1.4.12
Foo Fighters: Falta de agallas
Hay lleno total para ver al grupo más esperado de Lollapalooza. Los Foo Fighters ya están tocando, los de adelante gritan y siguen la música, pero de la mitad para atrás el cuento es otro. Si el sábado en la noche el piso vibraba con Björk, hoy el exitoso spin off de Nirvana no alcanza el mismo efecto. Las personas que están en el pasto comentan que se escucha demasiado bajo. "¡Volumen, volumen!", reclaman. ¿Qué diría al respecto Dave Grohl, un tipo obsesionado con caerle bien a todo el mundo?
Justamente por eso, Foo Fighters no dan la talla para el podio al que la prensa insiste en subirlos: el de la mejor banda de rock del mundo. Imposible ser un grande sin pasar a llevar a nadie, una materia en la que genios de verdad como Bob Dylan y Lou Reed tienen un doctorado. Suenan "Let it die", "All my life", "The pretender", "Monkey wrench", "Breakout"; hits tan complacientes y conformistas que sólo consiguen deslumbrar cuando se les compara con el cancionero desabrido de Nickelback, uno de los competidores cercanos de Foo Fighters en las listas de popularidad norteamericanas.
Es preocupante. Cerca del escenario, los que escuchan bien disfrutan el éxtasis de tener a sus ídolos a pocos metros. Dicen que Dave Grohl y los suyos, entre los que se cuenta Pat Smear (de pasado genuinamente furioso en los míticos The Germs), son "una aplanadora". Cierto, pero lo que aplastan es la esencia peligrosa del rock, esas ganas de incomodar si es necesario con tal de revolucionar. Foo Fighters sólo plantea un escuálido reformismo. Emocionan, claro, aunque más por lo que consiguen entre sus acólitos (una masa reaccionando con ese amor por un grupo siempre será una gran postal) que por sus canciones. Y obvio que tocan increíble, especialmente el batero Taylor Hawkins, ese clon rubio de Dave Grohl. El problema es que los riffs no encubren lo que a Foo Fighters le falta: agallas para romper con lo establecido.
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