inguna de estas canciones iba a ver la luz. Nunca. Por eso es que adentrarse en Flores como gatos, a veces, puede ser un ejercicio al límite del pudor. Cuando Colombina Parra finalmente se decidió a lanzar este disco, ayudada por su pareja, Hernán Edwards (el guitarrista del grupo Los Ex!), tomó todos sus temas y armó dos grupos: los publicables y los que resultaban demasiado indiscretos. Y aunque en este disco quedaron las canciones de letras menos reveladoras, es casi imposible no sentirse como intruso al escuchar algo tan íntimo como “así que no fuiste tú la que quiso separarse”, fragmento de ‘Vamos a almorzar’, en que la -ahora solista- cantante le habla a su madre.
A un millón de años luz de ese personaje furioso y agrio que lidera Los Ex!, Colombina Parra se muestra en su primer álbum tan frágil, tierna y femenina como puede resultar una mujer embarazada. Todo el material que integra esta placa de ocho cortes fue grabado por la santiaguina en Las Cruces, mientras esperaba a su segunda hija. He ahí el dato clave para comprender el súbito cambio anímico de esta obra, respecto a las anteriores producciones de su autora, quien canjeó la guitarra eléctrica por la acústica con resultados más que saludables. Claro que, en el rubro de las seis cuerdas, el apoyo de su hermano, Barraco Parra, fue tan grande que en algún momento este disco iba a llamarse “Colombina y Barraco”.
En Flores como gatos, la cantante hace el mayor acercamiento de toda su carrera a ese sonido que uno identifica con su estirpe. Los Parra son una familia con un estilo musical propio, del que antes Colombina se desmarcaba mediante las pataletas rockeras de su banda; una impronta que ahora es abrazada por la hija de Nicanor en canciones con elementos de ese jazz guachaca que sólo se aprende cerca del fallecido Roberto Parra (como ‘Rompecabezas’, ‘Berlines para los dos’, o la que da nombre al disco). La cualidad artesanal de este registro, capturado en grabadora portátil, vigoriza la sensación de estar ante un documento privado, lo que ocurre especialmente con ‘Mi casa ideal’. Una canción que, para aderezar, habla sobre un día mundano en que “Hernán está barriendo el techo de todas las hojas que cayeron del invierno” y “Tololo (su hijo) acaba de llegar de su segundo día con un amigo del colegio”.
Es como estar ahí, de cuerpo presente, presenciando cada escena que la voz de Colombina Parra nos va narrando. O le va narrando a su vientre, en realidad. Todo está descrito con un candor y una sencillez que, apreciada desde el cinismo, podría pecar de burda, pero que no es más que la verdad desnuda. Algo similar a lo ocurrido recientemente con Rodrigo Santis en su proyecto Caravana, en que se despojó de todos los ropajes de Congelador para simplificar su mensaje y hacerlo accesible hasta para un niño (la paternidad también jugó un rol en aquella mutación). Tamaño acto de desprendimiento es suficiente para teñir los escasos, pero precisos, 25 minutos de música que contiene Flores como gatos, una obra cuyo encanto reposa en la universal belleza del arte que nace desde la honestidad.
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