7.5.12

Nano Stern: La ronda de los amigos

Violín al hombro, Nano Stern entra por el pasillo izquierdo del Teatro Nescafé de las Artes. Sorprendido, el público sólo atina a aplaudirlo, pero el cantautor les pide silencio: todavía no está conectado a ninguna amplificación. “Shhh”. Todos callan. El quinto aniversario del músico, que luego tomó el bombo, empezó con “Desde muy lejos”, el tema inaugural de su homónimo disco debut, seguido de “Cantaba”, otra del mismo álbum.

Las cortinas, que permanecían cerradas, se abren. Un sample de lluvia y truenos marca la aparición de los instrumentos que acompañarán la guitarra del solista en esta celebración: batería, flauta, bajo y cello. Es el primer acto, y viene con una advertencia. Según Stern, para poder terminar alegres, hay que partir con las canciones más tristes. Para él, nómade por excelencia, estos cinco años de carrera han sido un viaje, y si un viaje no mezcla dulzor y amargura, no merece ser llamado así. 

Pasan “Lágrimas de oro y plata”, “Azul”, “Flor de cactus” y “Nube”. Pocos tienen el poder de este melenudo con pinta de vikingo, al que no le cuesta nada mantener a su audiencia con el alma en un hilo. Intercambia energía con una fluidez que ninguno de sus compañeros de generación se atrevería a soñar. Comunión. Esa es la palabra correcta. Todos están sobrecogidos. Después de “Las torres de sal”, el corte que da nombre al último trabajo del cantante, otro as sale de la manga.

Francisco Sazo, Pancho para los amigos de Congreso, hace acto de presencia en el entarimado. Se sienta en una silla, tranquilo, casi apocado, y entona “Naufragar” a dúo con el protagonista de la velada. Y entonces, en el clímax del tema, hacia el final, el canoso vocalista deja a todo el teatro peinado para atrás con el poderío atronador de su garganta. Juega de igual a igual con el dueño de casa, bastantes años menor, termina y se va. Es el equivalente musical de ver al maestro Yoda tirando el bastón y poniéndose a pelear. Impresionante.

Fin del primer acto. Sonido de mar y campanas para el segundo. “Cuatro vientos” y “Los espejos” cambian el switch del concierto, dan un respiro. Nano Stern cuenta que, en el Festival del Huaso de Olmué, conoció a su próximo invitado, el guitarrista de una banda emergente a la que quiere apoyar. ¿Su nombre? Inti Illimani. Sonriendo por la broma, Manuel Meriño acompaña en “La puta esperanza” (solo incluido) y “No te imaginas”. Un deleite. Sigue la retrospectiva con dos fragmentos del álbum debut: “Cementerio” y “El tiempo nos dirá”, pero el desgarro ya se va despidiendo.

El sampleo ahora es de relojes que simbolizan un nuevo bloque del set. Cambian los tiempos y también los arreglos de los temas. “Casualidad”, más cargada al saxo, da paso a “La raíz” en una versión enrabiadísima, indignada. Aciertos que acentuaron el carácter de ambas composiciones. A coro con el público, relevante y activo todo el concierto, “Un gran regalo” es la escogida por el solista para agradecer por este lustro de música, y de paso citar “Big yellow taxi” de la imprescindible Joni Mitchell ( con la línea “don't it always seem to go, that you don't know what you've got till it's gone”, muy ad hoc). Tras “Ópticas ilusiones” y su letra encandilada por la incertidumbre, llega una certeza: no hay celebración sin “El vino y el destino”. Nano Stern, de camisa sudada y rostro cubierto de pelo, da saltos. Ya nadie está sentado. Tierra derecha.

Totalmente en solitario, el bis llega sin hacerse esperar mucho. “Uno solo” precede al estreno de una creación reciente que todavía no tiene nombre, un bosquejo de lo que podría ser el futuro disco del cantautor. O tal vez no, quién sabe. El tema habla sobre la belleza de lo simple, tópico usual de su pluma, y es seguido por “Necesito una canción”. La banda regresa para “Tejequeteteje”, dedicada a los trabajadores de Chile, y el cierre con “Amanecer”. Pero la jornada no termina aquí: queda la última sorpresa. Por el mismo pasillo que caminó Nano Stern, el izquierdo, irrumpe la agrupación colegial de música andina Sikuri Malta. Son niños vestidos de colores, traen bombo, zampoñas y alegran todo a su paso. Comparten arriba del escenario y bajan por el lado derecho, junto a Stern que lidera la marcha con su propio bombo. El público se levanta y los sigue, mientras tocan una versión de “Cariñito”, la famosa cumbia de Los Hijos del Sol. Ya no existe tarima que nos distancie, podemos vernos las caras y somos todos como amigos. Hay algarabía. Esto sí que es un final de fiesta, faltó poco para terminar en la calle. Será en un próximo aniversario.

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