Con una sonrisa que destila autocomplacencia, Bruno Mars se da cuenta de que en Chile, como en el resto del mundo, su nombre es grito y plata. El veinteañero estadounidense tiene prácticamente lleno el Movistar Arena. Hay varios en el público que se mueren de ganas de ser como él y lo imitan, desde el peinado hasta la forma de vestir, caracterizada por su distintivo sombrero. Esta noche, el estilo es tan importante como el sonido.
Que el solista sea asociado con las viejas glorias del rocanrol y el soul sólo tiene que ver con un excelente trabajo estético y de márketing. En su música, poco hay de ese atrevimiento desfachatado de antaño; más bien se trata de un pop suave, urbano y con toques de reggae.Los guiños al pasado están en los detalles: tomar la guitarra como Chuck Berry en "The other side", los movimientos pélvicos a lo Elvis en "Top of the world" y el pequeño trozo de "Money" de Barrett Strong antes de "Billionaire". Recién en "Runaway baby" se siente el aire retro en la música de Mars, quien está en su elemento mientras los chillidos celebran sus pasos de baile y la energía desbordante que irradia junto a su banda de ocho miembros.
De intachable cometido, la gran virtud del cantante es hacer que su concierto parezca un grandes éxitos en vivo, pese a tener apenas un disco bajo el brazo ("Doo-woops & hooligans"). El coreo, generalizado y constante, refuerza la sensación de estar frente a un artista más experimentado de lo que efectivamente es este descendiente de filipinos y puertorriqueños. Nadie podría culpar a un adolescente de querer ser como Bruno Mars, un tipo ganador y relajado que se encaramó entre lo más vendido de 2011, que llegó a Chile en plena forma y se retira con más motivos para seguir sonriendo.
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