7.1.12

En la despensa

En nuestro país, resulta más fácil conocer a un fanático del britpop o el black metal noruego, que a un coleccionista de rock chileno. La producción local no tiene categoría de pasatiempo, salvo para los músicos que la facturan, quienes –en una aplastante mayoría- deben pagar sus cuentas a fin de mes con sueldos de trabajos ajenos al quehacer artístico. Para los pobrecitos mortales (esos que no son amigos de bandas, ni pululan por Bellavista o Santa Isabel), lo que pase dentro de nuestras fronteras carece de relevancia, ni genera interés como un todo. Y las excepciones que existen sólo hacen que la regla cobre vigor.


Es cierto que el rock nacional ha sido golpeado una y otra vez. Si, ante los ojos de la gente común, se ve como una subespecie débil de la fauna planetaria, es en buena medida por culpa de los obstáculos que ha debido afrontar. Dictadura, apagón cultural, crisis asiática, caída de la industria discográfica y alejamiento de las compañías multinacionales. Todos son factores importantes al momento de analizar lo que tenemos hoy en día: una oferta nutrida de bandas y solistas, tanto excelentes como mediocres o pésimas, que no consiguen despegar y están atrapadas en circuitos demasiado pequeños como para sostener una carrera digna de profesionalismo.


Pero las culpas son cada vez más compartidas, porque darle un aura fascinante a la música chilena también depende de quienes forman parte de ella. Estamos claros en que nadie repleta sus bolsillos de plata tocando rock en nuestro país, pero metas aterrizadas (como atraer audiencia, captar 100 personas en una tocata, generar identificación con una audiencia) tampoco se consiguen seguido. Y son pocos los que se han detenido a cultivar una noción vital para expandirse: la música es entretenimiento. El hermetismo, denominador común de nuestra pequeña escena, es propio de una idea poco desarrollada y aburrida sobre el arte. Divertir para darse a conocer no es un pecado, ni una forma de rebajarse.


Llegó la hora de abandonar la hostilidad, los resentimientos y los miedos autoimpuestos, para salir a jugar a ganador simplemente porque no hay mucho que perder. Existen avances al respecto, como la masiva subida de discos a la red que abordamos en este número de Rockaxis, pero todavía queda trabajo por realizar. Falta atrevimiento. Imponer tendencias, generar hype o ser cool no tiene por qué estar reservado al primer mundo. La iniciativa parte por casa, y lo que tenemos en la despensa, la cosecha de nuestro propio patio, tiene mejor sabor que lo que venden los supermercados.

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