15.5.12

Cuando el aspecto sí importa


Gráficas en 3-D, autoadhesivos, CDs que cambian de color y hasta vinilos con sangre son parte de los agregados que, cada vez más músicos, añaden a sus discos.

Todavía se comenta, cada vez que alguien recuerda a los raperos Tiro de Gracia, que el CD de su disco “Ser humano” tenía como adorno un clavo en su caja, y que el posterior lanzamiento del grupo, “Decisión”, incluía una moneda de un peso. A veces, basta un poco de ingenio en el diseño del empaque para brindar caché a un álbum y convertirlo en una reliquia, en un objeto que no sólo opere como soporte físico de la música, sino que también pueda ser apreciado desde una dimensión estética que lo haga aún más valioso.

Darle peso artístico y atractivo comercial a los formatos físicos es un ítem de suma urgencia en los tiempos que corren. A mediados de abril, en Inglaterra, se registró la peor semana de ventas de discos en 12 años, una baja sobre el 20 por ciento respecto a igual fecha del año pasado. La tendencia mundial arroja estadísticas similares desde los últimos años, y para nadie es desconocida la irreversible crisis que afecta a la industria, pese al éxito de nombres como Adele, Lady Gaga o Michael Bublé.

Por otro lado, hay toda una generación que está creciendo sin conocer rituales entrañables como pasar la tarde en una disquería, comprarse un CD y revisar su carátula mientras lo escucha. Aunque no se trata precisamente de romanticismo: la inmediatez de las descargas digitales ofrece un mundo de ventajas, ampliamente conocidas, pero la experiencia musical del que sólo consume MP3 está incompleta debido a la compresión de audio y al desconocimiento de la obra visual que apoya las canciones.

SEÑAL DE LOS TIEMPOS

Varios grupos, desde multiventas extranjeros hasta chilenos independientes, han comprendido esta señal de los tiempos, y en vez de quedarse en la eterna pataleta anti piratería, optaron por sacar sus álbumes en ediciones que premien al comprador con un producto único. Los fans del cuarteto estadounidense Tool, por ejemplo, recibieron -junto al disco “10,000 days”- un par de lentes estereoscópicos que permitían ver la carátula en tres dimensiones y disfrutarla en toda su plenitud.

Mediante este tipo de acciones, que venían repitiendo desde los 90 (jugando con transparencias y efectos ópticos en trabajos anteriores como “Ænima” y “Lateralus”), Tool han podido complementar su fama como empalme enigmático, cuya propuesta está llena de mensajes crípticos y abiertos al juego de las interpretaciones. No es coincidencia, entonces, que bandas de similar prestigio también utilicen esa clase de recursos.

Los dos últimos discos de Radiohead poseen agregados en sus presentaciones físicas. En 2007, una de las ediciones de “In rainbows” traía un set de stickers que permitía armar el arte de tapa a gusto (Beck hizo algo parecido en “The information”), y las cosas fueron más allá cuatro años después con “The King of limbs”, envuelto en un diario con textos especiales para la ocasión. Un periódico alusivo, llamado “The universal sigh”, fue repartido gratuitamente en varias capitales del mundo el día del lanzamiento, y poco después incluso se distribuyó en Santiago.

Parecido ocurre con Nine Inch Nails, otra banda que mantiene un halo de misterio pese a su fama planetaria. Buena parte de su catálogo cuenta con, al menos, un saludo a los coleccionistas: ya sea en el EP “Broken”, cuyo digipack en tres sentidos (izquierda, derecha y abajo); el doble “And All That Could Have Been/Still” cubierto de una especie de mantel; o el CD negro de “Year Zero” que se aclara al ser reproducido y revela un código binario.

BAÑADO EN SANGRE

Probablemente nadie ha llevado tan lejos el cuidado por el empaque y el diseño como The Flaming Lips. El grupo sacó a fines de abril un recopilatorio de colaboraciones antiguas y nuevas llamado “The Flaming Lips and heady fwends”, que en su versión de lujo (apenas 10 copias al nada módico precio de 2.500 dólares, dirigidos a beneficencia) consistía de vinilos dobles y transparentes rellenos con sangre de los invitados al disco. Chris Martin de Coldplay, la cantante pop Ke$ha y el impagable Nick Cave fueron algunos de los que aportaron al insólito proyecto.

Eso sí, desde el año pasado que The Flaming Lips venían sorprendiendo al mundo con una seguidilla de experimentos similares. El que más destacó fue su canción de 24 horas, publicada en un pendrive inserto en un cráneo humano auténtico. Antes de eso, habían insinuado la idea mediante EPs en cráneos y fetos hechos del material comestible que se usa en los ositos de goma.

No son, ni por lejos, las únicas curiosidades de la lista. En Lituania, un músico de reggae y rap llamado Shidlas presentó su álbum “Saliami postmodern” en un CD con un salame impreso, dentro de una bolsa como las que se usa en el supermercado para conservar carne. Y en Sudáfrica, el conjunto de blues rock Zinkplaat utilizó una falsa portada gris en “Mooi Besoedeling”, que se podía raspar como un juego de lotería para develar su auténtico arte de tapa.

Chile tampoco es la excepción. Varios músicos locales dedican tiempo al aspecto de sus producciones, sin presupuestos abultados, pero sí mucho ingenio. Y lo mejor es que todas se pueden comprar en tocatas a precios accesibles. Ejemplos abundan: el debut homónimo de Corderolobo, alias del solista Carlos Vargas, está inserto en un libro con ilustraciones. Otro cantautor, Nano Stern, lanzó un disco (“Las torres de sal”) que tiene 13 carátulas intercambiables, una por cada canción.

Sus nombres se suman a una lista compuesta, entre otros, por bandas como Lerdo (el digipack pentagonal “División de oro”), La Cuchufleta (“Hoy, joven y vital” en un libro de tapa dura), Aiken (la pulsera pendrive “Reaccionar”) y Notcamp (la tarjeta USB “Uno”). Son cada vez más los casos en que el aspecto sí importa. En una de sus frases más famosas, Einstein lo explicó mejor que nadie: “La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”.

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