvorosa es un proyecto que incluye a otro músicos profesionales de acuerdo a los requerimientos del concepto que yo quiera desarrollar. Los músicos son elegidos de acuerdo al sonido que producen y normalmente son de una calidad técnica tremenda. Lamentablemente estos músicos tienen sus propios proyectos y es difícil de coordinar, especialmente con las giras.
Has pasado por cuatro bandas. ¿Te costó mucho decidirte a ser solista?
Yo vengo de la música alternativa e independiente y aunque he sido siempre el líder de mis proyectos, porque compongo y canto, me gusta la idea de ser parte de un grupo, de un proyecto o de un colectivo de arte. Hace tiempo que ya me preguntaba si no era tiempo de firmar con mi nombre sobre todo porque mi música se estaba volviendo cada vez más personal, más íntima, centrándose más y más en las canciones, en la forma que tengo de tocar la guitarra y en mi voz. Evidentemente resulta mucho más fácil producir y moverse cuando eres solista que si eres un grupo de rock progresivo.
¿Sucedió algo en especial antes de lanzarte solo?
Me he dedicado los últimos 2 años a tocar el dobro con una afinación abierta. Ha sido terrible tener que olvidar todos los acordes para incorporar nuevos. Ha sido humillante y casi insoportable, especialmente para mi ego. Ha sido todo un ejercicio zen.
Hablando de reflexión, sueles poner mucho énfasis en reivindicar el nomadismo y ser vegetariano, entre varias otras ideas antisistémicas…
Aspiro a una civilización respetuosa y justa con todas las especies, pero evidentemente pasa primero por ser respetuosos y justos entre los de la nuestra. En Europa, el capitalismo colapsa por injusto, inmoral y por demostrarse sobre todo no funcional con las necesidades y problemas de nuestro tiempo. Aquí (atrasados en el espacio-tiempo aunque se nos quiera hacer creer que estamos en el futuro) todavía se celebra. He pasado de ser un ciudadano del mundo a uno fuera del mundo. No me gusta lo que veo y me invento una nueva realidad, otro paradigma.
UN DISPARO AL CENTRO
Consultado sobre la poco honrosa reunión de Parkinson en 2005, o por las novedades de Jorge González (su ex compañero en la Universidad de Chile), Puente Encina se reconoce desinformado. Lo mismo pasa cuando le preguntan acerca de grupos chilenos actuales. “El artista más joven que escucho es Tom Waits que tiene 62 años. Los demás ya están todos muertos”, afirma. Se hace más interesante, entonces, averiguar qué elementos se conjugaron en la factura de su debut solista.
Aunque suenas más reposado en “Disparo”, en las letras sigues con un discurso potente. Háblame sobre eso.
Lo más importante para mí en el arte es conseguir tener una voz propia. Creo que yo la he tenido desde que comencé a escribir. Y es por eso que me sigo esforzando en hacer lo que hago y publicarlo. Si dudara de esto ya me habría dedicado a otra cosa. Mis letras son el motor para mi música y trato de ser original y verdadero. El arte es el grito ulterior del hombre común y no se subordina a la ideología o a la cultura dominante. Rompe fronteras, las más importantes las de la mente, los usos y las costumbres. Viene del inconsciente así que no se puede racionalizar, por lo tanto es verdadero y lo más importante, libre. Es el único espacio de libertad que yo veo en este sistema corporativo dictatorial capitalista y maligno.
Claro, y además de ser fuertes, tus letras están llenas de referencias cinematográficas y literarias…
Todos mis discos son para mí conceptuales como películas. “Disparo” en particular es la idea de un bluesman de los años 20 que se pierde de su ruta habitual por honki-tonks y aparece por razones inexplicables, como la vida misma, en Cuba. Soy un lector compulsivo y amo el cine. Todo lo que hago tiene referencias, pero son tantas que no cabrían en toda la revista. En el último tiempo (más de un par de años ya) he descubierto a Jim Dodge, la salsa hecha en África en los años 70, el canto de armónicos de Mongolia y la teoría conspirativa que responsabiliza de nuestro precario desarrollo y desarrollo negativo a los extraterrestres.
Viviendo en Europa, ¿cómo se ha dado tu acercamiento a los ritmos latinos? Cada proyecto tuyo los aborda de alguna u otra forma.
Siempre pensé que lo trascendente de mi aporte al tocar en Europa con músicos europeos y africanos eran mis raíces latinas. Lo que pasa es que siempre me he esforzado para que no se volviera un cliché manierista. Mi camino sigue una evolución natural y coherente. Las únicas diferencias son los materiales, en este caso porque es música, las texturas. En “Disparo” quise combinar mi pasión por el blues con la esencia y señal de identidad de la música latina, las congas.
¿Y qué hay con tu nueva imagen? Tu comunicado de prensa dice que eres “un cowboy del espacio”.
He girado por todo Estados Unidos y la verdad es que se parece mucho a Chile. No hablo de Sanhattan que en realidad no se parece nada a Manhattan, que tiene otra arquitectura y otro ritmo, mucho más pausado que todo esto y definitivamente mucho más cultivado en cultura y en humanidad. Me refiero especialmente a California, con su arquitectura victoriana (San Francisco y toda la costa oeste) sus eucaliptos, el Océano Pacífico salvaje y las montañas y que me recuerda a Valparaíso e Iquique. También el desierto en Texas o Baja California que, a la vez, se parece a Andalucía o Extremadura, o nuestra Atacama. Amo el desierto y cuando estoy en el desierto llevo sombrero, tengo una colección apreciable de ellos y la carátula es también un guiño a los spaghetti western de los 70, que fueron producidos y filmados en Almería.
Toda América son caballos y playas, sombreros y mantas. Injusticia y música.
¿Por qué en “Disparo” reversionaste ‘Botellas contra el pavimento’ de los Pinochet Boys?
Porque quise hacer hincapié en que los Pinochet Boys fue un grupo de rock. Se ha escrito mucho sobre ellos, también se han hecho documentales y hasta series de televisión, pero a mi parecer, evidentemente por falta de registros fonográficos, la música se ha quedado escondida, cubierta y era luminosa, explosiva y poética. De ahí este humilde homenaje a un grupo de música rebelde (porque era libre en una sociedad reprimida y maniatada), que existió pese a tener todo en contra, y también a los que participaron, nuestros amigos que conformaban nuestra tribu, que nos inspiraban y nos alimentaban de sueños de que otra realidad era posible en medio de esa oscuridad.
Fuera de esa observación, ¿qué te parecen todos los homenajes que ha recibido el grupo?
Me confirman el carisma y energía de la banda y la tribu de la que formamos parte. Es evidente que éramos más que un grupo de música, éramos toda esa generación de artistas y culos inquietos que la conformaron. Como dice el Karto (Claudio Romero, dibujante de cómics), no nos gustaba lo que veíamos y nos inventamos un país. Todos éramos los Pinochet Boys.
¿Causa algún efecto en tu carrera ser considerado una figura de culto en Chile o es algo que sólo sube la moral?
No puedo negar que se siente bien. Lamentablemente lleva asociado lo de ser un veterano del rock o, peor, un dinosaurio, y ya no me gusta tanto porque me considero todavía un niño que quiere seguir experimentando. Me quedan muchas cosas que probar y hacer.
14.4.12
Sensation celebró sus cinco años en Chile con lleno total
La fiesta pasó la prueba de la blancura: repletó la Estación Mapocho y se perfila como un panorama tradicional del incipiente otoño santiaguino.
De punta en blanco, un tumulto espera en la entrada de la Estación Mapocho. Todos vienen a Sensation, la importada franquicia holandesa que, desde 2008, es sinónimo de entretenimiento y producción de alto calibre. La buena fama se debe a su posicionamiento como evento social, más que netamente musical, aunque el despliegue escénico de la fiesta se iguala al de cualquier concierto masivo. El envolvente sonido del pulso house abrió los fuegos a las nueve de la noche, cuando Mr. White -el DJ residente que no sólo está vestido de blanco, sino que también tiene la piel cubierta de pintura alba- se apoderó de las perillas y los monitores.
De ahí en más, no hubo tregua para la gran mayoría, los que vinieron a bailar y transformarse en una masa del mismo color. Muchos intentaron distinguirse entre la multitud mediante el uso de accesorios, lo que resultó en un desfile de pelucas afro, gigantescos lentes de tonos chillones y pulseras fluorescentes que resaltaban el ambiente festivo de la velada. Un desborde de alegría y celebración que siguió a cargo del británico Funkagenda, cuyo pirotécnico inicio de show (un set que incluyó retazos de "Levels" de Avicci y "Kick out the epic motherfucker" de Dada Life) despertó los primeros gritos de algarabía entre la gente.
Con el DJ holandés Chuckie, humo y mucho groove prosiguió Sensation, que fue tomando vuelo con el paso de las horas hasta la llegada de su tradicional "Megamix", una sección de 20 minutos que exalta el íntimo nexo entre tecnología y fiestas house. Mientras, la anunciada presencia de rostros de TV como Andrea Dellacasa, Vivi Rodrigues y Janis Pope se convertía en otro de los atractivos del evento. En plena madrugada, llegaría el turno de los platos fuertes: 2000 and One y Luciano. Uno, londinense y versátil; el otro, chileno radicado en el extranjero e influyente cultor del microhouse (una rama del género electrónico que rescata las texturas orgánicas). Con tales créditos a cargo del baile y la excelente disposición de los santiaguinos, la suerte de Sensation está echada: seguir creciendo es su inevitable destino.
13.4.12
Julio Iglesias: Soy un truhán, soy un señor
Piel rostizada, atuendo negro a la medida, semblante afectado y tics archiconocidos. Julio Iglesias dice tenerle miedo a convertirse en una caricatura de sí mismo, pero ese barco zarpó hace bastantes años. Causa perdida. Ahí parado, estático en su pose y refugiado en la premeditada oscuridad del escenario (famosas son sus manías con los retratos y las arrugas), el astro español hace de tripas corazón y con un hilo de voz comienza a recrear sus éxitos del pasado. Astuto como un zorro viejo, en el Movistar Arena el cantante cerró una semana en nuestro país presentando “1”, un compendio retrospectivo dividido en dos tomos.
En ambos discos, Iglesias entona nuevamente los temas que cimentaron su enorme fortuna, bajo la excusa de que antes no los grabó bien y ahora sí está preparado para hacerles justicia. Como si le faltara un pretexto para llamar la atención. Cerca de ocho mil personas llegaron anoche a
verlo, una cifra que parece mezquina ante sus convocatorias
anteriores, sin embargo, no está mal para un artista que
desatendió la renovación generacional de su público.
Aunque pasa la mitad del concierto sentado y habla mucho entre canciones, divagando sobre mujeres y familia -cual abuelo vividor en sobremesa-, Julio Iglesias se mantiene vocalmente intacto. Lo favorece mucho competir consigo mismo: la vara siempre ha estado baja. Sin abandonar su personaje de playboy, pese a que es un tanto penoso verlo forzar besos en la boca con una corista y una bailarina que podrían ser sus nietas, el ibérico avanza en terreno seguro con una batería de temas probados ("Quijote", "Me olvidé de vivir", "Nathalie", "Un canto a Galicia", "La carretera" y un generoso etcétera). La mala yerba nunca muere.
1.4.12
Foo Fighters: Falta de agallas
Hay lleno total para ver al grupo más esperado de Lollapalooza. Los Foo Fighters ya están tocando, los de adelante gritan y siguen la música, pero de la mitad para atrás el cuento es otro. Si el sábado en la noche el piso vibraba con Björk, hoy el exitoso spin off de Nirvana no alcanza el mismo efecto. Las personas que están en el pasto comentan que se escucha demasiado bajo. "¡Volumen, volumen!", reclaman. ¿Qué diría al respecto Dave Grohl, un tipo obsesionado con caerle bien a todo el mundo?
Justamente por eso, Foo Fighters no dan la talla para el podio al que la prensa insiste en subirlos: el de la mejor banda de rock del mundo. Imposible ser un grande sin pasar a llevar a nadie, una materia en la que genios de verdad como Bob Dylan y Lou Reed tienen un doctorado. Suenan "Let it die", "All my life", "The pretender", "Monkey wrench", "Breakout"; hits tan complacientes y conformistas que sólo consiguen deslumbrar cuando se les compara con el cancionero desabrido de Nickelback, uno de los competidores cercanos de Foo Fighters en las listas de popularidad norteamericanas.
Es preocupante. Cerca del escenario, los que escuchan bien disfrutan el éxtasis de tener a sus ídolos a pocos metros. Dicen que Dave Grohl y los suyos, entre los que se cuenta Pat Smear (de pasado genuinamente furioso en los míticos The Germs), son "una aplanadora". Cierto, pero lo que aplastan es la esencia peligrosa del rock, esas ganas de incomodar si es necesario con tal de revolucionar. Foo Fighters sólo plantea un escuálido reformismo. Emocionan, claro, aunque más por lo que consiguen entre sus acólitos (una masa reaccionando con ese amor por un grupo siempre será una gran postal) que por sus canciones. Y obvio que tocan increíble, especialmente el batero Taylor Hawkins, ese clon rubio de Dave Grohl. El problema es que los riffs no encubren lo que a Foo Fighters le falta: agallas para romper con lo establecido.
El escenario alternativo le quedó chico a Illya Kuryaki and the Valderramas
No fue como en 2011, cuando el Teatro La Cupula simplemente colapsó, pero este año el escenario alternativo quedó corto para albergar el regreso a Chile de Illya Kuryaki & The Valderramas. Un mar de gente llegó a escuchar al dúo argentino, que viene de acabar con una década completa de separación y mediocres discos solistas, y recibió a cambio un grandes éxitos en vivo que fue dedicado por el grupo a la memoria de Daniel Zamudio.
"Jaguar house", "Jugo", "Latin geisha" y "Coolo" fueron parte del set montado por Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, ante un público rendido a sus pies. El día anterior ocurrió algo similar con Los Tetas, en un indicio que la organización debería tomar en cuenta para el próximo Lollapalooza: las reuniones de bandas noventeras son negocio redondo. Después de tocar "Abarajame" con Eric Bobo (Cypress Hill, Ritmo Machine), los IKV invitaron al propio C-Funk para cerrar con "Cha cha cha". La nueva nostalgia está lista para subirse a los escenarios principales.
"Jaguar house", "Jugo", "Latin geisha" y "Coolo" fueron parte del set montado por Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, ante un público rendido a sus pies. El día anterior ocurrió algo similar con Los Tetas, en un indicio que la organización debería tomar en cuenta para el próximo Lollapalooza: las reuniones de bandas noventeras son negocio redondo. Después de tocar "Abarajame" con Eric Bobo (Cypress Hill, Ritmo Machine), los IKV invitaron al propio C-Funk para cerrar con "Cha cha cha". La nueva nostalgia está lista para subirse a los escenarios principales.
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