7.1.12

Vicios y virtudes: Herencias de los ’90 en el rock chileno de hoy

Pánico y Fiskales Ad-Hok estaban en sellos multinacionales. Los Tres tocaban cuecas en MTV. Un recital de De Kiruza era parte de la teleserie “Adrenalina”. Los Tetas y Joe Vasconcellos vendían decenas de miles de discos. Jorge Rencoret entrevistaba a Christianes en el matinal de Chilevisión. Eran los ‘90, una década en que el mapa musical chileno mostraba un trazado geográfico muy distinto al actual, en que algunos territorios ya colonizados solían ser vírgenes y viceversa.

El fichaje de bandas patrias en grandes compañías, encabezado por Carlos Fonseca (con el proyecto de “Nuevo Rock Chileno” de EMI), es el hito más recordado de la época. Pero, como en toda historia mal documentada, sobra la mitificación. “Lo que pasó es la mejor metáfora de lo que fue el rock chileno de los noventa. Un momento en que se le puso mucha plata a cierta cantidad de artistas y en que se aplicó la lógica del mercado. La ley del más fuerte. Lanzar diez tortugas a la arena, a ver cuál llega al mar. A los más exitosos, los ayudaron para que les fuera mejor, para que explotaran. La palabra ‘explotar’ era muy recurrente”, explica el periodista Felipe Arratia, quien acumula más de 70 entrevistas a personajes clave de los ’90, para una futura publicación.

Los vicios y virtudes que dejó la década son evaluados hoy con la distancia del tiempo, aunque todavía con discrepancias. Alejandro Gómez, líder del disuelto grupo Solar y hoy en Alamedas, dice que “ahora hay muchas más malas costumbres que antes. Y si perduran hasta hoy es porque han proliferado. Los vulgares tratos en los locales nocturnos, los periodistas de espectáculos, los directores de radios: esos son los mañosos”. En la vereda opuesta, el guitarrista y productor Mauricio Melo, ex Santos Dumont, reflexiona: “No creo que se hayan heredado mayores males, más bien, creo que el rock actual aprendió a desarrollarse en un medio bastante adverso y dinámico. Un buen legado de los ‘90 fue la profesionalización en el sentido sonoro, estético, escénico y ejecutivo. Gracias a la autogestión, se vive uno de los momentos más fructíferos en la historia del rock chileno”.

“Los vicios que perduran están focalizados más en un tipo de músico de la vieja escuela, ése que espera que el sello le solucione la vida, que le haga la promo en radios, lo ‘lance’ al mercado y le conduzca la vida. Esa realidad, al menos en Chile, nunca fue más que un mito; o no se hacía o se hacía pésimo. Hoy, los más lúcidos se han dado cuenta de que la autogestión es parte del modelo que deben seguir”, concuerda Cristián Heyne (Christianes, Shogún). Para Felipe Arratia, “el primer vicio es evidentemente la flojera. La flojera de los ‘90 fue construida por una estructura que, al desaparecer, obligó a los músicos a tomar la iniciativa, cuando antes sentían que sólo tenían que dedicarse a tocar y ser ‘súper artistas’”.

“Hoy se sabe, a ciencia cierta, que fichar con un sello multinacional no es garantía ni consolidación de nada, y que se puede autogestionar una carrera con mejores resultados”, aporta el periodista Cristian Araya de Super45 y Radio Duna (y parte de Extravaganza! en su encarnación original). Con menos presupuesto que antes, las bandas y solistas han tenido que encarar desde sus computadores la difusión de su labor. Al respecto, Carlos Vargas (ex Yupisatam y actual solista bajo el nombre Corderolobo), piensa que “en los ’90, ellos (los músicos de los sellos grandes) eran rockstars, había menos bandas y menos comunicación. Esta distancia hacía que ellos se posicionaran en el inconsciente colectivo como algo más grande, a nivel de percepción. Hoy, con las redes sociales tú ves que todos conversan con todos, las relaciones se hacen más humanas. Y quizás ahí desaparece un poco eso del ‘rockstar de película’. Pero siempre fue un error poner las metas o proyecciones en los medios de comunicación, porque desenfoca y no lleva a nada. A ellos no les importa lo que hacemos. Si les somos útiles, bienvenido sea, pero ésa es una industria, hay que entenderla así”.

Según Araya, aún persiste “el creerse estrella o alguien ‘importante’ por tener algo de prensa favorable o un grupo de amigotes que hacen ‘el aguante’. El reconocimiento de la prensa es apenas el primer eslabón de una carrera y debería ser considerado más bien una anomalía. Esto va de la mano con la autocomplacencia, el mayor de todos los males de las bandas nuevas y no tanto”. Un punto sobre el que existe consenso. El mal endémico del rock chileno es el estancamiento, ya sea para Felipe Arratia (“hay algo en el ADN del músico chileno que tiene que ver con la poca constancia, la poca capacidad de levantarse y sobreponerse al éxito y al fracaso”) o Cristián Heyne (“algunas bandas siguen sin preocuparse de tener un show en el escenario, una narración visual que entretenga, que no de pena”).

En cuanto a las enseñanzas que dejaron los ’90, y que –por la razón o la fuerza- se transformaron en virtudes del circuito local, Iván Molina (ex Santos Dumont) apunta que “ya no existe ese factor amateur, ni la poca solidaridad o lo sectorizado que era el rock chileno de esos años, cuando no había mucha colaboración ni respeto de los unos con los otros. Al menos en el movimiento santiaguino actual. En mi experiencia, la provincia está más pegada con eso todavía, con rencillas, algo de envidia y la autocomplacencia”. En su rol de productor, Heyne reconoce la falta de preparación de antaño recordando que “en esa época, algunas personas ni siquiera sabían lo que era masterizar un disco, creo que es obvio que hubo un paso que se dio entonces. Hoy, a pesar de que todo se hace desde la independencia, esta mejora se demuestra en procesos técnicos”.

La década que partió con Sexual Democracia en la cúspide, y acabó con Los Tres a punto de colapsar, espera con calma su revival. Por ahora, queda desclasificarla sin caer en idealizaciones, porque el romanticismo por el pasado hará su trabajo. Si vamos a sentir añoranza por el sonido chileno de los ’90, que sea porque en esos años se forjó lo que tenemos ahora: un mapa lleno de posibilidades, donde quedan muchos caminos por conocer y se puede aprender de los viajes efectuados por antiguos exploradores. En el mejor de los casos, será una travesía conjunta. Como concluye Felipe Arratia, “este es el momento en que los músicos chilenos han estado más hermanados en la historia, se invitan a tocatas, a colaborar. Generan una interacción que no existía antes, que les permite relacionarse en niveles comerciales, estructurales y artísticos. Siempre habrán rivalidades, porque hablar de artistas es hablar de ego, pero ese ego está bajo control”.

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