1.3.12

Prince Royce: Hasta agotar stock


La duda aflora al escuchar su primer y único disco, demasiado digital y retocado para ser creíble. ¿Qué tal sonará Prince Royce en vivo? La respuesta demora, por la reacción desaforada de la gente en los minutos iniciales, pero llega. En concierto, el neoyorquino tiene el mismo hilo fino de voz que ha conquistado miles de corazones adolescentes. Poco y nada es lo que se escucha del autodenominado príncipe de la bachata, que no obstante provoca el delirio de la fiel galería que no se despegó de las gradas y esperó hasta las dos de la madrugada para ver su debut en Viña.

En compañía de una banda correcta, y con las percusiones y el güiro como sus mejores aliados, Prince Royce se prueba el uniforme de Daddy Yankee como nuevo comandante en jefe del ritmo de moda. Chao, reggaeton; tu hora llegó. Su reemplazo es un estilo igual de monótono, pero con más historia y menos agresividad. Lo representan canciones de amor, con títulos como "El amor que perdimos", "Corazón sin cara" o "Mi última carta", que tienen solapadas referencias al matrimonio, los desórdenes alimenticios y la paternidad prematura. Tópicos que resuenan en una generación que adora al solista del Bronx como si se tratara de una figura mesiánica.

Pero, a menos de que Prince Royce amplíe su repertorio de trucos, la fiesta será corta. Al cabo de un rato, aburre lo parejo de su interpretación, que no enfatiza nada y acude repetidamente al mismo fraseo. Ni la -por enésima vez- remozada "Stand by me", ni el grupo de mariachis que toca en la todavía inédita "Incondicional" (nada que ver con Luis Miguel), lo salvan del flagelo que es conocer apenas una fórmula. Abanderarse con un género es una cosa, pero otra bien distinta es carecer de inventiva. Diseccionar la propuesta de Prince Royce es tan fácil como ser un veinteañero afinado y con buena pinta, cantar sobre amor y conmover a quinceañeras con las hormonas en plena ebullición. Podrá vendernos la fantasía tropical, pero detrás de la calidez y soltura que intentan proyectar sus temas se esconde un plan fríamente calculado. Sin ir más lejos, aquel "ceacheí" espetado por el vocalista estaba escrito de antemano en la hoja con el setlist. Por culpa de esos gestos existe el cinismo.

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