13.4.12
Julio Iglesias: Soy un truhán, soy un señor
Piel rostizada, atuendo negro a la medida, semblante afectado y tics archiconocidos. Julio Iglesias dice tenerle miedo a convertirse en una caricatura de sí mismo, pero ese barco zarpó hace bastantes años. Causa perdida. Ahí parado, estático en su pose y refugiado en la premeditada oscuridad del escenario (famosas son sus manías con los retratos y las arrugas), el astro español hace de tripas corazón y con un hilo de voz comienza a recrear sus éxitos del pasado. Astuto como un zorro viejo, en el Movistar Arena el cantante cerró una semana en nuestro país presentando “1”, un compendio retrospectivo dividido en dos tomos.
En ambos discos, Iglesias entona nuevamente los temas que cimentaron su enorme fortuna, bajo la excusa de que antes no los grabó bien y ahora sí está preparado para hacerles justicia. Como si le faltara un pretexto para llamar la atención. Cerca de ocho mil personas llegaron anoche a
verlo, una cifra que parece mezquina ante sus convocatorias
anteriores, sin embargo, no está mal para un artista que
desatendió la renovación generacional de su público.
Aunque pasa la mitad del concierto sentado y habla mucho entre canciones, divagando sobre mujeres y familia -cual abuelo vividor en sobremesa-, Julio Iglesias se mantiene vocalmente intacto. Lo favorece mucho competir consigo mismo: la vara siempre ha estado baja. Sin abandonar su personaje de playboy, pese a que es un tanto penoso verlo forzar besos en la boca con una corista y una bailarina que podrían ser sus nietas, el ibérico avanza en terreno seguro con una batería de temas probados ("Quijote", "Me olvidé de vivir", "Nathalie", "Un canto a Galicia", "La carretera" y un generoso etcétera). La mala yerba nunca muere.
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