Cuando los jóvenes empezaron a preguntarse por qué la educación es abordada, por nuestra sociedad, como un bien de consumo y se negaron a aceptarlo como una impostura, el sueño neoliberal se descascaró y mostró que debajo de aquel barniz de prosperidad se escondía un muro en ruinas. Esa frágil reinvención de imagen, reflejada en lo que algunos –como el propio presidente Sebastián Piñera- llamaban orgullosamente “the Chilean way”, cayó por su propio peso cuando dejó de ser aceptada como una realidad después de que los desfavorecidos (es decir, la mayoría) hicieran ver las graves falencias del modelo.
La semilla del cuestionamiento, regada con buenas preguntas, da como fruto el avance. Una idea simple y bastante obvia en su certeza, pero ignorada olímpicamente por el miedo a la disidencia que propició la dictadura militar, un temor que existe –de manera más subrepticia- hasta el día de hoy. Por un momento en Chile, después de que volvió la democracia, la única forma de dar a conocer los males del país a través de la música era la denuncia solapada y con tintes lúdicos, tipo Sexual Democracia. Voces más frontales de la misma época, llámese Los Morton o Mauricio Redolés, fueron omitidas por los medios.
Recién a fines de los ’90, antes de la expansión web que hoy tiene a la prensa citando a Twitter como si fuera una fuente confiable, las radios juveniles se atrevieron a programar una canción del calibre de ‘La Fuerza Policial’ de 2X; single favorecido por el fenómeno aggrometal, beneficiado a su vez por el no casual romance entre Chile y Rage Against The Machine. Un idilio que, de coincidencia, poco y nada tenía: Chile venía incubando su rabia desde mucho antes y las bandas ya lo hacían notar, en gestos un tanto inofensivos, pero cargados de simbolismo (Álvaro Henríquez con casco militar en el MTV Unplugged de Los Tres o Tiro de Gracia tocando en La Moneda para el término de la detención por sospecha). Ciego el que no quiso verlo.
El reciente estreno de la película “Violeta se fue a los cielos” dejó al descubierto, una vez más, la tremenda vigencia de la obra de la cantautora, pero también lo triste que es saber que los problemas de hace décadas son los mismos de ahora. La letra de “¿Qué dirá el Santo Padre?” sigue siendo más poderosa que la de cualquier solista femenina contemporánea, porque el temor engendrado en la mal llamada época de “reconciliación” dio como fruto que ser confrontacional y verdaderamente subversivo fuese considerado casi terrorista. En vez de revolucionarios, los rockeros criollos se volvieron reformistas, pasando gato por liebre sin siquiera saberlo porque se impregnaron del triste credo político de hacer las cosas “en la medida de lo posible”, repetido hasta el cansancio a partir del gobierno de Aylwin. Para nuestra alegría, los estudiantes ya demostraron que la generación sin compromiso se terminó y le torcieron la mano a los viejos consensos. Y ya sabemos que el arte se vigoriza en época de crisis social: ahora es el momento de que los músicos le sigan el pulso a Chile.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario