Cambian los paradigmas de distribución, pero sigue naciendo música a lo largo de todo Chile. Conversamos con bandas y solistas, que han optado por regalar sus mp3, sobre lo bueno, lo malo y lo desconocido de un fenómeno en pleno desarrollo: la masiva subida gratuita de música nacional a internet.
“La primera barrera que uno encuentra al momento de adquirir un disco es el precio”, asegura el grupo Johou, una banda cuyo catálogo completo está disponible en la red y que ha sido parte de dos sellos virtuales (Neurotyka y Armatoste). Al igual que ellos, decenas de músicos chilenos han optado por subir su material y dejarlo para descarga gratuita. “Ya es algo inevitable”, como reconoce el cantautor Moreno, y tampoco es una novedad, pero detrás del consenso de que internet cambió los paradigmas de la difusión, hay motivos que van desde lo estratégico hasta lo ético.
Para el solista Prójimo Bil, “liberar un disco o una canción es como un posicionamiento moral contra la industria, el consumo, los valores de hoy y todo lo que se resume en la plata. Es como llevar tu mascota al campo, soltar la correa y gritarle que corra, aun sabiendo que a los pocos días los animales salvajes lo matarán o morirá de hambre y sed”. Esa visión del actual panorama, comprendido como una selva, es compartida por el cuarteto Inverness: “en los últimos 10 años las bandas han tenido que adaptarse y ser sus propios gestores. Varios han muerto en el intento”.
No es fácil darse a conocer. Además de la viralización de material (“con un link, listo: otra persona lo tiene”, grafican los penquistas Philipina Bitch), liberar la propia música ofrece la posibilidad de regular qué datos salen a la luz y cómo. “Es una forma excelente de controlar en qué calidad de audio el público recibe la información, y además que los tracks y el arte sean certificados por nosotros. Si desean tener el álbum en formato descargable, la idea es que sea de nuestra propia mano”, explica el dúo The Paintings. Y el cantautor Javier Barría coincide: “Si ya no se venden discos, ¿para qué tenerlos escondidos o en Taringa cuando pueden estar en mi sitio?”.
MALDITA DUALIDAD
Claro que no todo es miel sobre hojuelas. “Después de haber colgado gratis un disco, ya sea por RapidShare o MediaFire, no se puede vigilar que otra persona en el mundo lo suba de nuevo, pero en otra calidad. Puedes encontrar después tres veces la misma canción, aunque con diferente calidad”, señala el empalme sanantonino Portugal. Su coterráneo, el solista Ramiroquijano, explica los pros y contras con los que la mayoría suele topar: “Es mucho más simple que te escuchen, por razones obvias ya que es gratuito. Lo malo es que de cierta manera tu trabajo pierde valor por el mismo hecho de ser gratis. Una cosa por otra, la maldita dualidad”.
“Por nuestra naturaleza humana, suele pasar que a las cosas que son demasiado fáciles las apreciamos menos. Quien no hizo el ejercicio de esperar que saliera un caset o CD e ir a comprarlo no va a entender lo que digo, pero ése sí que era un buen sentimiento”, apunta Corderolobo, otro más que regala sus canciones en la web. Eso sí, aparte de contraposición, existe a la misma vez una complementariedad entre formatos. “Aun vendiéndolo, el primero que lo compre podría ponerlo en línea, entonces carece de sentido no asumirlo de esa manera desde el inicio”, comenta el grupo Intermitentes.
Conflictos a un lado, los debutantes Pasto, desde Los Andes, aseguran que “las desventajas resultan mínimas si se analizan las ventajas. El principal punto a favor es la reducción de costos. Producir copias físicas es caro, y no se justifica cuando estás recién partiendo, porque no existe certeza de que alguien quiera invertir su dinero en tu trabajo”. Por supuesto, el abarate de costos no sólo se remite al desarrollo previo, sino también a la promoción de un registro. “Nosotros preferimos tener seguidores que ganar tres pesos por vender unos cuantos cedés”, asegura el grupo Masta.
¿Y FUNCIONA?
Con la perspectiva que da el desarrollo en el tiempo de este fenómeno, ya es posible medir algunas de sus consecuencias y aventurar otros posibles efectos de la masiva subida de discos chilenos a la red. Datos duros en la boca de Portugal: “Contamos con el apoyo de blogs, que usaron un mismo link, desde el que se bajó 7 mil veces nuestro álbum en cerca de cuatro meses”. José Francisco Aldunate, ex miembro de Alpuritano (ensamble disuelto cuyo colección entera está online) y Devil Presley cuenta que con los últimos aumentaron “de 2 mil a 14 mil los fans en Facebook en el transcurso de un año y algo, que coincidió con la liberación del catálogo de forma integra. Lo mismo pasó con los asistentes a shows en vivo”.
“De todos modos, si tu disco es malo, es probable que lo liberes y no pase nada igual”, advierte Rodrigo Santis del grupo Congelador y solista bajo el alias de Caravana. Además de la calidad del trabajo, la banda Silverjack repara en otros factores de importancia: “Aunque tu música sea gratis, si no tienes la oportunidad de abrir shows internacionales o contar con difusión radial, es más lento el proceso de masificación”.
Para Inverness, la clave del incremento de seguidores mediante la web está en que “por lo general, las personas no se equivocan cuando descargan material de internet. Hoy todo tiene tags y está interconectado. La gente relaciona ciertas músicas con otras, hay comentarios de los mismos usuarios. Por lo general, las personas saben qué están bajando. Y de equivocarse, pues bien, basta enviar todo a la papelera de reciclaje y listo”. Un buen indicio es, según Ramiroquijano, cuando “las felicitaciones que llegan ya no sólo son de amigos y cercanos, sino también de gente con la que antes jamás has tenido contacto directo”. En palabras de Javier Barría, quien indica que el acceso a costo cero es sólo un eslabón de la cadena, hacer que lleguen nuevos adeptos “es un trabajo que realiza también todo un repertorio y el estar constantemente itinerando”. Masta expande la idea del cantautor: “cada día mas, los músicos deberíamos convertirnos en gestores culturales”.
POLVO EN LA REPISA
Mientras el soporte computarizado toma fuerza como opción, ¿qué pasa con las ediciones físicas? El dúo TV Femme resume la actualidad del formato CD: “al igual que un cuadro o un libro, sólo terminan llenándose de polvo en la repisa. Son un objeto de culto, más que una herramienta práctica para escuchar música”. El consenso al respecto es mayoritario. “Su rol es ser un artículo de colección, casi para guardarlo en el estante y no volver a escucharlo. Por eso mismo la revaloración del formato vinilo, en que el arte de carátula es grande y el álbum como tal adquiere un valor único”, afirma Moreno.
“El original es una etapa posterior al mp3, viene cuando ya te enamoraste de las canciones, quieres hojear la carátula y sientes que tiene que formar parte de tu discoteca”, plantea Intermitentes, sin antagonizar las alternativas. Desde un punto de vista práctico, The Paintings añaden que la compresión de audio del archivo digital coarta porciones de la obra: “en el CD o vinilo hay un 90% de información sonora que de otra forma no podríamos conocer, y eso se nota de inmediato al poner play”.
Para Projimo Bil, las ediciones físicas son “el cuerpo de la música. Si grabas un disco y sólo lo distribuyes a través de internet, queda sin una identidad clara, porque en el computador todas las carpetas se ven iguales”. Con similar postura, Corderolobo agrega que “a veces es bueno tener ciertos ritos o darle cierta ceremonia a las cosas, al final uno se acuerda de cuando le dio un contexto a algo. No sé si la gente recuerde el día en que descargó algo”. Rodrigo Santis separa aguas y zanja el asunto: “la descarga es como ir a un museo y ver una exposición. El disco es comprarte la obra y llevártela a tu casa”.
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