Pop rock. La definición musical más odiosa y contradictoria es la única que sirve para definir a Maná. El grupo mexicano, capaz de citar al mismo tiempo a Led Zeppelin y Marco Antonio Solís entre sus referentes, se presenta vestido de negro en un escenario de alto vuelo tecnológico, que se mide de igual a igual con el de cualquier megaestrella anglosajona. El cuarteto viene de llenar estadios de béisbol en EE.UU. y de agotar localidades en España. En Chile, un Estadio Bicentenario a tablero vuelto repite el probado éxito que ha tenido la gira de su último disco, "Drama y luz". Un trabajo nacido luego de las muertes de la madre y la hermana del cantante Fher Olvera.
Incombustible, el vocalista se convierte en el maestro de ceremonias que un show de esta envergadura necesita. Sin hacer caso al tormento recién vivido, salvo al interpretar "Vuela libre paloma" (alusiva a su situación personal), Olvera derrocha ángel a raudales, mientras sus compañeros lo acompañan siempre a la altura de las circunstancias. Maná en vivo aplasta todas las críticas hacia su falta de versatilidad: tocan desde reggae ("Oye mi amor", "De pies a cabeza") hasta temas de romance y traición ("Bendita tu luz", "Mariposa traicionera"). Y, a medida que el concierto avanza, el protagonismo se equilibra hacia el otro personaje carismático del elenco, el baterista Álex González.
"Ídolo, ídolo", le grita la multitud al percusionista, tras un solo de unos 10 minutos en que se luce sobre una plataforma giratoria similar a la de Tommy Lee de Mötley Crüe. Un guiño rockero que se funde con gestos pop, como subir un fan al escenario para tocar "Me vale" (cantada por González) y pedirle sugerencias al público, aunque sólo sea un saludo a la bandera, porque el repertorio de la banda ha permanecido intacto a lo largo de la gira. Premeditado hasta el cansancio, el concierto de Maná cosecha en La Florida la misma efervescencia que en el resto del mundo. A veces, no hay mejor improvisación que la que se prepara.
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