7.1.12

Interpol: Dulce condena


En los tres años que pasaron desde su victorioso debut en Chile, otro gallo empezó a cantar para Interpol. En esa primera visita, los neoyorquinos eran un cuarteto y venían de editar un disco ("Our love to admire") que, pese a despertar críticas tibias, no opacaba su hoja de vida. Anoche, la banda se presentó mermada por la salida del bajista Carlos Dengler y con un deslucido trabajo homónimo, aparecido en 2010, bajo el brazo. Aunque en ambas ocasiones la locación fue el Teatro Caupolicán, la diferencia entre el pasado y la actualidad del grupo se hizo notar en el ambiente, así como también sobre el escenario.

De la devoción mostrada en 2008, poco y nada queda; el público nacional ha perdido lentamente su capacidad de asombro, abrumado por la avalancha de recitales foráneos, y el último álbum del trío tampoco ayuda a mantener la incipiente leyenda del grupo a la altura requerida. Pese a que ningún grupo asume abiertamente sus devaneos cualitativos, Interpol reconoce en su elección de temas que el fuerte de su historia se concentra en sus dos primeras entregas, desde donde rescatan las canciones que configuran la mayor parte del show.

En las piezas más célebres de su colección, como "The Heinrich maneuver", "Narc", "C'mere" y "Not even jail", el público respondió entregado a la banda. Pero no pasó lo mismo con sus nuevos títulos, excepto con la inaugural "Success", aplaudida principalmente por dar pie al inicio del concierto. Interpol está sentenciado a vivir opacado por las comparaciones, y si bien su presente no es tan auspicioso como la génesis de su discografía a comienzos de la década, la condena es más dulce que amarga. El trío fue la punta de lanza de la resurrección del post-punk, uno de los fenómenos más interesantes del indie en la pasada década, y la audiencia aún se lo agradece. Si hace tres años la venida de los neoyorquinos se convirtió en un fenómeno, hoy por lo menos confirman que están listos para ser reconocidos como neoclásicos.

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